A las 7.30 de la tarde del 3 de diciembre de 1943, los bombarderos alemanes convergieron en el puerto de Bari situado en el talón de Italia. Su objetivo era el propio puerto, ya que estaba lleno de barcos que descargaban suministros para los ejércitos aliados que se abrían camino en Italia. Las alarmas de los ataques aéreos habían fallado y pocas personas se habían puesto a cubierto. Una bomba cayó en el USS Liberty, buque que estaba cargado con fuertes explosivos y cien toneladas de gas mostaza. Aunque ningún bando desplegó armas químicas durante la guerra, ambos estuvieron a punto de hacerlo y ninguno confiaba en que el otro se abstendría de su uso. En cualquier caso, el Liberty explotó y una nube de gas mostaza envolvió la zona del puerto. Las alarmas antigás sonaron pero fue demasiado tarde para muchos soldados y civiles. Destacado en Bari como oficial médico del ejército estadounidense estaba el doctor Cornelius Rhoads, que ya se había hecho un nombre en la investigación médica antes de que su país entrara en la guerra. Ahora era llamado para tratar a las víctimas del envenenamiento por gas mostaza.
Rhoads estaba sorprendido por el efecto del gas sobre las células sanguíneas: inmediatamente después de la exposición la cuenta de glóbulos blancos aumentaba pero, durante los días siguientes, primero los linfocitos (de los que depende en gran medida la respuesta inmune del cuerpo) y luego los otros tipos de glóbulos blancos caían prácticamente a cero. Pronto empezaban a aparecer células inmaduras en la sangre, lo que indicaba que el cuerpo estaba reaccionando a la injuria que había sufrido. Los pacientes medianamente afectados se recuperaban en algunos días o semanas; los que habían sufrido una exposición severa morían o a veces se salvaban gracias a transfusiones masivas. Pero, observó Rhoads con interés, las infecciones eran raras incluso en pacientes gravemente afectados y no había ninguna evidencia de ningún otro daño en los tejidos. ¿Era entonces la toxicidad del gas mostaza específica para los glóbulos blancos? Y, si era así, ¿podía quizá ser útil para tratar la leucemia, es decir, una afección caracterizada por la producción de un número excesivo de glóbulos blancos? La inspiración de Rhoads marcó el comienzo de la quimioterapia en la investigación y tratamiento del cáncer. A los pocos meses, un oncólogo de Chicago había utilizado con éxito mostaza nitrogenada —gases mostaza y compuestos afines— para tratar a los pacientes con leucemia y enfermedad de Hodking.
Véase, por ejemplo, M. I. Podolsky, Cures out of Chaos (Harwood, Amsterdam, 1998).