81

Son las 18.30 del lunes 13 de junio. Esta es la decimoctava reunión de la Operación Icono —dijo Grace a su equipo—. Hoy hemos hecho algunos progresos —anunció, y se giró hacia Potting—. ¿Norman?

Potting tenía una sonrisa socarrona en la cara que a Branson le recordó la caricatura de un Buda. No podía dejar de mirar a aquel viejo carcamal, sin acabar de creerse que pudiera ser su rival en asuntos de amores.

—Hemos recibido un informe del laboratorio —dijo, con su acento de pueblo y su habitual aire fanfarrón—. El ADN de los cepillos de pelo y de dientes que cogí de casa de Myles Royce coincide con el recuperado en la West Sussex Piscatorial Society. No hay duda de que son de la misma persona.

El ambiente de la sala cambió sensiblemente.

—Buen trabajo, Norman —dijo Grace—. Bueno, tenemos que obtener más información sobre la víctima. Norman, como ya conoces a la madre, deberías llevarte a un agente de enlace para darle la noticia. A ver si te enteras de algo más sobre sus amigos y su trabajo. Pídele permiso a la madre para registrar la casa de la víctima. En particular, veamos si tiene un ordenador y un teléfono móvil (con un poco de suerte, puede que tenga ambos). Si no encontramos su móvil, coged el número a su madre, y le pediremos al operador todo lo que nos pueda dar. Podemos analizar sus movimientos, y ver con quién ha hablado.

Hizo una pausa y tomó una nota.

—Si tenía coche, vamos a pedir su historial de movimientos durante los últimos dieciocho meses a la Unidad de Reconocimiento de Matrículas. También hay que ver las fotografías de otras personas que tiene en casa: quiénes eran sus amigos y a quiénes admiraba. Contactaremos con la Unidad de Delitos Tecnológicos para que investiguen en las redes sociales, a ver si estaba en Twitter, si tenía una página en Facebook, Linkedin… o lo que sea. Tenemos que saberlo todo de él. Con quién salía, por dónde se movía, qué aficiones o perversiones tenía, o de qué clubs era miembro. En particular, quiero saber más sobre su obsesión por Gaia y si pertenecía a algún club de fans. Bueno, Norman, todo eso es cosa tuya.

—Sí, jefe.

Branson miró a Potting, y luego a Bella. Parecía muy triste, y él sabía cómo hacerla feliz. Eso si conseguía sacar a ese inútil de Potting de en medio.

¿O sería todo aquello una gran tontería? Su vida era un caos total: tal como estaban las cosas, quizá no tuviera ningún sentido enredar la vida de otra persona.

—¿Glenn?

—Sí, jefe. Hoy Bella y yo hemos interrogado a los catorce trabajadores de la agencia contable Feline Bradley-Hamilton. Es la única empresa que hemos encontrado que tenga relación con la Stonery Farm y la West Sussex Piscatorial Society a la vez; están especializados en llevar las cuentas de granjas y otros negocios con instalaciones rurales, e incluso han creado su propio paquete de software para granjeros. Durante este proceso hemos dado con una persona que no nos ha hecho mucha gracia y que creemos que se debería investigar algo más. —Miró sus notas—. Se llama Eric Whiteley.

—¿Por qué motivo?

—Usé esa técnica de ojo derecho y ojo izquierdo que me enseñaste.

Grace asintió. El cerebro humano se divide en hemisferio izquierdo y derecho. Uno almacena memoria a largo plazo; en el otro es donde tienen lugar los procesos creativos. Cuando se le pregunta algo a alguien, invariablemente sus ojos se mueven hacia el hemisferio que usan. Algunas personas almacenan la memoria en el hemisferio derecho; otras en el izquierdo; el hemisferio creativo es el otro.

Cuando la gente dice la verdad, sus ojos se mueven hacia el hemisferio de la memoria; cuando miente, hacia el creativo, para «construir». Branson había aprendido de Grace a distinguir un hemisferio de otro con una simple pregunta de comprobación como la que le había hecho a Eric Whiteley al principio, sobre el tiempo que llevaba trabajando para la empresa, a la que no tenía ninguna necesidad de haber mentido.

—¿Y? —preguntó Grace.

—En mi opinión, nos estaba mintiendo —dijo Branson, girándose hacia Bella—. ¿Tú qué crees?

—Estoy de acuerdo, señor. Whiteley es un bicho raro. No me gustó nada la manera en que respondió a nuestras preguntas.

Grace tomó nota en su cuaderno: «Eric Whiteley. ¿Persona de interés?».

—¿Tomasteis su dirección particular?

—Sí —dijo Bella—, aunque nos costó.

Grace levantó las cejas.

—¿Y eso?

—No dejaba de decir que estábamos invadiendo su intimidad —aclaró Branson.

—Creo que deberíais ir a su casa y hablar con él de nuevo. Deberíamos saber si hay que tenerlo en cuenta para la investigación o descartarlo.

El problema de no saber la fecha de la muerte de Royce era que todo el equipo trabajaba en falso. Cuando había una fecha de la muerte claramente establecida, las coartadas eran un modo rápido y eficiente de descartar a gente como Whiteley (o de incriminarlos). Se dirigió hacia los analistas del HOLMES, la red de investigación del Ministerio del Interior, y a los agentes del servicio de inteligencia.

—Quiero que comprobéis los registros de los últimos dos años y que os enteréis de si los vecinos de Whiteley se han quejado alguna vez de él. Si se ha visto involucrado en algún incidente. Creo que deberíais hablar con el superior de Whiteley para saber qué tal es en el trabajo.

—Ya hemos fijado una cita con él, señor.

—¡Bien! —Luego se giró hacia el agente Exton—. Las botas de agua Hunter: ¿alguna noticia de las tiendas? —preguntó, señalando las tres pizarras blancas.

En una de ellas había una fotografía de la Stonery Farm, rodeada con un círculo de rotulador azul, y una foto del lago de pesca de la West Sussex Piscatorial Society, también rodeada de azul, con una línea que las conectaba. En la segunda pizarra había fotografías de una bota Hunter, y tres fotografías de las huellas halladas a orillas del lago, a tamaño natural. En la tercera pizarra había fotos del torso y los miembros de Myles Royce, junto a la última incorporación del día: su rostro.

—He conseguido una lista de vendedores al detalle —informó Exton—. Hemos estado repasándola, elaborando un listado de nombres de clientes en nuestra zona de trabajo (Sussex, Surrey y Kent) en los últimos dos años. Pero el problema en muchos negocios, como centros de jardinería y tiendas de artículos de campo, es que no conservan datos de sus clientes. Estamos sacando todo lo posible de los registros de las tarjetas de crédito, pero es lento y el resultado será incompleto. A medida que vamos obteniéndolos, estamos pasando los nombres a la analista —dijo, mirando a Vineer.

—De momento, nada —dijo ella—. Tengo los nombres de dieciséis personas que han comprado esas botas recientemente, pero ninguna coincide con los nombres que tenemos en el sistema, incluido Eric Whiteley.

Grace había trabajado con ella en varias investigaciones de asesinato y sabía lo minuciosa que era. Si ella no había encontrado coincidencias, era que no las había. Observó sus notas.

—Haydn, ¿qué tal va con el análisis de la postura corporal?

—He completado mi modelo informatizado. No os aburriré con datos técnicos, pero el análisis de las huellas demuestra que el agresor tenía una manera de caminar muy inusual. Yo creo que podría distinguirlo entre una multitud. Podría pasarme unos días en la sala de cámaras de circuito cerrado de John Street, si quiere.

Brighton y Hove tenían una de las redes de cámaras de circuito cerrado más completas del país. A ello contribuía el hecho de que al sur limitaban con el canal de la Mancha, lo que creaba una zona de actuación relativamente estrecha, hacia el este, el norte y el oeste. Pero el problema, tal como lo veía Grace, era «en qué multitud» buscar. Un día de trabajo de Haydn Kelly costaba mucho dinero; no podía tenerlo sentado delante de una batería de monitores de televisión, observando grabaciones en tiempo real, con la esperanza de que descubriera a la persona que buscaban, cuando no había ninguna garantía de que el asesino de Myles Royce se encontrara siquiera en la ciudad.

Levantó la vista hacia la fotografía del muerto. Por lo que la madre le había dicho a Potting, Royce tenía cincuenta y dos años. Grace le habría puesto unos cuantos menos. El pobre hombre no había sido dotado de atractivo. Tenía una cara algo flácida, con los ojos saltones, como si tuviera un problema de tiroides; labios gruesos, la nariz chata y un matojo informe de pelo castaño oscuro con el tono mate artificial típico de un mal teñido.

Un tipo que vivía de rentas. De una herencia modesta. No había tenido que trabajar ni un día en toda su vida. Solo invertía en propiedades de vez en cuando. Por la expresión que tenía en su fotografía, desde luego no parecía feliz.

«¿Cómo has acabado así? ¿Con el torso cubierto de cal y sumergido en mierda de pollo? ¿Con los miembros en un lago de pesca? ¿Y sin cabeza?».

—¿Sabe qué, jefe? —dijo Potting, como si le leyera la mente—. ¡Solo con que encontráramos la cabeza, quizá podríamos saber quién lo hizo!

Se oyeron unas risitas contenidas en la sala. Grace hizo lo que pudo por mantener la compostura, pero no pudo evitar que se le escapara una sonrisa.

En todas las investigaciones de asesinato en las que había participado y, más recientemente, desde que las dirigía, no recordaba ninguna en la que tuvieran menos información sobre la víctima o el sospechoso.

Al cabo de dos horas tenía que asistir a una rueda de prensa, con Branson. Si emitían correctamente el mensaje, quizá consiguieran que algún testigo crucial llamara directamente a la policía o, de forma anónima, a la línea de Crimestoppers. Myles Royce era hijo único. Para su madre, él era su vida. Después de independizarse, la había ido a ver cada semana durante treinta años, y la llamaba cada domingo a las siete, sin falta. Ahora llevaba casi seis meses sin llamarla. Y no volvería a hacerlo.

¿Qué había hecho para merecer aquella muerte, aparentemente tan indigna? ¿Quién le había hecho eso… y por qué? ¿Por un motivo sexual? ¿Celos? ¿Un robo? ¿Homofobia? ¿Un ataque psicótico al azar? ¿Una venganza? ¿Una discusión que había acabado en enfrentamiento?

Se quedó mirando a su equipo.

—¿Cuántos de vosotros sois fans de Gaia?

Varios levantaron la mano de inmediato. Miró a Reeves, que parecía ser la que más interés tenía en el asunto.

—¿No es verdad que Gaia incluye algo de sado-maso en sus trabajos?

—Sí, jefe, pero solo como broma en uno de sus números, y en una de las carátulas de sus álbumes.

—¿No se nos estará escapando algo muy obvio? ¿Ha escrito alguna canción sobre el desmembramiento de alguna persona? ¿Ha creado alguna escena enfermiza que alguien pudiera haber copiado?

—Yo conozco todo lo que ha hecho, señor —dijo la agente Reeves—. Aunque eso me convierte en una fan algo patética, ¿no?

—En absoluto —respondió Grace, sonriendo.

—Pero no se me ocurre nada de lo que ha hecho que pudiera llevar a un psicópata a desmembrar a alguien.

Tras la reunión, Grace volvió a su despacho y anotó algunas cosas en su cuaderno de actuaciones:

¿Asesinato homofóbico?

¿Chantaje de un amante homosexual?

¿Implicación criminal? ¿Había sido testigo de algo? ¿Tráfico de drogas en un lugar de contacto entre homosexuales?

Sonó el teléfono. Miró la pantalla y no reconoció el número. Salió al pasillo y respondió.

Le habló una voz baja y furtiva.

—¿Superintendente Grace?

Grace no necesitaba preguntar quién estaba llamando. Reconoció la voz del reincidente e informador Darren Spicer.

—Sí, ¿en qué puedo ayudarte?

—Tengo más información para usted. Esta es gratis.

—Eres muy generoso.

—Sí. Pensé que le gustaría saberlo. El trato que me habían ofrecido, del que hablamos… ¿Se acuerda?

—Ajá.

—Su amigo acaba de volver y me ha ofrecido el doble para que haga el trabajo.