1. El gran hedor

La química es asociada normalmente por los profanos con olores desagradables y es indudable que existen aromas químicos que tenazmente se agarran a manos y ropas. Se dice que, en cierta ocasión, el profesor W. H. Perkin, Jr. tuvo que bajarse de un autobús en Manchester cuando volvía a casa desde el laboratorio donde había estado trabajando con aminas odoríferas. Pero hay pocas historias que igualen a la siguiente, contada por John Read [23], catedrático de Química en la Universidad de St. Andrews.

Read estaba trabajando entonces en el laboratorio de sir William Jackson Pope (1870-1939) en Cambridge. Pope fue uno de los fundadores de la estereoquímica e hizo el descubrimiento fundamental de que los compuestos en los que un átomo de carbono está ligado a cuatro átomos o grupos químicos diferentes pueden tomar dos formas. Supongamos que los cuatro grupos a, b, c, y d están situados en los vértices de un tetraedro [120]; entonces, si se intercambian dos cualesquiera de ellos, el tetraedro resultante no puede superponerse al primero, sino que es su imagen especular. Semejante estructura tiene una asimetría intrínseca que se detecta por su capacidad para rotar a izquierda o derecha el plano de la luz polarizada (luz en la que su movimiento ondulatorio oscila en un plano, y no en las tres dimensiones).

Pope y sus colegas habían preparado varios de estos compuestos ópticamente activos (como se les llama), basados también en otros elementos distintos del carbono. Estos incluían algunos compuestos de azufre, muchos de ellos (como el más simple de todos, el sulfuro de hidrógeno) altamente malolientes. Ahora, Pope quería ver si la actividad óptica se vería alterada al cambiar el átomo central de azufre por su pariente próximo, el selenio. (El seleniuro de hidrógeno es similar al sulfuro de hidrógeno, el gas famoso por su olor a huevos podridos pero incluso más desagradable: cuando el gran químico Berzelius [19] estaba trabajando con esta sustancia, su casera le acusó de atiborrarse de ajos). Los químicos querrán saber que el compuesto de Pope era bromuro de metiletilselenetina, escrito [Me.Et.Se.CH3.COOH]Br. Read cuenta:

En nuestras investigaciones en Cambridge, una varilla de selenio, contenida en un largo tubo de ensayo de vidrio duro, era calentada en una corriente de hidrógeno con una intensa llama Bunsen. El selenio desaparecía lentamente por su conversión en seleniuro de hidrógeno, y la mezcla resultante de dicho gas con el hidrógeno caía sobre hidróxido de sodio con alcohol. La solución resultante de seleniuro de hidrógeno sódico se calentaba primero con un equivalente de yoduro de etilo y, en segundo lugar, con equivalentes de yoduro de metilo y etóxido de sodio. El seleniuro de metiletilo tenía que ser calentado luego con ácido bromoacético para dar el inofensivo bromuro de metiletilselenitina.

La operación inicial se conseguía cómodamente en el laboratorio cerrado pero para las etapas siguientes, debido al tremendo olor, se encontró necesario trabajar en la azotea del edificio con el operador de espaldas al viento. El seleniuro se utilizaba sólo en pequeñas cantidades de unos pocos gramos y con estrictas precauciones para evitar que escapara al aire pero, en cualquier caso, los incidentes que siguieron fueron dignos de la imaginación de un Wells y la pluma de un Defoe. Se dice de algunos perfumes que su fragancia plena sólo se hace evidente cuando están muy diluidos. La misma regla parecía aplicarse a los seleniuros alcalinos: el olor se hacía crecientemente insoportable con la dispersión; de hecho parecía pasar del reino de los olores al de una espeluznante sensación de pesadilla. Desafiando la acción restrictiva de las trampas de permanganato alcalino, los desmoralizantes tufos de vapor barrían la indefensa Cambridge.

Fue particularmente desafortunado que los experimentos de la azotea coincidiesen por azar con las celebraciones del centenario de Darwin que tuvieron lugar en Cambridge en junio de 1909. Las fiestas de té al aire libre en los jardines que bordeaban la distante Parker’s Piece fueron interrumpidas y cuando los huéspedes se retiraron al interior, el insufrible olor les persiguió e inundó sus tazas de té. A la tarde siguiente, una fiesta en el jardín del Christ’s College también sufrió la misma desgracia y siguieron molestias similares. En las esquinas de las calles, en las habitaciones de los colegios, en tabernas y barberías, en los viejos tranvías tirados por caballos —donde quiera que se reunían hombres en Cambridge— el tema dominante de conversación y debate era «el olor».

Enérgicas protestas llegaron a las autoridades locales, cartas de contribuyentes indignados aparecieron en la prensa, hombres de negocios en Petty Cury y otros lugares se vieron obligados a cerrar sus oficinas y dar a sus cuerpos directivos unas vacaciones apresuradas hasta que hubiera pasado el malestar: en resumen, una incomodidad general se estableció en el normalmente sereno aire de Cambridge. Al final, la sede de las molestias fue localizada en el laboratorio químico de la Universidad y el Cambridge Daily News salió con el titular clarificador: «¿QUÉ PASÓ? LLUVIAS SOSPECHOSAS EXONERADAS. LA CIENCIA ES EL PECADOR».

En esta coyuntura se decidió continuar el trabajo a campo abierto en las marismas.

Así que Pope, Read y otros colegas pidieron permiso a un granjero en la remota Waterbeach para crear «un aroma atronador» en sus tierras. El granjero invitó a los químicos a «venir y oler mi montón de estiércol» que realmente era potente, pero al granjero le esperaba una sorpresa. Pope y sus amigos hicieron el camino por el río Cam en motora llevando dos grandes cajas con aparatos y productos químicos. Montaron quemadores de alcohol y una estufa Primus para calentar las mezclas reactivas. No se necesitó mucho tiempo para que el granjero saliera huyendo pero, según sigue relatando Read:

Un gran rebaño de vacas formó en semicírculo a sotavento y proporcionó una audiencia silenciosa pero agradecida. Algunos cientos de metros corriente abajo, el río hacía una curva a la derecha y era justo antes de alcanzar este punto donde barcos y gabarras, que venían corriente arriba desde Ely, entraban en el cinturón odorífero; la confusión entre los ocupantes de estos barcos, a medida que el extraño perfume invisible les golpeaba a uno tras otro, era de lo más divertido. Pronto empezamos a experimentar la reacción de la fauna menor: insectos reptadores y voladores de muchos tipos pululaban sobre el aparato, algunos de ellos haciendo incluso decididos intentos para abrirse camino en los tapones de los matraces. Todo su comportamiento indicaba que ellos sentían que se estaban perdiendo algo realmente bueno.

En esta fase, triste es decirlo, el experimento fue abandonado en parte debido a los terrores del hedor pero, más concretamente, porque Pope estaba ahora en un proyecto nuevo y más excitante.

En Humour and Humanism, de John Read (George Bell, Londres, 1947).