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Potting estaba sentado en su estación de trabajo de la SR-1, desconcertado. Le habían enviado imágenes de todos los cajeros automáticos a poca distancia del café Conneckted. El HSBC, el Barclays, el Halifax y el Santander habían respondido rápidamente y con eficiencia.
Las fue pasando, mirando sucesivamente cuatro rostros de mujeres y dieciséis de hombres, y había algo que no le cuadraba. Las veinte personas habían sacado dinero de aquellos cajeros automático en el periodo de tiempo fijado, entre las 20.15 y las 21.00 del lunes. A pesar de la mala calidad de las imágenes, había una mujer que guardaba un parecido razonable con Anna Galicia. Según parecía, había intentado operar en el cajero del HSBC de Queen’s Road a las 20.31. Pero no constaba ningún reintegro a su nombre. En el banco le habían dicho que quizá se debiera a que le hubieran rechazado la tarjeta. Pero les extrañaba un poco que no hubiera ningún registro de la operación. Otra posibilidad era que hubiera usado una tarjeta que hubiera sido robada y sin que aún se hubiera presentado denuncia: un minuto más tarde, a las 20.32, constaba un reintegro a nombre de un hombre.
El sargento estaba a punto de decidir que había perdido el tiempo con aquella línea de investigación cuando, de pronto, por segunda vez en la tarde, se rompió el silencio habitual de la sala de investigaciones. Esta vez fue con un grito de euforia de Kelly, que entró con tal ímpetu que la puerta chocó contra la pared, dando un golpetazo que hizo que todos levantaran la vista.
—¡Lo he encontrado! —gritó, emocionado como un crío, mostrándole a Grace dos carátulas de CD que tenía en la mano.
—¿Qué es lo que ha encontrado? ¿A Anna Galicia? —preguntó Grace.
El podiatra forense apartó el teclado de Grace y colocó su portátil sobre la mesa. Abrió la tapa e introdujo su contraseña. Un instante después, Grace tenía delante una pantalla partida en dos por una línea vertical. A la izquierda vio lo que parecía una grabación de circuito cerrado de alguien a quien reconocía perfectamente: Anna Galicia, caminando por una calle de Brighton. A la derecha de la pantalla había un hombre con una calvicie incipiente y un traje de negocios. En lo alto vio unas columnas de números y símbolos algebraicos que iban cambiando, aparentemente calibrando y recalibrando los parámetros del andar de ambas personas.
Kelly señaló la pantalla izquierda.
—¿Ve a nuestra misteriosa Anna Galicia?
Grace asintió.
—Hay un buen motivo por el que nadie ha podido encontrarla.
—¿Y cuál es?
Kelly señaló entonces la pantalla derecha. El hombre con poco pelo vestido con traje.
—Porque, en realidad, ella es él.
Grace se quedó mirando al podiatra forense un momento, por si estaba de broma. Pero parecía absolutamente serio.
—¿Cómo demonios lo sabe?
—Por el análisis del paso. ¿Ve todos esos cálculos en la pantalla? Puedo hacer el análisis visualmente, con cierta precisión, porque lo llevo haciendo mucho tiempo, pero esos cálculos del algoritmo que desarrollé yo mismo son más seguros. Existe una mínima variación, porque la mujer va con tacones y el tipo lleva zapatos de hombre convencionales. Pero son la misma persona. Seguro.
—¿Sin lugar a dudas?
—Me jugaría el cuello.