71
Para la reunión del viernes por la tarde, Branson eligió un asiento que le permitiera ver claramente a Bella. Observó que, como siempre, ella y Potting se situaban bien lejos el uno del otro, lo que complicaba el contacto visual. Eran policías experimentados, pensó: era evidente que aquello lo habían planeado. ¿Cuánto tiempo haría que duraba aquella relación? Tampoco hacía tanto que Potting se había casado por cuarta vez, seducido por una joven tailandesa que le había sacado hasta el último penique.
Vio cómo Bella se metía un Malteser en la boca. No era guapa, desde luego, pero había algo en ella que le resultaba muy atractivo. Una imagen cálida y vulnerable que le hacía desear rodearla con sus brazos. Poco antes había estado pensando que quizás él pudiera darle algo mejor que la vida de sacrificio que había llevado hasta entonces aquella chica, cuidando de su madre enferma. Ahora la misión era otra completamente diferente. Potting no le convenía lo más mínimo. Lo miró. Aquel tipo, con aquella sonrisa socarrona…
«Venga ya, Bella, ¿cómo narices puede gustarte ese tío?», pensó.
—¿Glenn? ¿Oye? ¿Glenn?
Reaccionó, sobresaltado, y vio que Grace le estaba hablando, aunque no sabía de qué.
—Lo siento, jefe, tenía la cabeza en otra parte.
—¡Bienvenido al planeta Tierra!
Se oyeron unas risitas en la sala.
—Un día largo, ¿eh? —le preguntó Potting. Sus palabras eran como un cuchillo retorciéndose en su vientre.
—Te preguntaba por los resultados del ADN en los cuatro miembros —dijo Grace, echando un vistazo rápido a sus notas—. Habías dicho que esperabas los resultados hoy mismo.
Branson asintió.
—Sí, ya los tengo —dijo, abriendo una carpeta de plástico—. Puedo leerte el informe completo del laboratorio, si quieres.
Grace negó con la cabeza. Para la mayoría de los agentes de policía, incluido él, los informes de ADN eran un arte arcano misterioso. En sus tiempos de estudiante, las ciencias siempre se le habían dado fatal. De hecho, en el colegio se le había dado todo fatal, salvo el rugby y el atletismo.
—Mejor haznos un resumen, Glenn.
—Muy bien. Pues los cuatro miembros pertenecen al mismo cuerpo y es prácticamente seguro que corresponden al torso del «varón desconocido de Berwick».
—Buen trabajo —dijo Grace—. Bueno, pues ya tenemos otra ficha del puzle en su sitio. Ahora lo que nos falta es la cabeza.
—A lo mejor estamos buscando a un hombre que perdió la cabeza por una mujer —propuso Potting, riéndose de su propia gracia.
—De eso sabes tú mucho —le replicó Bella.
Potting se ruborizó y bajó la mirada. Para todos los demás, aquel comentario era una puya sobre sus fracasos matrimoniales. Solo Branson sabía la verdad.
—Eso no nos ayuda mucho, Norman —dijo Grace.
—Lo siento, jefe —dijo él, paseando la mirada por la sala con una sonrisa traviesa, pero nadie le siguió el juego.
Grace se lo quedó mirando. Era un buen investigador, pero a veces sus chistes malos resultaban de lo más cargantes, y en aquel caso estaban resultando peores que nunca.
—En fin, tenemos una diferencia de tiempo entre el torso y los miembros —expuso Branson, relegando a un rincón de su cerebro aquel batiburrillo de pensamientos que le distraían y concentrándose de nuevo—. Sabemos que el torso fue depositado hace muchos meses, y está en un avanzado estado de descomposición. Los miembros están relativamente intactos.
—Lo que da a entender que Darren Wallace, que sugería que podían haber sido congelados, probablemente tenga razón —dijo David Green, jefe de la Unidad de Rastros Forenses.
—¿Eso no puede determinarlo el forense? —preguntó Bella.
Branson sacudió la cabeza.
—No es fácil. La congelación provoca daños en las células, pero comprobarlo lleva tiempo.
—¿Y eso qué significa? —intervino Grace, dirigiéndose a todo el equipo—. ¿Por qué se deshicieron del torso hace meses, y de los miembros hace solo un par de días?
—¿Será que están jugando con nosotros, jefe? —sugirió Nicholl.
—Sí, eso es una posibilidad —admitió él—. Pero recurramos a nuestro viejo amigo Ockham, el de la navaja.
Guillermo de Ockham fue un fraile y un filósofo lógico del siglo XIV. Postuló que la respuesta más simple solía ser la correcta.
—¿Estás sugiriendo una relación entre Crimewatch y los miembros, jefe? —dijo Guy Batchelor.
—Creo que nos enfrentamos a alguien que es muy listo o está muy nervioso —respondió Grace—. Es posible que dejara el torso y el tejido del traje en la granja de pollos como pista. Y luego los miembros y el tejido en el lago de pesca para darnos otra pista. En cuyo caso, en algún momento, encontraremos otro trozo de tela y la cabeza. O también puede ser (y a mí me parece más probable) que Crimewatch le pusiera nervioso y quisiera librarse de algunas pruebas, o quizá de todas las que le quedaban. El equipo de Lorna sigue buscando la cabeza.
—¿Y no podría ser que la guarde como un trofeo del que no se quiere desprender? —propuso Potting.
—Sí, es posible —concedió Grace, asintiendo. Miró sus notas—. De momento lo único que podemos hacer es trabajar con lo que tenemos. Bien, en cuanto al tejido… —Miró a Branson—. ¿En qué punto estamos?
—El sargento Batchelor se está ocupando de eso, jefe.
Batchelor asintió.
—Tengo el equipo de investigación de campo repasando la lista que nos dieron los de Dormeuil. Todas las tiendas de ropa y los sastres de los tres condados analizados que compraron cantidad suficiente de esta tela como para hacer trajes, entre ellas Savile Style. Este mismo mediodía, le he pasado una lista de las ochenta y dos personas que compraron uno de estos trajes, o a quienes se lo hicieron a medida, a Annalise Vineer. —Se giró hacia la analista—. ¿Qué has encontrado, Annalise?
—Bueno, hay algo interesante —dijo, ruborizándose un poco, como si no estuviera acostumbrada a ser el centro de atención—. Hay una tienda de ropa de hombre en Gardner Street, en Brighton, llamada Luigi, que, hace un par de años, vendió un traje de esta tela a un hombre llamado Myles Royce. No estaba hecho a medida, pero el propietario, Luigi, recuerda haberle hecho unos cuantos arreglos para que le cayera mejor. Myles Royce está en nuestra lista de desaparecidos. El sargento Potting está haciendo el seguimiento.
Grace se giró hacia Potting.
—¿Has encontrado algo al respecto?
—Sí, jefe. La dirección que tenía Luigi de su cliente era en Ash Grove, en Haywards Heath. He ido esta tarde: es una bonita casa independiente, en un barrio respetable. He llamado, pero no me ha abierto nadie, y la casa parecía abandonada. Yo vengo del campo y sobre hierba sé bastante. Yo diría que la de ese jardín no la han cortado en todo el año. El jardín está cubierto de malas hierbas. He encontrado una vecina muy solícita, una anciana que vive enfrente, y me contó que el hombre vivía solo. Lleva cuidándole el gato varios meses. Según parece, Royce tenía algunas inversiones, una especie de renta familiar de la que vivía, y le había dicho que iba a viajar unas semanas, pero no volvió. —Potting hizo una pausa y rebuscó entre el lío de papeles que tenía delante—. Ahora viene lo interesante… Bueno, quizá no tan interesante.
Grace se lo quedó mirando, esperando pacientemente, esperando que fuera al grano. Pero aquel no era el estilo de Potting, y nunca lo sería.
—La señora me dio el nombre y el número de teléfono de la madre del tipo. Así que he ido a verla, a una residencia de ancianos de Burgess Hill. Me ha dicho que su hijo solía llamarla cada domingo a las siete, sin falta. Pero no ha sabido nada de él desde enero. Está muy afectada; según parece estaban muy unidos.
—¿Fue ella quien denunció su desaparición? —dijo Bella.
—En abril.
—¿Y por qué esperó tanto? —preguntó Nicholl.
—Me ha contado que él viajaba mucho. Que era un gran seguidor de Gaia, que estaba obsesionado con ella. Tenía una pequeña fundación, y aparentemente ganaba bastante dinero con el mercado inmobiliario, y eso le permitía viajar por el mundo siguiéndola.
Grace frunció el ceño.
—¿Un hombre adulto, con dinero, viajando por el mundo siguiendo a Gaia? ¿De qué va todo esto?
—Según parece, Gaia es todo un icono gay —respondió Potting.
—¿Es…, era gay… Myles Royce? —preguntó Branson.
—La vecina me ha dicho que ha visto por su casa a hombres jóvenes, pero nunca a chicas.
Grace se quedó pensando. Había algo que no cuadraba. Un fan de Gaia descuartizado. Gaia en la ciudad. Un reciente intento de asesinato contra ella en Los Ángeles. ¿Todo coincidencias?
No le gustaban demasiado las coincidencias. Resultaban demasiado prácticas. Era fácil explicar situaciones incómodas clasificándolas de «coincidencias».
Resultaba mucho más difícil escarbar bajo la superficie para ver qué se escondía detrás realmente.
—¿Tiene algo su madre de lo que podamos sacar el ADN, Norman?
Potting sacudió la cabeza.
—No, pero la vecina me ha abierto la casa. Me he llevado uno de sus trajes. Encaja perfectamente con el perfil de la talla que tenemos. Y también me he traído un cepillo de pelo y otro de dientes; ya los he enviado al laboratorio.
—Bien hecho —dijo Grace. Luego se sumió en sus pensamientos.
Gaia.
¿Había una relación?
¿Y por qué iba a haberla?
Llevaba demasiado tiempo en el cuerpo como para descartar cualquier opción. Posiblemente habían asesinado a un fan de Gaia. Y Gaia estaba en la ciudad. Pero si lo habían asesinado, había sido mucho antes de que nadie supiera que la estrella iba a venir a Brighton.
Siguió pensando unos momentos. Los cadáveres solían aparecer en zanjas de carreteras secundarias o en bosques apartados.
—Necesitamos un listado de todos los miembros del club de pesca de truchas y hay que hablar con todos ellos, a ver si alguien vio algo o si reaccionan de un modo sospechoso a las preguntas —le dijo a Branson—. Es un lugar bastante remoto; no tengo claro que una persona cualquiera pueda encontrarlo accidentalmente. Quienquiera que haya usado el lago para deshacerse de los miembros debía de conocerlo antes. También hay que elaborar una lista con todo el que pudiera tener motivos para visitarlo, como los encargados de mantenimiento que retiran las algas o los encargados de las reparaciones…
—¡Ya está hecho, jefe! —le interrumpió Branson, que echó una mirada a la analista—. Annalise ya está en contacto con el secretario del club de pesca.
—Está colaborando mucho —confirmó ella—. Me ha dado el listado completo de socios, y está preparándome una lista más amplia con todas las personas que puedan tener algún motivo para visitar el lugar, o que al menos conozcan su ubicación, como la gente de la Agencia de Protección del Medio que otorga las licencias de pesca, el constructor que ha instalado el cercado, la compañía que les lleva el control de las algas, los que mantienen la vía de acceso, los de la imprenta, sus abogados… Espero tener la lista completa mañana mismo.
Grace le dio las gracias. Luego se dirigió a otro de los investigadores de su equipo, Jon Exton.
—¿Has sacado algo de la comparación con los calzados de referencia, Jon?
—¡Sí, jefe! —dijo Exton. A Branson le encantaba aquel joven, que siempre mostraba un gran entusiasmo.
—He encontrado una coincidencia exacta —prosiguió—. Son buenas noticias y…, bueno…, no tan buenas.
Grace frunció el ceño. No era ni la ocasión ni el lugar para acertijos.
—¿Qué quieres decir? —replicó, algo cortante.
—Bueno, la buena noticia es que la huella es de una bota de agua, no de calzado deportivo.
Al liberar a los presos, si no tenían otro calzado, muchas cárceles les daban deportivas. Era uno de los motivos por los que en los escenarios solían aparecer más huellas de deportivas que de cualquier otro tipo de calzado; el gran número de puntos de venta y la cantidad de fabricantes de deportivas dificultaba mucho la localización.
—La huella es de una bota de agua Hunter —continuó Exton—, de la gama The Original. La mala noticia es que esa marca es una de las más populares entre las que se fabrican en el país. Hay sesenta y cuatro puntos de venta en Sussex, Kent y Surrey. Y, por supuesto, también se pueden comprar por Internet.
Grace pensó en aquella información. ¿Cuántos de esos puntos de venta eran tiendas de autoservicio, como los hipermercados de jardinería? ¿Qué posibilidad había de que el personal de esos lugares recordara a la persona que compró las botas? En cada investigación de asesinato tenía que sopesar los costes de mandar agentes a este tipo de tareas y cotejarlo con la probabilidad de conseguir un mínimo resultado. Investigar en los sesenta y cuatro puntos de venta le llevaría mucho tiempo, mucho esfuerzo del equipo de investigación de campo, si quería obtener un buen resultado. ¿Cuántas tiendas podía recorrer en un día cada agente? Por su experiencia, entre esperar a que los vendedores vinieran de desayunar y cosas por el estilo, la tarea iba a consumir mucho tiempo. A buen ritmo, seis tiendas por día. Si enviaba a dos agentes, iban a tardar al menos una semana para cubrir todas las tiendas y almacenes.
La agente Reeves levantó la mano.
—Señor, la marca Hunter es muy cara; lo sé porque hace poco fui a comprar botas de agua. ¿Cree que puede ser significativo? ¿Que tenga algo que ver con que el traje de la víctima fuera de un tejido caro?
Grace asintió.
—Bien pensado, Emma. —Tomó nota.
Luego dio instrucciones a Exton para que procediera a entrevistar a todos los distribuidores, aunque estaba convencido de que las probabilidades de que aquello diera fruto eran mínimas. Por lo menos se cubriría las espaldas escribiéndolo en su libro de actuaciones, por si más adelante se cuestionaba su investigación.
Se giró hacia el podólogo forense, Haydn Kelly:
—¿Algo que añadir al respecto, Haydn?
Kelly negó con la cabeza.
—Muy bien. No creo que vayamos a sacar nada más en claro así, de pronto. La próxima reunión será mañana a las 18.30 —informó Grace—. Glenn y yo daremos una rueda de prensa a las once de la mañana, así que si se produce algún avance significativo hasta entonces, informadme.
Al ponerse en pie, la agente Reeves se dirigió a él:
—¿Hay alguna posibilidad de que me consiga un autógrafo de Gaia, jefe?
Grace sonrió.