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Además de Larry Brooker, varios de los actores y de los técnicos miraban a Gaia, extrañados. Jack Jordan frunció el ceño, preguntándose si su primera actriz no estaría drogada. Desde luego aquella tarde tenía un aspecto muy raro. El cabello le oscurecía gran parte del rostro, llevaba demasiado maquillaje y su voz sonaba rara, como si hubiera envejecido de pronto; tampoco parecía recordar nada de los ensayos del fin de semana. ¿Sería por la impresión, al ver que su hijo había estado a punto de morir el día anterior? ¿Habría sido más sensato concederle un par de días para recuperarse? Ahora era demasiado tarde para pensar en todo aquello.

Le repitió pacientemente la frase, remarcando dónde quería que ella pusiera el énfasis:

—«No es así como una reina espera ser tratada, querido Prinny. Nunca en mi vida me he sentido tan humillada». —Hizo una pausa—. ¿De acuerdo? ¡Mucho más énfasis! En estas últimas tomas casi estás murmurando. Tienes que decírselo a todo el mundo, al público, a todos los amigos y compañeros del rey. ¡Tienes que proyectar! Lo que estás haciendo es intentar humillarlo en público.

Gaia asintió.

Jordan se giró hacia la mesa, hacia el rey Jorge:

—Judd, tú tienes que responder inmediatamente: «Tú nunca has sido una reina. Solo has sido una mujer más, por engalanada que fueras». —Se volvió hacia Gaia—. Y entonces es cuando tú tienes que echarte a llorar y salir corriendo de la habitación, gritando. ¿Está todo claro?

Halpern y Gaia asintieron.

El primer ayudante de dirección, con los auriculares puestos, se colocó a la vista de todos y anunció:

—¡Vale, primera posición, todo el mundo!

—¡Rodando! —dijo el operador de cámara.

El chico de la claqueta se colocó frente al objetivo con la claqueta digital.

—¡Escena uno tres cuatro, toma tres!

Se oyó un chasquido, y se apartó. Jack Jordan gritó:

—¡Acción!

—Gaia —dijo ella, dirigiéndose primero al rey, y luego a todos los que estaban en torno a la mesa, para después girarse en un gesto dramático y dirigirse a Jack Jordan—. ¡Tú nunca has sido una reina! ¡Solo has sido una mujer más, por engalanada que fueras! ¡No eres más que una impostora! Has hecho creer a la gente que los querías, solo para hinchar tu ego, ¿verdad? Bueno, pues no eres tan especial. ¿Lo ves? Cualquiera puede hacer lo que tú haces. ¡Mira a toda esta gente, en esta sala!

Todos se quedaron helados, mirando con asombro, pasmados. Jordan dio un paso en su dirección.

—Gaia, cariño, ¿quieres tomarte unos minutos de descanso?

—¿Lo veis? —dijo ella, ahora ya a voz en grito—. ¡No distinguís! ¡No veis la diferencia! Así que en realidad no la necesitáis a ella. ¡Cualquiera os valdría!

Se dio media vuelta y arrancó a correr, trastabillando, hasta salir de la sala.

Jordan se giró hacia Brooker, anonadado, y luego miró al director de producción.

—Esa…, esa no es ella —dijo Barnaby Katz—. ¡No es Gaia!

Brooker sacudía la cabeza.

—¿Es que ha perdido la chaveta?

—No es ella… ¡Esa no es ella! —dijo Katz otra vez—. ¡Joder, os digo que esa no era Gaia! —Salió corriendo por el pasillo hasta llegar al vestíbulo donde estaba la puerta que daba a los lavabos públicos.

Brooker y Jack Jordan le siguieron.

—¿Que no era Gaia? —preguntó Brooker, exaltado.

—¡No!

—Entonces… ¿quién cojones era ella? ¿Qué es esto, una broma?

—¿Dónde ha ido? —Katz abrió la puerta del lavabo de mujeres y echó un vistazo, y luego miró en el de hombres. Luego salió corriendo hacia la entrada y llegó hasta los dos guardias—. ¿Habéis visto salir a alguien? ¿Hace como un minuto?

Ambos negaron con la cabeza.

—Por aquí no ha pasado nadie en los últimos quince minutos, tal como nos ordenó, señor.

—¿No habéis visto a Gaia… o a alguien que se le parezca?

—A nadie —dijeron, sin pestañear.

Se abrió paso entre ellos, seguido por Brooker y Jordan. A unos metros vio a Grace, que estaba de pie junto a un hombre alto y negro vestido con un traje elegante.

—¿No han visto a Gaia hace un momento? —preguntó.

—¿A Gaia? —respondió Grace. No le gustaban en absoluto las caras de desconcierto que veía.

—¿O a alguien vestido como ella? —precisó Katz.

—Salió corriendo del salón de banquetes y desapareció —añadió Brooker.

—Por aquí no ha salido nadie desde que hemos llegado —dijo Branson—. Y de eso hace al menos siete u ocho minutos.

Grace se quedó mirando a Brooker.

—¿Le importaría decirme qué está pasando? ¿Qué quiere decir que no encuentran a Gaia?

—¡Lo haría, si tuviera la mínima idea!

—Gaia vino al set con un aspecto muy extraño y empezó a actuar de un modo muy raro —dijo Jordan—. Se salió del personaje completamente, empezó a farfullar un montón de tonterías, y luego salió corriendo de la sala.

—No era ella —dijo el director de producción—. Estoy seguro.

—Todo el edificio está protegido —intervino uno de los guardias de seguridad—. Todas las llaves se han retirado de las cerraduras, tal como nos dijo la policía que hiciéramos. Lo hicimos en cuanto se fue el público. Si estaba en el edificio hace cinco minutos, sigue ahí dentro, se lo puedo asegurar.

—Si está diciéndome que esa mujer no era Gaia —le dijo Grace al director de producción—, ¿dónde está Gaia?

Este se encogió de hombros.

—No lo sé. ¿Estará aún en la caravana?

Grace sintió que el pánico de antes volvía a apoderarse de él, presionándole las tripas por dentro. ¿Aún en la caravana?

Jordan y Katz volvieron a meterse en el edificio.

—¿Quiere que vaya a ver? —le dijo Katz a Grace.

—No, ya voy yo. —Se giró hacia Branson—. Glenn, rodea el edificio, pon hombres en cada salida, que no salga nadie, ¿de acuerdo? Ni siquiera el maldito conservador, hasta que yo lo diga. Y que tampoco salga nadie del recinto: quiero un bloqueo total de la zona, y lo quiero ya.

—De acuerdo, jefe.

Grace corrió por el camino que atravesaba los jardines y se paró junto a los dos agentes de policía que montaban guardia unos metros por delante de la puerta de la caravana de Gaia. Dos guardias de seguridad de Gaia charlaban a poca distancia, uno de ellos se estaba fumando un purito.

—¿Alguien ha visto entrar o salir a alguien, desde que estáis aquí? —le preguntó a uno de los dos agentes.

Ambos negaron con la cabeza.

—No desde que Gaia salió en dirección al set, señor —respondió uno.

Grace se acercó a la puerta y llamó golpeando fuerte con los nudillos. Esperó un momento y volvió a llamar. Entonces la abrió, anunciando su llegada:

—¿Hola? ¿Hay alguien?

Le recibió el silencio.

Subió los escalones y entró. Era como si de pronto un anzuelo enorme se le hubiera clavado en el cuello.

Por un instante tuvo la sensación de que todo el interior de la caravana giraba sobre su eje, que las paredes se contraían y luego se expandían de nuevo. No podía creer lo que tenía delante.

—Oh, Dios mío —dijo—. Oh, Dios mío…