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A Amis Smallbone la rabia se lo comía por dentro. Se acercó al borde de la piscina, de aguas color turquesa, sufriendo a cada paso por las llagas, que le mortificaban. Se quedó mirando las cuatro coníferas verdes plantadas en tiestos metálicos al fondo, y le dio una calada a su Cohiba.
No era solo rabia. Era ira desbocada. El ojo de un tornado girando, furioso, en el interior de sus tripas.
Se sentó en el balancín y le dio un trago a su copa. Estaba tan concentrado en sus pensamientos que apenas notaba el frío contacto con el whisky irlandés Jameson’s de reserva. Sobre su cabeza se extendía un cielo azul claro. Un avión lo cruzó, dejando una estela blanca tras él. Miércoles por la tarde; estaba a punto de cumplirse una semana desde su puesta en libertad. Aunque después de su encuentro con Grace había visitado a regañadientes el albergue y había ido a ver a su agente de la condicional; no quería darle nuevos motivos a aquel desgraciado para que se le echara encima.
Tiempo atrás había vivido en una de las mejores casas de la ciudad, valorada en tres millones de libras; además tenía una villa en Marbella, un pequeño yate y un Ferrari Testarossa. ¿Y ahora? Cuarenta y seis libras que le habían dado al soltarlo, más su paga semanal, que era una miseria.
¿Qué podía pagar con eso?
Ni siquiera una ronda del whisky que se estaba bebiendo en aquel bar de un hotel de Londres.
El responsable de que lo hubiera perdido tenía nombre. Y, no contento con ello, había dejado claro que no le iba a dejar en paz ahora que había salido de la cárcel. El muy cabrón le había llevado a lo alto del Devil’s Dyke y le había humillado… por algo que él no había hecho.
Aún tenía algo de dinero que el equipo de Grace no había podido localizar. Le bastaría para pasar unos meses con cierta comodidad, pero tenía que volver al negocio enseguida.
Henry Tilney, corpulento y musculado, con la cabeza afeitada y gafas de natación negras, estaba haciendo largos con una brazada tranquila que parecía decir: «No solo soy el tío más guay de esta piscina; soy el tío más guay del mundo».
Smallbone se preguntaba cómo lo habría hecho aquel tipo para evitar que le metieran en chirona, mientras que a él le había caído una cadena perpetua. Sí, le habían dado el tercer grado tras doce años y medio, pero, si violaba la condicional, volverían a encerrarle.
¿Le habría vendido Tilney, tal como había sospechado durante mucho tiempo? ¿Sería ese el motivo de que se ocupara tanto de él ahora? ¿Para tenerlo contento y que no se le ocurriera investigar?
Se quedó mirando a Tilney mientras este salía del agua, se dirigía a la caseta con el agua aún cayéndole por la piel, marcando paquete con aquel bañador ajustado, y salía de nuevo con una lata de cerveza en la mano. La abrió con un gesto decidido y se la llevó a la boca en el mismo momento en que empezaba a salir la espuma. Tras darle un buen trago, dijo:
—Deberías bañarte, colega. Veintinueve grados. ¡Está estupenda!
Smallbone arrugó la nariz.
—No es lo mío. Nunca me ha gustado el agua. Nunca sabes qué lleva dentro… o lo que ha pasado por ella.
Tilney esbozó una sonrisa, incómodo.
—Sí, bueno, yo no me he meado dentro, por si es eso lo que te preocupa.
Smallbone sacudió la cabeza.
—No me preocupa que te hayas meado tú. Me preocupa más que se haya meado Roy Grace.
—¿Qué cojones quieres decir? —preguntó Tilney, frunciendo el ceño.
Smallbone se encogió de hombros, tomando nota del extraño lenguaje corporal de Tilney.
—Se ha meado en mi vida. Y tienes suerte de que no se haya meado también en la tuya.
Tilney se sentó en una tumbona frente a él.
—Olvídate de él.
—¿Que me olvide? ¿Después de lo que me hizo? ¿Y de lo de anoche?
—Es un poli de tres al cuarto que gana cincuenta mil al año, y eso es todo lo que va a ser. Tú tienes sesenta y dos años, Amis. La mayoría de la gente a tu edad piensa en jubilarse. No tienes dónde caerte muerto. ¿Quieres pasarte los próximos años ganando una buena pasta para poder retirarte, o dedicarte a vengarte de la policía? ¿Sabes dónde te llevará este enfrentamiento con Grace? A pasar los últimos años de tu vida en una mierda de albergue de beneficencia, como Terry Biglow. ¿Es eso lo que quieres? ¿Ser el próximo Terry Biglow?
—Quiero pillar a Grace —respondió Smallbone, con la piel del rostro tan tensa que se le distinguía el cráneo—. Tengo información sobre él. Parece ser que el comisario jefe le ha hecho responsable de la seguridad de Gaia mientras esté en la ciudad. ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a dejarle en evidencia, eso es lo que voy a hacer. Voy a lograr que quede como un imbécil —dijo, y soltó una risita siniestra—. Voy a hacer que le desvalijen la suite del hotel.
—¿Y con eso qué vas a conseguir?
Smallbone mostró una sonrisa complacida.
—Pues vengarme, ¿te parece poco? Y algo de dinero. Me he pasado doce años soñando con devolverle la pelota. ¿Sabes lo que me hizo anoche?
—Ya me lo has contado dos veces.
—Sí, bueno. Pues con Amis Smallbone no se juega.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
—Pensaba que eras mi amigo.
—Lo soy, colega. Por eso te hablo así. El mundo ha cambiado en los últimos doce años, por si has estado demasiado ocupado para leer los periódicos. Los robos son para los ladronzuelos de poca monta: demasiado trabajo, demasiado riesgo. La pasta ahora está en la droga y en Internet, que además es lo que tiene menos riesgo. Y debes recordar una cosa.
—¿El qué? —preguntó Smallbone, resentido. Tenía la sensación de que le estaban poniendo en su sitio.
—Nunca has sido tan bueno como te creías que eras. Tu padre sí, ese sí que era un personaje. Todo el mundo lo temía, y todos lo respetaban. Tú siempre has vivido de eso, al ser hijo de tu padre, pero nunca has sido la mitad de lo que fue él.
—Cierra esa jodida boca.
—Tienes que oír esto —prosiguió Tilney—. Siempre has sido un pez pequeño hablando como un pez gordo. Siempre te has rodeado de cosas llamativas, grandes casas, los coches, el yate, pero… ¿alguna vez han sido tuyas? Todo era de alquiler, ¿no? Todo cortinas de humo. Por eso ahora no tienes nada. —Le dio un sorbo a su cerveza y se limpió la boca con el dorso de la mano—. ¿Tú sabes lo que hago yo? Miro adelante. Tú y Roy Grace, eso es historia. Olvídate. Olvídate de Gaia: va a tener guardaespaldas hasta en el culo.
Smallbone se le quedó mirando.
—Coge una cerveza, siéntate, descansa y relájate un poco. De hecho, eh, ya puestos, cógete dos cervezas: una para ti y otra para tu ego.