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Veinte minutos más tarde, Grace metió el pastel de pescado en el microondas, encendió el fogón y colocó el cazo con los guisantes encima. Luego sacó el libro de actuaciones de su maletín y se sentó en el sofá a actualizarlo. Humphrey se enzarzó en una batalla a vida o muerte con un elefante de goma en el suelo.

Eran las 12.30 de la noche, y estaba desvelado. Cogió el mando a distancia del Sky y fue pasando por los programas almacenados hasta que vio el que Cleo le había grabado sobre Gaia. Lo seleccionó.

Scuiic, scuiiic, scuiic, grrrrr… La batalla de Humphrey proseguía.

Se puso la comida en un plato, lo colocó sobre una bandeja con una servilleta y unos cubiertos y se sirvió una copa de albariño de la nevera, y volvió a sentarse. Los veinte minutos siguientes comió, sin hacer caso al perro, mientras la vida de Gaia pasaba ante sus ojos. Desde la modesta casa donde vivía de niña, en el barrio popular de Whitehawk, en Brighton, a su traslado a Los Ángeles con menos de veinte años, para ponerse a trabajar de camarera, hasta el lío que tuvo con un productor de discos que la encontró en un restaurante de comida rápida de Sunset Boulevard y le dio su gran oportunidad. Le hizo grabar su primer sencillo con los mismos músicos que habían trabajado en las primeras grabaciones de Madonna y Whitney Houston.

De vez en cuando salían primeros planos de Gaia en los que ella decía lo importante que era tratar el planeta con respeto. «Quiero que me quieras» era uno de los eslóganes usados para transmitir ese mensaje.

Luego aparecieron planos de conciertos que había dado por todo el mundo. Grace sonrió al ver uno, en Múnich, en el que aparecía vestida con un traje típico alemán, con un acordeón y bebiendo cerveza de una cuba gigante. Luego, otro en Friburgo, capital de la Selva Negra, en el que iba vestida con un peto de cuero. Luego, de pronto, en un cambio de vestuario, aparecía de nuevo en el escenario, frente a un público enfervorizado, entre una nube de hielo seco, saltando a la derecha y luego a la izquierda, con un rifle de caza, vestida con un traje de tweed de hombre.

Un traje de un amarillo-ocre intenso, con un estampado muy llamativo.

Agarró el mando a distancia para congelar la imagen, y la bandeja se le cayó al suelo con un gran estruendo. No vio siquiera que el plato estaba boca abajo y el vino derramado: no podía apartar la mirada de la pantalla. Rebobinó unos segundos, puso el vídeo en marcha y volvió a congelar la imagen.

Era exactamente el mismo tejido que habían encontrado en la granja de los pollos. El mismo que habían encontrado en el lago de pesca. No le cabía duda.

Estaba más que seguro.

Gaia lo llevaba en el escenario, allí, ante sus ojos, en uno de los conciertos celebrados en Baviera el otoño del año anterior, en su última gira.

Con la imagen congelada, alargó la mano para coger el teléfono y llamó a Andrew Gulli.

—¿Inspector Grace? —respondió—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Siento llamar tan tarde, pero esto podría ser importante.

—No hay problema, inspector. ¿Tiene alguna novedad?

—Bueno, puede que le parezca algo raro —dijo Grace—. Tengo entendido que Gaia a menudo subasta el vestuario usado en los conciertos, y que da el dinero que recauda a organizaciones en defensa del medio ambiente. ¿Es así?

—Sí, está muy involucrada.

—Necesito saber todo lo que pueda sobre un traje de tweed amarillo que llevó en un concierto en Baviera, en otoño del año pasado.

Gulli respondió con un tono sarcástico, haciendo gala de un humor raro en él:

—No se estará quedando conmigo, ¿verdad, inspector?

—¡No me estoy quedando con usted, se lo aseguro! Necesito información sobre ese traje con la máxima urgencia. Podría ser relevante para su seguridad. ¿Cree que podría recordar si lo vendió en una subasta?

—¿Quiere describírmelo?

Grace le dio los detalles.

—Le diré algo por la mañana.

—No, necesito que me diga algo esta noche. Si tiene que despertarla, discúlpese de mi parte, pero es realmente urgente.

—De acuerdo, déjelo en mi mano, inspector.

Grace siguió rebobinando y reproduciendo la escena. Sin poder apartar la vista del traje. Luego limpió el estropicio del suelo. Estaba sirviéndose otra copa de vino cuando Gulli le devolvió la llamada.

—Inspector Grace, acabo de hablar con Gaia. De esto hace ya un tiempo, tiene que entenderlo. Pero, por lo que recuerda, ese traje fue subastado el otoño pasado, en octubre o noviembre. Cree que obtuvieron por él una suma bastante importante, más de lo habitual.

—Gracias —dijo Grace.

—¿Puedo ayudarle en algo más esta noche? ¿Han hecho algún progreso con lo de la lámpara?

—Tengo un equipo de la Científica y otro de rastreo trabajando toda la noche.

—He observado que ha aumentado la presencia policial en los alrededores del hotel esta noche —dijo Gulli—. Pero tengo pensado recomendar a Gaia que se vuelva mañana a Los Ángeles. Estoy buscando vuelos.

—¿No les supondría eso un problema con el calendario de rodaje?

—Sí, pero su seguridad y la del niño son más importantes.

—Le agradecería que esperara a ver lo que descubrimos mañana.

—Esta situación no me gusta nada —constató Gulli.

Grace tenía la impresión de que a aquel hombre no le gustaba nada de nada. Pero no se lo dijo.

—Entonces supongo que mi tarea es asegurarme de que la cosa empieza a gustarle.

—Aún espero que me convenza.

Grace colgó, y llamó inmediatamente a Branson para ponerle al día sobre el tejido de tweed. Luego volvió a ver toda la escena de vídeo.

Treinta minutos más tarde, cuando el documental llegó al primer papel de Gaia en el cine, se quedó dormido en el sofá.