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El viernes por la noche, a pesar del agotamiento después de todo lo ocurrido durante las últimas semanas, combinado con el juicio de Carl Venner, Grace apenas pudo dormir. Cuando no era él el que estaba completamente desvelado, dando vueltas en la cama, era Cleo la que no podía dormir, con el bultito dando vueltas en su vientre.

De un modo milagroso, hacia las siete se sumió en un sueño profundo y no se despertó hasta las diez de la mañana del sábado.

A pesar de estar aún atontado, se puso los pantalones cortos, la camiseta y las deportivas y se fue a correr siguiendo su recorrido favorito, por el paseo marítimo, el Palace Pier, el club de pesca Deep Sea Anglers, en el puerto de Shoreham, y vuelta. Era un circuito de poco menos de ocho kilómetros.

Cuando llegó a casa, se quitó la ropa y fue enseguida al baño. Una de las muchas cosas que le encantaban de Cleo era el gusto que había tenido a la hora de elegir la ducha. Una cortina de agua con efecto lluvia, un chorro frontal y chorros laterales, que se podían conectar o no, al gusto del usuario. Estaba disfrutando bajo el agua cuando de pronto la puerta del baño se abrió con tal violencia que pensó que se soltaría de las bisagras.

Cleo estaba allí, vestida con un vestido camisero holgado, con un ejemplar del Argus en la mano y una expresión pétrea en el rostro.

Roy cerró los grifos y salió, con el agua aún chorreándole por el cuerpo.

—Así que la noche de póker de los jueves fue bien, ¿no? —dijo ella, blandiendo el periódico como un arma.

—Más o menos me quedé a la par, ya te lo dije.

—Parece que te has olvidado de explicarme algún detalle, Roy.

—¿Ah, sí?

—¿Ah, sí? Pues sí, la verdad es que sí. ¡Echa un vistazo a esto! Quizá te refresque la memoria.

El corazón se le encogió cuando vio la noticia en primera página:

GAIA Y EL POLICÍA RESCATADOR: ¿SERÁ AMOR?

Debajo había una fotografía de Grace y de Gaia, evidentemente tomada con teleobjetivo, uno junto al otro, asomados a la ventana de su suite en el Grand Hotel.

—Oye, puedo explicártelo.

—¿Puedes?

En todo el tiempo que llevaban juntos, nunca la había visto tan furiosa.

Ella salió de allí hecha una fiera. Grace cogió una toalla y apenas había empezado a secarse cuando Cleo volvió a entrar con un ejemplar del Mirror del sábado, abierto por una de sus páginas. El titular a toda página decía:

¡LA HISTORIA DE AMOR SECRETA DE GAIA Y EL POLICÍA DE BRIGHTON!

Debajo había otra fotografía similar a la del Argus, también hecha con teleobjetivo, pero en esta Gaia le estaba dando un beso en la mejilla.

Grace leyó el primer párrafo del texto:

La leyenda del rock, Gaia, que está en Brighton rodando su última película, La amante del rey, ha recompensado al superintendente Roy Grace, destacado policía investigador del Departamento de Homicidios, por desbaratar el intento de asesinato de la artista, invitándole a una romántica velada de amor en su suite. En la fotografía, la pareja está a punto de disfrutar de una romántica cena a la luz de las velas.

—¡Esto es increíble!

—Tienes razón —dijo ella—. Lo es. No puedo creer que hicieras algo así, Roy.

—Pero, cariño, escucha. Esto es una invención. ¡Se lo han inventado todo! ¡Te lo puedo explicar!

—Genial. Soy toda oídos. ¡Explícamelo!

Entonces, de pronto, Cleo se llevó las manos al abdomen y soltó un chillido de dolor, y se puso pálida como el papel.

—¡Roy, oh, Dios mío, oh, Dios mío!