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—¡La muy zorra no me deja! —exclamó Branson, entrando como una exhalación en el despacho de Grace el lunes, antes de las ocho de la mañana—. ¿Te lo puedes creer? ¡Una oportunidad única, algo que podrían contar a sus hijos un día… y a sus nietos!
Grace levantó la vista de las notas que su secretaria le había preparado para la reunión de la mañana.
—¿Qué es lo que no te deja?
—¡Llevar a Sammy y a Remi a jugar con el hijo de Gaia!
—¡Estás de broma!
—Lo que menos estoy es de broma. Estoy furioso. Ha dicho que no. Se lo pregunté a los dos, cuando salimos juntos el sábado por la tarde, y estaban ilusionadísimos. Ya te he dicho que son fans incondicionales de Gaia. Así que cuando los llevé de nuevo a casa se lo dije a ella.
—Ella no puede impedírtelo. Tú llévalos.
—Dice que Gaia es un símbolo sexual y de lenguaje obsceno, y que no va a permitir que los corrompa.
—¡Eso es ridículo! ¡Su hijo tiene seis años!
—¿Quieres llamar a Ari por teléfono y contárselo?
—Si quieres, lo hago —dijo Grace, echándose un farol. No había muchas cosas que le asustaran en el mundo, pero la mujer de Branson era una de ellas.
—He hablado con mi abogada este fin de semana. Me ha aconsejado que no fuerce la situación, que Ari podría usarla en mi contra.
—¿Cómo?
—No lo sé. —Se sentó frente a Grace, con aspecto abatido—. ¿Qué tal tu fin de semana?
Para variar, Grace había tenido un fin de semana tranquilo. Solo un par de reuniones cortas de la Operación Icono, pero el resto del tiempo lo había pasado con Cleo. El sábado habían salido a comprar cosas para la habitación del bebé. El domingo habían comprado curry para llevar, habían visto un par de películas en casa y habían leído los periódicos. Una de las extravagancias de Cleo, que a él le gustaba, era que estaba suscrita al número del domingo de todos los periódicos del país, desde el más vulgar al más intelectual.
Había hecho buen día, y ella había insistido en que salieran a tomar aire fresco a su lugar favorito, el paseo bajo los acantilados de Rottingdean, que habían conseguido recorrer en su totalidad. Realmente daba la impresión de que los problemas de unas semanas atrás, cuando había sufrido una hemorragia repentina, eran cosa del pasado. Solo faltaban unas semanas para que saliera de cuentas.
Iba a coger la baja a finales de esa misma semana. El resto del domingo lo había pasado en el sofá, trabajando en sus estudios de Filosofía, y él había estado repasando los papeles del juicio del caso Carl Venner, que empezaría esa misma mañana en los juzgados de Old Bailey.
Alargó el brazo y cogió la enorme mano negra de su amigo. Estaba dura como una piedra; era como agarrar un trozo de ébano. Aun así, la apretó.
—No dejes que te hunda, colega. ¿Vale?
Branson le devolvió el apretón.
Grace no dijo nada. Se daba cuenta de que aquel tipo duro a quien tanto quería estaba al borde de las lágrimas.