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En el depósito de Brighton y Hove se efectuaban dos tipos de autopsia, al igual que en el resto de los depósitos del país. La estándar era para víctimas de accidentes, para muertes repentinas o para cuando el fallecido había muerto con más de dos semanas de distancia desde su última visita al médico y la causa de la muerte era incierta.
Cleo y sus ayudantes preparaban los cuerpos con antelación. La autopsia en sí misma, llevada a cabo por el patólogo forense de turno, duraba una media hora, tras la cual se efectuaban análisis de fluidos en el laboratorio. Pero en caso de muertes sospechosas se llamaba a un patólogo especializado del Ministerio del Interior, y la autopsia podía durar varias horas.
El depósito de Brighton y Hove procesaba una media de ochocientos cincuenta cuerpos al año, a la mayoría de los cuales se les practicaba una autopsia estándar. Solían hacerse por las mañanas, y casi todos los días el personal del depósito ya había acabado a media tarde, a menos que los llamaran para levantar un cuerpo.
Unas semanas antes, Cleo había sufrido un desvanecimiento en el trabajo, lo que le había provocado hemorragias internas y un ingreso precipitado en el hospital. El ginecólogo la había tenido allí varios días y le había dado el alta con instrucciones estrictas de que no levantara demasiado peso y que se tomara pausas para descansar durante la jornada de trabajo. Grace sabía que ella no hacía caso a ninguna de las dos órdenes y estaba cada vez más preocupado. El día del desvanecimiento había tenido suerte de que su ayudante, Darren, estaba allí para llevarla enseguida al hospital en coche. Pero pasaba muchos ratos sola en el depósito, y a Grace le preocupaba lo que pudiera ocurrir si volvía a caerse sin nadie a su alrededor. Desde entonces la llamaba cada tarde hacia las tres y media, para asegurarse de que estuviera bien, y justo antes de la reunión de la tarde, para comprobar que hubiera llegado a casa.
Le aterrorizaba la posibilidad de perderla. Quizá, pensaba, era porque tras la desaparición de Sandy había llegado a pensar que no volvería a ser feliz nunca más. Y la sombra de su esposa desaparecida siempre estaba presente. Algunos días estaba convencido de que estaba muerta. Pero mucho más a menudo pensaba que seguía viva. ¿Qué pasaría —se planteaba a veces— si aparecía de pronto? ¿Si tuviera alguna explicación absolutamente racional que justificara su desaparición? Una posibilidad que se planteaba a menudo era que hubiera estado secuestrada todos aquellos años y que por fin hubiera escapado. ¿Qué diría al verle casado y con un hijo?
¿Y cómo se sentiría él, al verla?
Intentó no pensar demasiado en aquello, apartarlo de su mente. Sandy pertenecía al pasado. Diez años era casi otra vida. Muy pronto, cumpliría cuarenta años. Tenía que pasar página. Todos los procedimientos legales para declarar a Sandy legalmente muerta estaban en marcha, con anuncios publicados allí y en Alemania, después de que un policía amigo suyo de vacaciones en Múnich hubiera recogido un testimonio de alguien que decía haberla visto, aunque no había podido comprobarse. En cuanto acabara con las formalidades, Cleo y él se casarían. Y estaba impaciente por que llegara el día.
Aquella tarde, Cleo parecía cansada. Grace colgó preocupado. Desde luego, daba la impresión de que en un embarazo había mil cosas que podían ir mal, y eso era algo que no te decían antes. La alegría y la emoción que le producía la perspectiva de tener un hijo con Cleo se veían empañadas por sus miedos de lo que pudiera ocurrirle a ella, y por la imponente responsabilidad que le parecía traer a un ser humano a este mundo.
«¿Qué narices sé yo sobre el mundo y sobre la vida? ¿Tengo la entereza y la sabiduría necesarias para enseñarle nada a un niño?».
Todos los delincuentes que había encerrado durante su carrera habían sido niños en otro tiempo. Cualquier vida humana podía dar enormes giros. Como la del rostro que le miraba ahora a los ojos desde la fotografía de archivo del juzgado en la que estaba trabajando. Un estadounidense enormemente gordo, de unos sesenta años, con ojos pequeños de cerdo y una cola de caballo, que ganaba un dineral vendiendo vídeos de gente asesinada a la carta, y que había disparado a Branson con una pistola al resistirse a la detención. Despreciaba a aquel tipo con toda su alma. Por eso les estaba prestando tanta atención a los documentos del juicio, para asegurarse de que no quedaba la mínima posibilidad de que aquel monstruo pudiera agarrarse a algún error de forma en el caso planteado por la acusación.
¿Qué tipo de niño habría sido Carl Venner? ¿Qué clase de educación habría tenido? ¿Tendría unos padres que le quisieran, que le cuidaran y que hubieran depositado en él grandes esperanzas? ¿Cómo se detecta que un niño se está torciendo? Quizá no fuera posible, pero al menos se podía intentar. El punto de partida debía de ser darle a un niño una educación estable. Muchos de los delincuentes de aquella ciudad procedían de hogares fragmentados, de padres solos que no podían hacerse cargo del crío o que habían dejado de preocuparse tiempo atrás. O de padres que abusaban sexualmente de ellos. Pero él sabía que esa no era siempre la respuesta. Tenía que haber también una parte de azar.
Y la tarea le parecía enorme. A veces sentía que la responsabilidad era tan grande que casi le superaba. Había muchos libros que leer sobre el embarazo, acerca de los primeros meses de vida del bebé, sobre los primeros años. Y siempre con el miedo de que al niño le pasara algo grave. Nunca se sabe. Las pruebas te daban cierta tranquilidad, pero no te lo podían decir todo. Solo podía esperar que su niño estuviera sano. Ellos harían todo lo que estuviera en su mano para ser unos buenos padres.
Volvió a mirar la cara de Venner. «¿Qué pensaba de ti tu padre, en esos meses antes de que nacieras? ¿Estaba ahí? ¿Sabía siquiera que tu madre estaba embarazada? ¿Está vivo? Si lo está, ¿crees que estará orgulloso de ti? ¿Orgulloso de haber criado a un monstruo inmundo, que se enriquecía con la pornografía y los asesinatos?».
¿Cómo se sentiría él si tuviera un hijo así? ¿Estaría furioso? ¿Sentiría que había fracasado como padre? ¿Lo daría por perdido, al ver tanta maldad? ¿Lo daría por irredimible?
«Maldad» era una palabra que siempre le había incomodado. Era muy fácil aplicarla a las cosas terribles que se hacían unas personas a otras. Él no tenía dudas de que había gente, como Venner, que hacía cosas absolutamente malvadas por intereses económicos, solo por llenarse los bolsillos y la panza, y para llevar un reloj Breitling alrededor de su rolliza muñeca. Sin embargo, muchos otros que hacían cosas malas eran víctimas de una mala educación, de un entorno social fracturado o del fanatismo religioso. Eso no quería decir que se les pudiera perdonar por sus crímenes, pero si podías llegar a entender lo que les había llevado a cometerlos, al menos estabas haciendo algo para intentar contribuir a hacer del mundo un lugar mejor.
Aquella era la filosofía personal de Grace. Creía que todo el que había recibido la oportunidad de llevar una vida decente tenía que pagar un precio por ello. Nadie iba a cambiar el mundo, pero era obligación de todos intentar dejar un mundo mejor que el que nos recibe. Eso, por encima de todo, era lo que él intentaba hacer con su vida.