127

El miércoles por la mañana, Grace se llevó a Cleo y a Noah a casa. Cleo se sentó en el asiento trasero del Ford Focus sin marcas de la policía, y colocaron a Noah en el cuco con anclajes que Roy había instalado temporalmente en el vehículo.

Pocos momentos que pudiera recordar le habían dado aquella sensación de lo rica que podía ser la vida humana. Mientras pasaban de largo frente al Pavilion, ahora que todos los camiones del rodaje habían desaparecido y reinaba en el lugar una calma extraña, sintió un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. La bronca de Cleo por Gaia parecía agua pasada. Ella había aceptado sin reservas que no había habido nada más allá de la copa que habían tomado juntos.

Grace miró por el retrovisor y vio que Cleo le sonreía. Le lanzó un beso, y él se lo devolvió.

La necrológica publicada en el Argus seguía siendo un misterio. Según parecía, la había encargado un taxista que aún no habían podido localizar: había traído las instrucciones en el interior de un sobre, escritas sobre un papel con el membrete del director de una funeraria. Resultó ser falso.

Por supuesto, Grace tenía un sospechoso principal. Aunque le parecía increíble que Smallbone hubiera podido ser tan tonto… o quizá tan descarado.

Noah hizo un ruidito gutural, como si él también estuviera emocionado ante la perspectiva de llegar a casa por primera vez en su vida. El sonido le hizo pensar a Grace en la enorme misión a la que se enfrentaban a partir de aquel momento: criar a su hijo y protegerlo, en un mundo que continuaba siendo tan oscuro y peligroso.

Recordó algo que le había dicho, mucho tiempo atrás, el que por entonces era el comisario jefe. Le había invitado a su despacho para charlar durante aquellas primeras semanas terribles, tras la desaparición de Sandy. El comisario resultó ser un hombre sorprendentemente espiritual. Le dijo algo que Grace nunca olvidaría. Aquellas palabras a menudo volvían, para darle fuerza en los momentos difíciles: «La luz solo brilla en la oscuridad».