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Grace y un abatido David Barry volvieron enseguida al Salón de Banquetes. Ya habían sacado al equipo de filmación de la sala, y dos policías montaban guardia junto a la puerta. Un gran número de bomberos esperaba al lado de su equipo, aguardando a que el forense y el patólogo del Ministerio del Interior decidieran si había que llevar el cuerpo al depósito o si la primera parte de la autopsia iba a realizarse allí mismo.

Había llegado un fotógrafo forense, así como el secretario del juzgado, que estaba hablando con el inspector Tingley. Grace esperaba que hubiera suficiente personal de turno en el depósito, para que no hicieran ir a Cleo, que tanto necesitaba descansar esa noche.

Tingley se giró hacia Grace.

—Jefe, no podemos contar con un patólogo del ministerio hasta mañana por la mañana. Nadiuska va a efectuar la autopsia. Le he explicado la situación y nos ha dado permiso para que nos llevemos el cuerpo al depósito.

—Bien. —Levantó la vista un momento—. Creo que tendremos que hacer malabarismos con los responsables de esta película. Tengo la impresión de que alguien provocó la caída de esta lámpara deliberadamente. Quiero que la parte de la cúpula sea considerada escenario del crimen: que suban los de la Científica, y advertidles de que hay sustancias peligrosas.

Uno de los agentes de policía de la puerta se le acercó.

—Señor, hay un caballero que dice que es el productor de la película e insiste en hablar con usted.

Grace se acercó hasta la puerta y vio a un hombre bajo y calvo vestido con ropa informal pero muy cara. Parecía indignado.

—¿Usted es el agente al mando? —dijo Larry Brooker, impetuoso.

—Soy el superintendente Grace; dirijo la División de Delitos Graves de Sussex.

—Larry Brooker; soy el productor de esta película —replicó él, apuntando con el dedo en dirección a Tingley—. Tengo un problema con ese colega suyo. ¡Estoy rodando una película multimillonaria y no me deja acceder a mi propio set de rodaje!

—Me temo que eso es correcto —corroboró Grace—. No se permite la entrada al edificio a nadie durante el tiempo que duren nuestras investigaciones. Me temo que yo también voy a tener que pedirle que salga de aquí.

—Lo siento, eso no puedo permitirlo —dijo Brooker.

—Con todo el respeto, esa decisión no le corresponde a usted —replicó Grace.

El productor se lo quedó mirando.

—¿Ah, no? ¿Y a quién le corresponde esa decisión?

—A mí —dijo Grace.

—Tiene que hacerse cargo, inspector… ¿Tiene idea…?

—¿Se hace usted cargo de que hay un cadáver bajo esa lámpara? —le interrumpió Grace, que apenas podía contener la rabia.

—Bueno, ¿y cómo quedamos entonces?

«¿Es que a este monstruo no le importa nada? —pensó Grace, mirando al calvo rabioso que tenía delante y sintiéndose muy tentado de responderle algo realmente ofensivo—. ¿Que cómo quedamos? ¿Quedamos en que usted se va a la mierda y me deja en paz?». Pero recordó lo importante que era aquella película para su querida ciudad.

—Señor Brooker, soy consciente de su situación, e iré todo lo rápido que pueda. Voy a traer un equipo para que trabajen durante la noche. Me temo que tenemos que precintar todo el edificio, pero, según lo que diga el Departamento de Salud y Seguridad, intentaré devolvérselo mañana por la tarde. ¿Le parece bien?

—¿A qué hora de mañana por la tarde? —gruñó Brooker.

—¿A qué hora lo necesita?

—Pensábamos grabar después de que se cerrara al público, a partir de las 5.45.

—¡Jefe! —objetó Tingley.

—Muy bien —dijo Grace, sin hacer caso a las protestas de Tingley—. Lo tendrá a su disposición entonces. ¿Pueden grabar en el exterior esta noche, o en otro lugar?

—Esa era la idea. Hemos convocado a más de cien extras aquí. Es una escena muy importante, una escena clave. Pero ¿cómo vamos a grabar en el exterior con todos esos coches patrulla?

—Los pondremos en otro sitio. Si nos dice qué zona necesita libre, se la despejaremos.

Entonces se giró hacia Tingley.

—Tengo mi coche fuera. Reúnete conmigo allí dentro de cinco minutos.

Salió a toda prisa del edificio, buscando a Andrew Gulli, pero ni rastro de él. Entonces cruzó el césped hacia el pequeño poblado de caravanas y camiones. Cuatro gorilas montaban guardia a la entrada de la caravana de Gaia. Grace les enseñó su placa y luego les preguntó si alguno había visto al señor Gulli.

—Ha ido al hotel a encargarse de aumentar la seguridad allí —respondió un vigilante, con un tono de voz que sonaba como si tuviera la boca llena de cubitos de hielo.

Grace llamó a la puerta. Un momento después le abrió una ayudante de Gaia que ya había visto en la suite del Grand. Era pelirroja y llevaba un moderno corte de pelo sesgado, una camiseta negra, vaqueros del mismo color y zapatillas de tenis.

—Lori, ¿verdad?

Ella lo reconoció y sonrió, pero parecía incómoda.

—Inspector Grace, ¿qué puedo hacer por usted? —dijo, con un claro acento americano.

—Quería asegurarme de que Roan está bien.

—Ajá, está bien. Gracias.

—¿No se ha hecho daño?

—No, está bien. Ni siquiera está afectado. Creo que está confundido, más que nada. Gracias por interesarse. ¿Qué es lo que ha pasado realmente? Andrew nos ha dicho que ha habido algún tipo de accidente con una lámpara de araña, pero no nos ha dado ningún detalle.

—Sí, me gustaría explicarle a Gaia la situación. ¿Está ahí?

La ayudante dio un paso atrás y anunció:

—¡Es el inspector Grace!

Un momento más tarde le hizo pasar.

Grace subió los escalones y entró en el vehículo, en el que flotaba el olor a un perfume muy delicado y el leve rastro de un cigarrillo fumado hacía poco. Había un televisor encendido, sintonizado en un canal de dibujos animados, y Roan estaba sentado frente a una mesa, con su gorra de béisbol puesta y un videojuego en las manos, mirando los dibujos animados con cara de aburrimiento. Luego volvió a concentrarse en su juego.

—¿Estás bien? —le preguntó Grace.

Él se encogió de hombros y apretó una palanquita del videojuego.

Entonces una mujer que no reconoció a primera vista apareció por una puerta interior, envuelta en una bata de seda color crema, con el cabello rubio y un corte de cabello masculino. Parecía abatida, pero le saludó con una voz alegre y muy sensual.

—¡Eh, el señor Ojos de Paul Newman!

Él le sonrió; estaba diferente, pero tremendamente guapa.

—¿Qué está pasando? ¿Es que el edificio se viene abajo o algo así?

Él meneó la cabeza.

—Lo siento mucho; estamos haciendo todo lo que podemos para determinar qué ha sucedido.

Ella se le acercó, le rodeó con sus brazos y le abrazó con fuerza.

—Esto es terrible —dijo.

—Llegaremos al fondo de la cuestión enseguida, se lo prometo.

De pronto, ella le dio un beso rápido —pero no tan rápido— en la mejilla, y le miró un momento a los ojos. Cuando él le devolvió la mirada, sintió una tensión eléctrica entre ambos.

—Sé que lo hará. Gracias por todo lo que está haciendo por nosotros durante nuestra visita a su ciudad, inspector —dijo. Su aliento olía a menta.

Él se encogió de hombros y se ruborizó.

—Me temo que, después de este incidente del salón de banquetes, eso no basta.

—¿Puedo ofrecerle algo de beber?

Él negó con la cabeza.

—Gracias, pero tengo que irme enseguida. Solo quería asegurarme de que Roan estaba bien. Es demasiado pronto para decir si alguien ha tenido que ver con esto, pero hemos cerrado el Pavilion para investigar, así que esta noche no se podrá rodar dentro.

—¿Cree que alguien podría haber hecho algo para que esa lámpara se cayera?

—No querría alarmarla, pero es bastante posible.

—¿Estaban intentando atentar contra mi hijo? —dijo, con los ojos abiertos como platos.

—Si lo ocurrido está relacionado con el mensaje de correo que recibieron anoche (y eso no es más que una especulación, ahora mismo), yo diría que es más probable que quisieran atentar contra usted y que les saliera mal. Pero ahora mismo no querría decir nada que pudiera preocuparla innecesariamente.

Ella se lo quedó mirando de nuevo a los ojos.

—¡Mientras usted esté por aquí, inspector, no me preocuparé!

Él pensó por un momento que iba a besarle otra vez, y dio un paso atrás, haciendo ademán de marcharse, intentando mantener una distancia profesional.

—Gracias —dijo—. Gracias por ser tan comprensiva.

Pas de quoi! —dijo ella, lanzándole un beso.