Isidor Rabi [21], siendo director del Departamento de Física en la Universidad de Columbia y un mandarín de la comunidad física norteamericana, relataba de esta manera su primer encuentro con un joven prodigio. Era el año 1935 y Rabi estaba reflexionando sobre un controvertido artículo, recién publicado por Einstein, Podolsky y Rosen, que trataba de socavar con una paradoja los fundamentos de la teoría cuántica.
Estaba leyendo el artículo, y mi manera de leer un artículo consistía en llamar a un estudiante y explicárselo. En este caso, el estudiante era Loyd Motz, que ahora es profesor de astronomía en Columbia. Estábamos discutiendo sobre algo y, al cabo de un rato, Motz, me dijo que había alguien esperando fuera del despacho y preguntó si podía hacerle entrar. Introdujo a este muchacho. Schwinger tenía entonces dieciséis años. Así que le dije que se sentase en algún lugar, y él se sentó. Motz y yo estábamos discutiendo, y este niño se levanta y zanja el argumento mediante el uso del teorema de completitud, un importante teorema matemático frecuentemente utilizado en teoría cuántica. Y yo dije: «¿Quién demonios es este?». Bien, resultó que era un novato en el City College, y le estaba yendo muy mal, suspendía sus cursos, no los de física, pero le iba muy mal. Hablé con él un rato y quedé profundamente impresionado. Él había escrito ya un artículo sobre electrodinámica cuántica. Así que le pregunté si quería cambiarse, y dijo que sí.
Rabi se las arregló, con grandes dificultades y con la ayuda de una carta de recomendación de otro gran físico, Hans Bethe [62], para que Julian Schwinger fuese admitido en Columbia.
Schwinger llegó a ser uno de los más famosos teóricos del siglo XX. Durante la segunda guerra mundial trabajó en el Laboratorio de Radiación, establecido en el MIT, el Instituto Tecnológico de Massachussets, para desarrollar el radar y otras técnicas. Rabi era director asociado y recordaba el hábito de Schwinger de trabajar por la noche y dormir durante el día:
«A las cinco en punto, cuando todo el mundo se iba, veías entrar a Schwinger», decía Rabi. Me contaron una vez que la gente dejaba problemas sin solventar en sus mesas y pizarras y, cuando volvían a la mañana siguiente, encontraban que Schwinger los había resuelto. «Los problemas que solucionaba eran fantásticos», continuaba Rabi. «Daba lecciones dos veces por semana sobre su trabajo en curso. En cuanto Schwinger hacía un progreso, los tipos de alrededor —Dicke y Ed Purcell [dos destacados físicos experimentales, especialmente famosos por su trabajo sobre magnetismo nuclear]— inventaban cosas como locos. Todo tipo de cosas».
En 1965, mientras era profesor en Harvard, a Julian Schwinger se le concedió el premio Nobel y se convirtió en una leyenda por su sorprendente capacidad en clase para desarrollar cualquier línea de argumento teórico en la pizarra sin esfuerzo aparente y sin notas.
En el Laboratorio de Radiación del MIT nacieron una serie de importantes inventos y descubrimientos y el radar, después de todo, fue más útil que la bomba atómica para derrotar a Alemania y Japón. El logro más importante fue la construcción del magnetrón realizada por John Randall y Harry Boot en Inglaterra. Este instrumento, cuyo diseño parecía desafiar la lógica, fue la primera fuente de radiación de alta intensidad en el rango de longitudes de onda centimétricas requerido para radar aéreo y marino. Su haz podía encender un cigarro y hacer que los faros de los automóviles brillasen a gran distancia. Cuando el dispositivo fue llevado al MIT y examinado por el talento reunido de la comunidad física norteamericana,
el grupo incluía algunos de los mejores físicos nucleares del país. Ellos sabían algo sobre radiación de alta frecuencia por su trabajo en ciclotrones, pero el magnetrón les confundió al principio.
«Es sencillo», dijo Rabi a los teóricos que estaban sentados alrededor de una mesa examinando las piezas desensambladas del tubo. «Es sólo una especie de silbato».
«Muy bien, Rabi», preguntó Edward U. Condon, «¿cómo funciona un silbato?».
Rabi no pudo encontrar una explicación satisfactoria.
Las historias sobre Schwinger y Rabi están tomadas del libro de Jeremy Bernstein, Experiencing Science (Dutton, Nueva York, 1978), y la del episodio del magnetrón está contada en The Physicists: The History of a Scientific Community in Modern America, de Daniel J. Kevles (Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1971).