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Aparte de una noche con Ari, durante sus años de felicidad, cuando habían ido de vacaciones a Gales, antes de que naciera Sammy, Branson no había estado nunca en Cardiff, y no sabía muy bien en qué parte de la ciudad se encontraba ahora mismo. Solo sabía que estaba en un hotel elegante y caro, y que el bar seguía abierto y estaba lleno de gente. Se sentó en la barra con Bella a su lado. Estaba alterado, aún le duraba el subidón de la visita al estudio de televisión, con una ligera sensación de anticlímax después de tanta emoción.
Agarró un puñado de frutos secos con una exótica cobertura de colores y se los llevó a la boca; luego levantó su pinta de cerveza.
—Salud —brindó.
Bella levantó su cosmopolitan y entrechocaron las copas.
—¡Bien hecho, estrella! —dijo él.
—La estrella has sido tú —le respondió ella, con una sonrisa dulce.
Llevaba unos pantalones azul marino, una blusa blanca con el cuello abierto y elegantes zapatos de tacón. Él habría querido decirle lo guapa que estaba, pero no se atrevía: no sabía cómo reaccionaría y sabía que podía ser muy brusca. Además —pensó, con resignación—, en aquel mundo tan políticamente correcto en que se movían, la más mínima insinuación, mal interpretada, podía llevarle ante un tribunal disciplinario por acoso sexual.
Sin embargo, qué cambio, pensó él, de la ropa sin gracia que solía llevar Bella en el trabajo, y aquel pelo desaliñado. Había ido a la peluquería especialmente para aquella noche y se había hecho un elegante corte escalado. Por primera vez desde que la conocía, la miraba y veía en ella a una mujer atractiva. Observó la fina cadena de oro con una diminuta cruz en el cuello, y se preguntó si sería muy religiosa. Se dio cuenta de que, a pesar de haber trabajado juntos los dos últimos años, sabía bien poco de ella.
—Debe de ser duro tener a tu madre en el hospital —dijo.
Ella asintió, algo triste.
—Sí. —Se encogió de hombros y en aquel gesto vio, a pesar de toda aquella tristeza, lo que quizá fuera una muestra de alivio.
—¿Cuánto tiempo llevas cuidándola?
—Diez años. Viví por mi cuenta unos años, pero entonces mi padre enfermó de párkinson y mi madre sufrió una pequeña apoplejía, por lo que no podía cuidarle, así que volví a vivir con ellos. Mi padre murió y yo… me quedé, cuidándola a ella.
—Eso es dedicación.
—Supongo. —Esbozó una sonrisa melancólica.
Branson percibió aún con más claridad la tristeza que llevaba dentro.
Bella apuró su copa y él le pidió otra. También se acabó la suya y sintió el agradable efecto relajante del alcohol. Estaba pasándoselo bien. Resultaba agradable tener compañía. Y, tenía que admitirlo, le había gustado mucho ir a la tele. ¡Televisión en directo! Grace le había llamado veinte minutos antes para decirle que había visto la grabación y que había hecho una interpretación estupenda (¡aunque le había robado su frase sobre los casos fríos y la identificación de la víctima!).
Se habían registrado unas cuantas llamadas, pero hasta el momento ninguna que aportara pistas importantes. Habían quedado en que Grace se encargaría de la reunión de la mañana para que Bella y Branson no tuvieran que volver corriendo de madrugada.
Eso significaba que podía seguir disfrutando de aquel rato un poco más. Estaba lejos de Brighton, y, por primera vez en mucho tiempo, no sentía aquella rabia interior por lo de Ari y los niños. Y de pronto se encontró con que miraba a Bella no como a una colega, sino como cualquier tipo miraría a una chica con la que hubiera salido a tomar una copa. No tenía ningunas ganas de que acabara la velada. Y se sorprendió a sí mismo preguntándose cómo sería pasar la noche con ella.
Sus ojos se encontraron. Bella tenía unos ojos grandes y profundos. Una nariz bonita. Le gustaba aquel cuello esbelto, aunque aquel crucifijo le preocupaba un poco. ¿Sería algo mojigata? ¿Por qué se habría divorciado? Tenía que saber más de ella.
—¿Tienes…, ya sabes…, novio?
Ella sonrió, evasiva.
—No, en realidad no. Nadie que pueda considerar… una pareja.
—¿Oh? —Sus esperanzas aumentaron.
En el pasado había mirado muchas veces a la sargento, en las reuniones, mientras ella mordisqueaba casi obsesivamente sus Maltesers como si fueran un sustituto freudiano de otra cosa, y había pensado que con un cambio de imagen sería realmente atractiva. Y ahí la tenía, con ese cambio de imagen y con un sugerente olor a perfume. Aunque él podía ayudarla a estar aún más guapa, si ella le daba ocasión. Y, envalentonado y cada vez más apasionado a causa de la bebida, iba a intentar convencerla para que le dejara hacerlo.
En un par de ocasiones, Grace le había dicho que tenía que aceptar que su matrimonio había acabado —que, en realidad, hacía mucho que había acabado— y que tendría que empezar a plantearse seriamente iniciar una nueva relación. Bueno, pensó, quizá esa fuera la ocasión.
Charlaron un rato. Ella se acabó su segundo cosmopolitan.
—¡Tómate otro! —dijo él, apurando su segunda cerveza. ¿O era la tercera? De fondo sonaba una canción ñoña, Lady in red. No era la música que habría escogido él, pero en aquel momento ya le iba bien.
—Tengo que irme a la cama —dijo ella, bajando del taburete, sorprendiéndole de pronto con aquella brusquedad—. ¡Ha sido una noche estupenda! —Le dio un rápido beso húmedo en la mejilla y se fue.
Branson se quedó allí sentado, reflexionando con su vaso vacío en la mano, y luego pidió otra pinta. Escuchó unas cuantas canciones ñoñas más, recreando el suave contacto húmedo de aquellos labios y pensando, por primera vez desde el día en que Ari le había dicho que su matrimonio había acabado, que quizá sería posible iniciar una nueva vida.
Y que tal vez hubiera encontrado a la persona indicada para que le acompañara en ella.