9. Marie Curie y los inmortales

El descubrimiento del radio, por el que Marie y Pierre Curie compartieron el premio Nobel en 1903 con Henri Becquerel (quien había hecho el descubrimiento accidental de la radiactividad [36]), fue el logro más notable de su tiempo para la ciencia francesa. Marie Curie, nacida Maria Sklodowska en Polonia en 1867, fue objeto de oprobio por parte de la prensa xenófoba de derechas, inflamada por su relación bien aireada, años después de la muerte de Pierre en un accidente callejero, con el famoso físico Paul Langevin, atrapado en un matrimonio desgraciado con una esposa insoportable. Marie Curie ansiaba el reconocimiento de su país de adopción y buscó la elección para la Académie des Sciences. Fue apoyada por varias de las principales luminarias de la ciencia francesa, incluyendo a la más grande de todas, Henri Poincaré, pero la Académie era un cuerpo exclusivamente masculino que ya había rechazado asaltos anteriores de aspirantes femeninas. Una de las cinco academias creadas después de la Revolución estaba sumida en la tradición y el ritual. Aún hoy, los miembros llevan un uniforme verde bordado en oro y en su elección honran a sus amigos invitándoles a contribuir al (considerable) coste de su espada ceremonial.

En 1911 había 68 miembros y la muerte había dejado una vacante. Tres veces al año, las cinco academias se reunían en sesión plenaria y, por azar, fue antes de una de estas cuando se presentó la candidatura de Marie Curie. El resurgimiento de la cuestión de los miembros femeninos causó un revuelo en la prensa y en la alta sociedad y a la reunión asistieron 163 académicos, aproximadamente el doble de lo que era habitual. La reunión empezó con discursos de los adversarios y los defensores de Marie Curie. El presidente de la Académie des Sciences Morales et Politiques empezó proclamando las intenciones de los fundadores de las academias, quienes, aseguraba él a sus oyentes, nunca habían deseado la incursión de mujeres y exhortó a los miembros a «no quebrar la unidad de este cuerpo de élite que es el Instituto de Francia». Su llamamiento fue recibido con vivas tumultuosos.

Poincaré objetó que la autonomía de las academias por separado era una tradición santificada y que los miembros de las otras academias no tenían que interferir en las decisiones de la suya. Esto fue rebatido por un abogado de la Académie des Sciences Morales et Politiques que sugirió que la elección de mujeres para el Instituto de Francia (dentro del cual estaban incluidas las cinco academias) concernía a todos. Las consecuencias serían demasiado alarmantes, pues si el Instituto era tan imprudente como para admitir mujeres, ¿no podría una de ellas llegar finalmente a presidente? Tras muchas de estas intervenciones pudo oírse la petición de una votación y entonces surgió un clamor de miembros impacientes por hablar. El presidente llamó al orden y se vio obligado a subirse al trono presidencial en un esfuerzo por controlar la reunión. La votación de los miembros de la Académie des Sciences resultó a favor de proteger las «inmutables tradiciones del Instituto» por 85 votos frente a 60. La prensa era vociferante, aunque, por supuesto, estaba dividida.

Pese a todo no fue este el final de la historia pues, algunos días más tarde, el comité de la Académie des Sciences se reunió a puerta cerrada para considerar la nominación. Haciendo caso omiso de la votación de la sesión plenaria propusieron a Marie Curie como su primera recomendación, con otros seis nombres como dignas segundas opciones. La votación tuvo lugar una semana más tarde y estuvo precedida de opiniones ardorosamente expuestas por parte de sus miembros. Se adujo, y no era la primera vez, el argumento poco limpio de que el gran trabajo de Marie Curie había sido realizado en asociación con su marido al que quizá ella había simplemente ayudado y que, tras la muerte de este, habían colaborado también otros hombres (sus ayudantes) que eran científicos de gran nivel. Además, ¿no había recibido ya madame Curie suficientes honores? ¿No era ahora el turno de algún otro? Se puso en marcha un movimiento para elegir a uno de los otros propuestos, Édouard Branly, un ingeniero eléctrico que había hecho importantes contribuciones a la telegrafía sin hilos. El periódico xenófobo y chauvinista de extrema derecha, L’Action Française presentó la candidatura de Marie Curie como un golpe de un grupo de dreyfusistas de izquierda que trataban de bloquear la elección del católico devoto y profundamente francés Branly. Cualesquiera que fueran los argumentos que influyeron en los ilustres académicos, fue el anciano Branly el elegido.

Para una exposición completa véase la excelente biografía Marie Curie, de Susan Quinn (Simon and Schuster, Nueva York, 1995).