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¡Increíble! Le estaban llamando desde la oficina de producción de La amante del rey, apenas una hora después de su llamada. Era una joven con la voz irritantemente alegre, como si quisiera hacerle creer que era «su nueva mejor amiga».
—¿Jerry Baxter?
No le gustaba su tono lo más mínimo. Se sintió tentado de preguntarle si había visto las noticias en la tele, si había oído hablar de la hambruna en África. ¿No había oído la radio? ¿O leído un periódico? Habría querido preguntarle cómo podía estar tan contenta sabiendo que estaba ocurriendo algo tan terrible en el mundo.
En nuestro mundo. El mundo de todos. ¿O es que era tonta de remate?
Las serpientes volvían a despertarse. Todo se le mezclaba en la cabeza, como solía pasar cuando se enfadaba. Tenía que concentrarse, recordar por qué estaba allí, por qué había llamado a la oficina de producción.
—Soy yo —respondió.
—Gracias por llamarnos. Ahora mismo estamos buscando extras. Empezamos el rodaje el lunes y necesitaríamos contar con usted todos los días hasta el sábado por la tarde. ¿Está disponible?
—Del todo.
—Vamos a grabar escenas con mucha gente en el exterior del Pavilion, si el tiempo acompaña. Le daré la dirección para hacer pruebas de vestuario.
—¿También van a filmar en el interior del Pavilion?
—Sí, mucho, pero allí no harán falta extras.
—Ah, vale —respondió, algo decepcionado.
Aquella información era útil, aunque no estaba muy seguro de por qué. La archivó sin más. A veces tenía la impresión de que su cerebro era como un desván en el que se había fundido la bombilla y que nadie la había cambiado. Había que abrirse paso con una linterna en busca de cada cosa; y a medida que pasaban los años, la linterna era cada vez más pequeña y las baterías estaban más gastadas. Había cosas que había archivado y de las que se había olvidado tiempo atrás, y que probablemente nunca recuperaría. Además, aquel lugar estaba custodiado por las serpientes que se desperezaban y agitaban la lengua cada vez que miraba.
Después de colgar, bajó al vestíbulo del hotel y se dirigió al mostrador de recepción. Pidió información sobre el Brighton Pavilion: a qué hora abría, a qué hora cerraba, si había visitas guiadas, si había que reservar…
El hombre del mostrador, vestido con un elegante uniforme gris, abrió un folleto y le mostró los horarios de apertura y los de las visitas guiadas.
Drayton Wheeler le dio las gracias. En el exterior llovía a cántaros; decidió que aquella tarde sería un buen momento para hacer una visita cultural a cubierto. ¿Qué mejor que visitar el Brighton Pavilion?