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Grace se sentó a su mesa y se quedó mirando a Packham, el especialista en delitos tecnológicos, que se sentó frente a él.
Le gustaba aquel tipo, pero le parecía que tenía aspecto de director de banco, por lo que siempre tenía la sensación de que lo natural sería pedirle un préstamo, más que la información sensible que aquel genio de la tecnología parecía obtener sin dificultad examinando las tripas de cualquier ordenador o teléfono.
—Bueno, Roy, hemos encontrado un código sospechoso integrado en el software de tu BlackBerry. No se corresponde con ninguna de las aplicaciones que te has descargado. Lo hemos desestructurado y hemos observado que es una sofisticada forma de registrador de datos. Encripta todas las llamadas que haces o recibes, y los mensajes de texto, y lo envía todo por correo electrónico usando el 3G de tu teléfono.
Grace sintió un escalofrío que le recorría la espalda.
—¿Todas mis llamadas?
Packham asintió.
—Me temo que sí. He consultado con los de Vodafone, que últimamente se muestran muy colaboradores.
—¿Dónde se enviaban?
Packham sonrió, nervioso.
—Te advertí que esto no iba a gustarte.
—Y no me está gustando.
Le dio el número. Grace se lo apuntó en su cuaderno. Se lo quedó mirando, pensativo. Le sonaba.
—¿Lo reconoces?
—Sí, pero ahora mismo no sé de quién es.
—Prueba a introducirlo en tu teléfono —sugirió Packham, con una sonrisa casi burlona.
Grace copió los números del cuaderno en el teléfono. En el momento en que introdujo el último dígito, apareció un número en la pantalla de su BlackBerry.
Grace se quedó mirando un momento. No se lo podía creer.
—¡Ese media mierda!
—Yo mismo no habría podido definirlo mejor, jefe.