7. Metchnikoff devuelto a la vida

Ilya (más tarde Élie) Metchnikoff era un ruso, nacido en Ucrania en 1845, que pasó la mayor parte de su vida activa en el Instituto Pasteur de París. Durante una estancia en Italia descubrió el fenómeno de la fagocitosis cuando observó células tipo ameba avanzando en tropel hacia un cuerpo extraño (una espina) clavado en una larva de estrella de mar traslúcida. En el cuerpo humano, los fagocitos —los glóbulos blancos de la sangre— son la primera línea de defensa contra los invasores, tales como bacterias, a los que engullen y destruyen. En años posteriores, Metchnikoff quedó cautivado por la idea de que nuestros fagocitos se amotinan cuando envejecemos y que todos los síntomas de la senescencia son resultado de su acción destructiva. Creía que esto era provocado por productos residuales formados en el estómago; estos, afirmaba, podrían ser eliminados fomentando la proliferación de bacterias benignas. Todo lo que teníamos que hacer era ingerir cantidades masivas de «kefir» o yogur, lo que garantizaría una población floreciente de Lactobacillus bulgaricus en el estómago. Es de suponer que Metchnikoff siguió su propia receta para evitar los estragos de la edad pero, a pesar de todo, murió a los setenta y un años.

Metchnikoff era un depresivo que intentó suicidarse dos veces. Su segunda mujer, Olga, escribió una biografía de su marido en la que contaba cómo la ciencia le salvó de la desesperación. Había tomado una gran dosis de morfina, tan grande que incluso la había vomitado y con ello se había sumido simplemente en un estado de letargo.

Cayó en un especie de sopor, de extraordinaria placidez y reposo absoluto; a pesar de este estado comatoso seguía consciente y no tenía ningún temor a la muerte. Cuando volvió en sí de nuevo, fue con una sensación de consternación. Se decía a sí mismo que sólo una grave enfermedad podría salvarle, bien por terminar en la muerte o bien por despertar el instinto vital en él. Para alcanzar su objetivo tomó un baño muy caliente y luego se expuso al frío. Mientras regresaba por el puente del Ródano, vio repentinamente una nube de insectos alados que volaba alrededor de la llama de una linterna. Eran Phryganidae, pero a distancia los tomó por Ephemeridae, y la visión de ellos le sugirió la siguiente reflexión: «¿Cómo puede aplicarse a estos insectos la teoría de la selección natural? Ellos no se alimentan y sólo viven unas pocas horas; por lo tanto, no están sometidos a la lucha por la existencia, no tienen tiempo de adaptarse a las condiciones ambientales».

Sus pensamientos derivaron hacia la ciencia; estaba salvado; el lazo con la vida se había restablecido.

(Metchnikoff no se beneficiaba del conocimiento de la genética actual: son las mutaciones que promueven la supervivencia hasta el tiempo de la reproducción las que dan a los insectos, como nos la dan a nosotros, una ventaja evolutiva).

Véase Olga Metchnikoff, Life of Élie Metchnikoff 1845-1916 (Constable, Londres, 1921).