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Anna estaba sentada en su santuario dedicado a Gaia, vestida con el traje de gala que se había puesto su ídolo en los conciertos de su gira Salva el planeta. Se había duchado antes de ponérselo, para que sus olores corporales no contaminaran el perfume y el olor de la transpiración de Gaia, que aún le parecía detectar en aquella prenda después de diez años.
Estaba muy ocupada revisando cosas. Releyendo fragmentos de la biografía autorizada de Gaia, después de pasarse media tarde poniéndose a prueba, una y otra vez, repasando la discografía de Gaia, para asegurarse de que recordaba el nombre de hasta el último single, y en el orden correcto, junto con la fecha de su lanzamiento. No podía ser que, cuando se encontraran, al día siguiente, cometiera algún error tonto. Quería estar perfecta ante su ídolo.
Y estaba bastante segura de que se acordaba de todo. Se le daban bien las fechas, siempre se le habían dado bien. En el colegio era de las mejores en Historia: recordaba las fechas del reinado de todos los monarcas de Inglaterra y de cada batalla, así como el resto de fechas importantes. Algunos de sus compañeros de colegio la llamaban empollona. Bueno, ¿y qué? No le importaba. ¿Qué sabían ellos del mundo? ¿Cuántos de ellos podían decir ahora mismo, después de tantos años, que tenían una colección de artículos de Gaia como la suya?
¿Eh?
—¿Tú cuántos crees, Diva? —le dijo a su gata.
La gata se sentó a los pies de la vitrina de cristal que contenía entradas de conciertos enmarcadas y montones de programas. No respondió.
Echó un vistazo al reloj. Las 20.55. Era el momento de bajar a ver uno de sus programas favoritos, Crimewatch.
Crímenes de verdad. Con un poco de suerte, saldría algún asesinato; quizás alguna reconstrucción. Volvió a poner la bandeja de la arena para la gata sobre un par de páginas arrancadas de Sussex Living, revista gratuita que nunca se molestaba en leer, pero que resultaba muy práctica para tal propósito. Entonces se fue al salón y encendió el televisor.
Le gustaban las reconstrucciones filmadas, cuanto más violentas y sangrientas mejor. Eran mucho más impactantes que en cualquier docudrama o película, porque sabías que se trataba de un caso real. Podía cerrar los ojos e imaginar el miedo de la víctima, la desesperación. Eso la excitaba. En sus actuaciones, a veces Gaia jugaba con escenas de bondage. Y le encantaba. Y también la excitaba.
Quizá Gaia quisiera atarla al día siguiente… Podía sugerírselo, ¿no? Se estremeció de gusto al pensarlo.
A los veinte minutos de empezar el programa, la presentadora, Kirsty Young, anunció la intervención de un policía alto y negro vestido como si acabara de salir de un funeral. En la pantalla apareció el subtítulo: INSPECTOR GLENN BRANSON, DIC DE SUSSEX.
Anna le dio un sorbo a su mojito Gaia.
Sussex. Algo de su condado. ¡Aún mejor! En el Argus, en la radio y en la televisión habían hablado sobre un cuerpo que habían encontrado en una granja de pollos de East Sussex. Hasta el momento no habían dicho mucho al respecto, pero sonaba muy siniestro. Deliciosamente siniestro. Ojalá hablaran de aquello.
Un momento más tarde pasaron una grabación del inspector junto a una puerta de metal, con un cartel al lado que decía STONERY FARM. Parecía inquieto.
«¡Sí! ¡Oh, sí! ¡Gracias, inspector!». Estaba tan nerviosa que derramó parte del mojito de su copa de cóctel.
—La policía de Sussex recibió una llamada y tuvo que acudir a esta granja de pollos el pasado viernes por la mañana, donde los trabajadores habían descubierto un torso humano al vaciar el depósito de los excrementos de los pollos —explicó Kirsty Young.
La grabación pasó a mostrar un enorme corral de una sola planta, de cientos de metros de largo, con paredes de madera y ventiladores en el techo, y una serie de altos silos de acero al lado. La cámara de televisión abrió el plano y dejó ver que todo aquello se proyectaba en una pantalla del estudio. El inspector señaló y dijo:
—El cuerpo se encontró ahí, y creemos que ha pasado en este lugar entre seis y nueve meses, quizá más. No tenemos restos de ADN, ni huellas ni registros dentales. Necesitamos identificar a ese hombre. No hay caso más difícil que aquel en el que la víctima está aún por identificar. Y esta noche solicitamos su colaboración.
Anna le dio un sorbo a su cóctel y se quedó mirando, muy atenta. ¡Oh, sí, eso era lo que le gustaba a ella!
—Se calcula que el hombre debía tener entre cuarenta y cinco y cincuenta años, mediría entre 1,67 y 1,70 y de complexión delgada —prosiguió el policía—. En algún momento del pasado se rompió dos costillas, por algún accidente, fuera deportivo o de tráfico, o quizás incluso en una pelea. —Sonrió, pero a Anna le pareció que quizá no fuera más que una risita nerviosa—. En este caso, la colaboración de la ciudadanía es vital para nosotros. No podemos iniciar una investigación de asesinato a fondo hasta que sepamos de quién es ese cuerpo. La circunstancia que podría refrescar la mente de quien sepa algo es el contenido del estómago del caballero. En su última comida probablemente tomó ostras y vino.
«¿Qué tipo de ostras? ¡Dínoslo! —le apremió Anna, en silencio—. ¿Colchester? ¿Whitstable? ¿Blue Point? ¿Bluffs? ¿Qué tipo? ¡Dínoslo, dínoslo! ¿Colchester? ¡Las Colchester son las mejores!».
Ahora el inspector señalaba dos trozos de tejido deshilachado pegados a una pizarra blanca. A su lado había un traje de hombre hecho con el mismo tejido, en un maniquí de escaparate.
—Algo que podría ser muy significativo para nuestra investigación son estos dos fragmentos de tela que hemos encontrado junto al cuerpo. Creemos que pueden proceder de un traje parecido a este —dijo, y señaló el maniquí.
La pantalla se llenó con la fotografía ampliada del traje de dos piezas. Era de cuadros y de color ocre amarillento, rojo y marrón oscuro. Anna escuchó la voz del policía, mientras le daba otro largo sorbo a su copa.
—Este tejido es un tweed muy tupido y de alta calidad, fabricado por la marca Dormeuil —precisó el sargento Branson—. Observarán que el diseño es muy llamativo y peculiar. Si hubieran visto un traje con este tejido lo recordarían, o si supieran de alguien que tiene un traje así.
Anna lo recordaba. Apuró el resto de su cóctel de un trago y dejó la copa en la mesa. Aparecieron en la pantalla los números de la Sala de Investigaciones y el número anónimo de Crimestoppers. Pero Anna no llamó a ninguno de los dos.
En lugar de eso, se preparó otro trago.