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Grace observaba con los ojos cubiertos de lágrimas a Cleo con su hijo en brazos, en su cama de la Maternidad del Royal Sussex County Hospital. El bebé tenía el rostro rosado, cubierto de arrugas, los ojos cerrados, y sus labios fruncidos eran como un minúsculo capullo de rosa. Unos finos mechones de cabello claro ondulado le cubrían la cabecita. Lo habían vestido con una camiseta de algodón azul pálido con un bordado de un ratón con pantaloncitos cortos de rayas.
Era increíble, pensó, incapaz de apartar la vista del bebé. Su hijo. El de los dos. Aspiró los dulces aromas a piel recién lavada y a polvos de talco. Miró a Cleo, que tenía la melena apoyada sobre los hombros de su camisón. Su rostro era todo amor y cariño.
Entonces sonó su teléfono. Se apartó de la cama para responder y salió al pasillo. Era Branson.
—Lo siento muchísimo, colega. Estamos todos destrozados.
—¿Destrozados? ¿Qué ha pasado?
—Bueno, ya sabes… Yo pensaba que el bebé estaba bien… Cuando lo vimos en el Argus, esta mañana… No sé qué decir. ¿Cómo está Cleo?
—Para un momento. ¿Qué es lo que habéis visto en el Argus?
Por un instante, se produjo un incómodo silencio.
—Bueno…, la esquela, ¿no?
—¿Esquela?
—Sí.
—¿Quién se ha muerto?
Se produjo otro silencio.
—Tu bebé. ¿No? ¿Noah Jack Grace?
—¿Qué? ¿Lo dices en serio?
—Lo tengo sobre la mesa, aquí delante. Todo el mundo aquí está hecho un mar de lágrimas.
—Glenn, ha habido algún error. Hemos pasado un par de días horrendos. Noah nació con problemas respiratorios: síndrome del pulmón húmedo, me parece que lo llaman. No estaban seguros de que fuera a sobrevivir.
—Sí, ya me lo dijiste. Pero me contaste que estaba recuperándose.
—Al principio lo tuvieron intubado y lleno de cables, en una incubadora… No nos dejaban tocarlo a ninguno de los dos. Pero ahora está bien. Cleo lo tiene en brazos; esperamos poder llevárnoslo a casa pronto.
—¿Y quién ha metido la pata con la necrológica? —preguntó Branson.
—No me lo puedo creer. ¿Estás seguro?
—La tengo aquí delante, en negro sobre blanco.
—Mierda. Voy corriendo a la tienda a comprar un ejemplar… Pero no creo que nadie haya metido la pata. No se ponen necrológicas por error —dijo Grace, malhumorado, aunque por dentro estaba temblando.