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Gran parte del centro de la ciudad estaba vigilada constantemente por cámaras de circuito cerrado, capaces de ampliar la imagen hasta obtener primeros planos desde una distancia de varios cientos de metros.

El centro neurálgico de la red era la sala de control de la quinta planta de la comisaría de John Street. Era un lugar enorme, con moqueta azul y sillas azul oscuro. Había tres estaciones de trabajo separadas, cada una de ellas con una batería de monitores, teclados, terminales de ordenador y teléfonos.

Sendos equipos de controladores civiles operaban dos de las estaciones. Uno de ellos, con unos auriculares, estaba muy ocupado participando en una operación policial, rastreando los movimientos de un traficante de drogas, pero el otro, Jon Pumfrey, un hombre de casi cuarenta años y rostro despierto, estaba ayudando a Kelly a buscar imágenes de Anna Galicia.

El podiatra forense, con un café tibio de Starbucks en la mano, tenía ya el muslo derecho dormido. Llevaba sentado frente a aquella consola desde poco antes de mediodía, salvo por una pausa rápida para ir a buscar un bocadillo y aquel café. Ahora eran casi las cinco de la tarde. Un caleidoscopio de imágenes de la ciudad de Brighton y Hove, y de otros puntos de Sussex, iba pasando constantemente por las múltiples pantallas. Gente caminando. Autobuses pasando. Un primer plano de un hombre de pie junto a un contenedor de basura.

Kelly ya había localizado a Anna Galicia en seis cámaras diferentes, a última hora de la tarde del lunes. En la primera se dirigía al café Conneckted. En la segunda iba hacia los cajeros automáticos del HSBC en Queen’s Road. En la tercera, cuarta y quinta imágenes, estaba caminando por el exterior del recinto del Pavilion, abriéndose paso por entre el numeroso público. En la sexta, iba en dirección al Old Steine, a las 23.24. Aunque las cámaras cubrían mucho terreno en aquella zona, no volvió a aparecer. Jon Pumfrey le dijo a Kelly que probablemente eso significaría que había tomado un autobús o un taxi y que se había ido a casa.

Ahora estaban repasando las imágenes de los alrededores del Pavilion del día anterior, pasando las grabaciones de las diferentes cámaras durante todo el día a gran velocidad, con la esperanza de volver a verla. Kelly echó un vistazo al reloj, consciente de que tenía que estar de vuelta en la Sussex House para la reunión de las 18.30. Eran casi las cinco. Ya había descubierto más de lo que necesitaba, y estaba emocionado con lo que tenía para informar.

Entonces algo le llamó la atención. Frunció el ceño.

—¡Jon, retrocede unos segundos!

El controlador movió el mando, y la grabación retrocedió.

—¡Para! —ordenó Kelly. El reloj de la pantalla indicaba las 13.00 del día anterior, martes.

La imagen se congeló.

—¿Qué calle es esa? —preguntó Kelly.

—New Road.

—Vale. Amplía la imagen de ese tipo, por favor.

La imagen de un hombre algo calvo vestido con traje llenó la pantalla. Salía por la puerta principal de un bloque de oficinas, vacilaba y tendía una mano, como para comprobar si aún llovía.

—Ahora avanza despacio, por favor.

Kelly observó, cada vez más excitado, mientras el hombre salía del encuadre.

—Sigue adelante. Puedes pasarlo rápido. Creo que volverá.

El podiatra forense tenía razón. Diez minutos más tarde, el hombre regresó, con una bolsita de papel en la mano. Echó un vistazo a una bicicleta encadenada a una farola y volvió a entrar en el edificio.

—Necesito una copia de eso, por favor —le dijo al controlador.

Unos minutos más tarde, cuando Pumfrey se la entregó, la cargó directamente en su ordenador portátil y la pasó por el programa que había desarrollado él mismo para el análisis de la postura al caminar. Después de tomar medidas y de hacer cálculos, hizo varias comparaciones con las cifras obtenidas de las grabaciones de Anna Galicia caminando.

Y ahora sí que apenas podía contener su excitación.