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—¡Mucho mejor! —dijo Gaia, vestida con su bata de seda, mientras su peluquera, Tracey Curry, encaramada a unos zapatos de tacón de vértigo, le daba los últimos retoques a su cabello rubio.
Gaia se quedó mirándose en el espejo, satisfecha con su nuevo corte de pelo, que era aún más corto que unos días antes.
—Te resultará mucho más cómodo cuando tengas que ponerte esa peluca —comentó la peluquera.
—¡Eres un tesoro! —Se giró hacia su ayudante, Martina Franklin—. ¿Qué te parece?
—¡Es muy de tu estilo!
Eli Marsden, su maquilladora, asintió.
—¡Te queda estupendo!
Gaia se giró hacia su hijo, que estaba sentado junto a una mesa, más allá, viendo un vídeo en su iPad.
—Roan, cariño, ¿te gusta el nuevo peinado de mamá?
—Ajá —respondió, sin demasiado interés—. Estoy aburrido. ¿Puedo ir a echar un vistazo al palacio?
—Claro, cielo. Ve a dar un paseo. Yo iré enseguida. Pídele a uno de los guardias de seguridad que te lleve.
Roan, vestido con una ancha camiseta azul de LA AMANTE DEL REY, vaqueros y deportivas, saltó de la silla y cambió el fresco ambiente de la caravana climatizada por el cálido aire de aquella tarde nublada. Decidido a no hacer caso de su madre y a explorar por su cuenta, atravesó los jardines del Pavilion hasta llegar a la puerta principal. El guardia de seguridad le miró.
—Tú eres el hijo de Gaia, ¿verdad? ¿Sloan?
—¿Eh? Roan —le corrigió.
—Perdón, Roan.
El chico se encogió de hombros.
—No pasa nada. Mamá me ha dicho que puedo echar un vistazo.
—Adelante, Roan —dijo el guardia, indicándole la entrada—. Cuando entres, gira a la derecha, sigue el pasillo y llegarás al salón de banquetes, donde va a rodar tu mamá.
—Vale.