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Batchelor necesitó un momento para hacer acopio de valor y acercarse de nuevo a mirar en el interior del arcón. Tenía la impresión de que las venas se le helaban con el aire frío que se elevaba desde el congelador, envolviéndolo.

En el fondo había una cabeza humana, con la cara hacia arriba, entre varios paquetes de guisantes, judías y brécol congelados, a modo de macabra guarnición. Una cabeza de hombre. Tenía la carne gris, cubierta de escarcha, al igual que el cabello; parecía que llevaba un gorro blanco. Los ojos estaban encogidos y se habían convertido en un par de minúsculas canicas.

A pesar de la decoloración y las zonas cubiertas por la escarcha, reconoció inmediatamente el rostro, por las fotografías que había visto: era Myles Royce, el ganador de la subasta del traje amarillo de tweed de Gaia.

Cuando se giró y volvió a entrar en la cocina, Wallace preguntó:

—¿Es esa la parte que os faltaba del «varón desconocido de Berwick»?

—Sí, yo diría que sí.

Uno de los otros agentes de la Unidad de Rastreo, que estaba mirando tras un lavavajillas con una linterna, levantó la vista:

—La madre de Brett siempre dice que de pequeño se le daban muy bien los rompecabezas.

El sargento sonrió; luego sacó el teléfono y llamó a su jefe.

Grace escuchó atentamente lo que le contaba Batchelor, intentando pensar con claridad, pese al pánico que le invadía. Había que tomar una serie de decisiones rápidas. Tenía que informar al comisario jefe y al subdirector Rigg, antes de que se encontrara en la embarazosa situación de que se enteraran del descubrimiento de la cabeza de Royce por las noticias. Pero antes de hacerlo había algo aún más urgente.

Llamó al número de móvil estadounidense del jefe de seguridad de Gaia.

—Andrew Gulli —respondió él, casi al instante, como si esperara una llamada.

—Soy Roy Grace.

—Inspector Grace. Yo… —La voz de James Cagney había perdido la energía de otras veces.

—Tenemos una situación de emergencia, señor Gulli. Tengo una copia del estadillo de producción de la película, y veo que su cliente tiene rodaje en el Pavilion esta tarde. Pero me preocupa mucho su seguridad: tengo motivos para creer que hay una persona ahí fuera que intenta hacerle daño. Ya ha matado al menos una vez. Sabemos qué aspecto tiene y conocemos el disfraz que usa, y creo que podríamos atraparlo enseguida. Pero no quiero correr riesgos con su cliente, así que lo que me gustaría hacer, con su ayuda, es sacarla del set, llevarla a ella y a su hijo a la suite y tenerla allí las próximas veinticuatro horas, bajo vigilancia. ¿Podemos hacer eso?

—Mire, inspector, yo estoy con usted. Pero no puedo ayudarle. Desde esta mañana estoy despedido.

—¿Despedido?

—Sí, me vuelvo a Los Ángeles mañana.

—¿Gaia? ¿Gaia le ha despedido? ¿Justo ahora?

—Sí, bueno, el caso es que le insistí a mi cliente en que debía abandonar Inglaterra enseguida, hoy mismo, y volver a Estados Unidos… Y que al demonio con las consecuencias. No me ha querido escuchar. Así que hemos tenido una situación algo tensa. Me ha dicho que, si no cambiaba de actitud, me despediría. Yo le he dicho: «Señora Lafayette, no voy a poner en riesgo su vida ni la de su hijo. ¿Es que se ha vuelto loca? ¡Al demonio con las consecuencias!». —Se produjo un breve silencio, luego Gulli prosiguió—: Le digo una cosa, inspector, lo que gana con esta película es una minucia comparado con lo que se embolsa en sus conciertos, así que le dije que les dejara plantados, que la denunciaran, que daba lo mismo. Mejor una denuncia que una bala en la cabeza. Pero ella no me ha hecho caso. Le he dicho que no iba a dejarle pisar el set. Así que me ha despedido.

—¿Quiere que intente hablar con ella?

—Gaia Lafayette hace lo que Gaia Lafayette quiere, inspector. No escucha a nadie.

—Voy a hablar con ella ahora mismo.

—Buena suerte. La va a necesitar.

Colgó y llamó inmediatamente al oficial de servicio en la Ops 1, Andy Kille, y se alegró al comprobar que seguía de guardia.

—Hemos encontrado la cabeza de Myles Royce —le informó—. Y el sospechoso está por ahí, y estoy convencido de que tiene intención de atacar a Gaia. Estoy haciendo circular fotografías de Eric Whiteley y de la personalidad ficticia que adopta, Anna Galicia: estoy imprimiendo copias para todas las patrullas y el personal de apoyo. Y quiero que todos los agentes que tengamos disponibles vayan ahora mismo hacia el Pavilion. Quiero que quede precintado.

—Podría enviar también algunos agentes especiales —propuso Kille.

—A todo el que encuentres —respondió Grace—. Hasta que tengamos a ese maniaco entre rejas.

—Voy a aumentar el grado del caso a crítico —dijo Kille—. Graham Barrington es el oficial al mando con nivel operativo oro, y Nick Sloan tiene el nivel plata.

Grace le dio las gracias y echó un vistazo al reloj: las 18.15. Según el horario del estadillo, Gaia tenía que estar en su caravana para maquillarse y vestirse a las 16.00, dos horas antes de la hora prevista para empezar a grabar. Se giró hacia el podiatra forense.

—Haydn, quiero que vuelvas a la sala de control de las cámaras de circuito cerrado: ya encontraré a alguien para que te ayude. Necesito que observes las imágenes de las cámaras de las calles próximas al Pavilion por si reconoces a Eric Whiteley… o a Anna Galicia.

—Sí, claro. ¿Ahora?

—Sí, ahora mismo; tenemos que encontrarle, y rápido. —Miró alrededor—. Bella, quiero que le lleves allí a la velocidad del rayo, y que luego vengas a reunirte conmigo frente al Pavilion. ¿Vale? ¡Venga, rápido!

Bella y Kelly se pusieron en pie a toda prisa y se dirigieron a la puerta. Grace se dirigió al resto del equipo:

—Todos sabemos el aspecto que tiene Whiteley en sus dos imágenes: quiero que todos los que podáis salgáis a buscarle. No podemos saber con seguridad si aparecerá, pero me sorprendería que no lo hiciera, y no podemos arriesgarnos a perderlo.

Comprobó el registro de llamadas de su teléfono, encontró los números correspondientes a sus conversaciones de la noche anterior con Larry Brooker y llamó a su número.

—Brooker —respondió este. No parecía muy contento.

—Soy el superintendente Grace, señor Brooker.

—No es un buen momento —dijo él—. Estamos a punto de empezar a rodar una escena importante. ¿Puedo llamarle más tarde?

—¡No! —se apresuró a responder Grace—. ¿Está Gaia en el set?

—Pues no, señor, precisamente ella no está. Estamos esperándola.

—Señor Brooker, necesito que me haga un gran favor. Creemos que su vida puede correr peligro inmediato. Quiero llevármela custodiada por la policía a la habitación del hotel y tenerla vigilada hasta que pase la amenaza. ¿No podría grabar alguna otra escena en la que no saliera ella?

—Inspector Grace, Gaia ya nos ha retrasado bastante. Tiene que ser realista. Las estrellas reciben amenazas de majaretas constantemente. Ella tiene su propio equipo de seguridad, tenemos el equipo de seguridad del Pavilion, el de la unidad de grabación y toda su operación policial. Este lugar es más seguro que Fort Knox. Aquí no puede entrar ni un ratón sin identificación. Ahora mismo es el lugar más seguro de todo Brighton.

—En ese caso, ¿cómo es que se cayó ayer la lámpara de araña?

—Desde entonces todo está más controlado. Hemos asegurado todas las entradas. Han registrado hasta el último rincón. Estará completamente segura en el set…, si es que conseguimos que salga de su maldita caravana.

Grace colgó, exasperado.

—¿Qué ha pasado, jefe? —preguntó Branson.

—Lo siento, pensé que te lo habrían dicho. Han encontrado la cabeza de Myles Royce.

—¿De verdad? —dijo Branson, mirándole a la cara—. ¿Dónde?

—En el congelador de Eric Whiteley.

—¡Jooooder!

—Sí, y tengo la desagradable sensación de que pretende que Gaia sea su siguiente trofeo. A juzgar por el estado de su casa, ha perdido la cabeza. Ha destrozado todos sus artículos de coleccionista de Gaia, ha pintado las paredes con mensajes de odio contra ella y ha desaparecido.

—¿Dónde crees que puede estar?

—Esta tarde he hablado con una psicóloga que ha escrito mucho sobre acosadores y fanáticos de famosos, una tal Tara Lester. Dice que estos fans obsesivos a menudo crean una relación imaginaria con el famoso. Están «seguros» de que el famoso está esperando el momento justo para responderles. Creen que el famoso está tan enamorado de ellos como ellos del famoso, solo que en secreto. Cuando son rechazados, puede írseles la cabeza. Creo que nos encontramos exactamente con eso. Va a intentar acercarse a ella, sea en el hotel o en el Pavilion.

Branson asintió.

—Olvídate de la reunión de esta tarde. Tú y yo nos vamos allí ahora mismo.