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A Grace le gustaba el diseño y la ubicación del crematorio de Woodvale. Por lo que había visto, los típicos crematorios urbanos eran lugares sin personalidad ni encanto, porque su único objetivo era cumplir su triste misión. A diferencia de las iglesias, allí nadie se casaba, ni se bautizaba, ni acudía a profesar su culto, ni era uno de esos lugares donde la gente podía entrar simplemente cuando estaba desanimada. Pero Woodvale ocupaba un cuidado recinto lleno de vegetación en una colina al norte de la ciudad. Era un lugar con historia y mucho encanto. El edificio central, con dos capillas gemelas y una torre entre ellas, de estilo neogótico, recordaba una iglesia parroquial de pueblo.
Aunque su trabajo giraba casi por completo alrededor de la muerte de otras personas, solía evitar pensar demasiado en su propia condición de mortal. Aún no había tomado ninguna decisión sobre sus propias creencias, y mantenía una mentalidad completamente abierta. Tiempo atrás, tratando con médiums, había obtenido algunos resultados sorprendentes, pero también muchos fracasos. Cuando había hablado de ello con Sandy y, más recientemente, con Cleo, él siempre les había comunicado lo que sentía de verdad: que la existencia tenía una dimensión espiritual y que creía que había algo más allá de este mundo, pero no en el sentido bíblico. En lo más profundo de su corazón tenía la esperanza de que hubiera algo más. Pero, luego, cuando veía alguna atrocidad terrible en las noticias (o le llamaban para que asistiera personalmente a verla), reflexionaba y tenía la triste sensación de que quizá fuera mejor que la raza humana limitara toda aquella maldad a este planeta y al tiempo de vida de sus habitantes, afortunadamente breve.
No había pensado en su propio funeral. Sandy le había dicho que ella quería un entierro en el bosque, en un ataúd hecho con materiales que fueran respetuosos con el medio ambiente, pero él siempre había evitado profundizar en el tema: no le gustaba pensar en ello. Aunque, después del caso en que había trabajado unos meses antes, relacionado con el tráfico de órganos humanos, se había decidido por fin a hacer algo en lo que Sandy le había insistido años atrás. Se había hecho donante de órganos. Pero eso era lo máximo a lo que había llegado en el proceso de afrontar su propia mortalidad.
Echó un vistazo a la escena a través de la lluvia, que había convertido su parabrisas en una superficie opaca, ocultándolo convenientemente a la vista de los demás. Un coche fúnebre negro y un cortejo de limusinas esperaban a cierta distancia de una capilla, como aviones esperando junto a la pista de despegue.
Le atravesó un escalofrío repentino que le hizo dar un respingo. Su madre solía decir que, cuando le daba un escalofrío, era porque alguien estaba caminando sobre su tumba. Sonrió con nostalgia ante aquel recuerdo y se sintió culpable por no haber visitado las tumbas de sus padres desde hacía tiempo.
De la capilla salía gente que había asistido al servicio anterior. La típica mezcla de edades. Con la lluvia, nadie se quedó remoloneando. Un grupo se subió a la parte trasera de una limusina oscura; el resto se dirigió enseguida a sus respectivos coches.
El coche fúnebre, seguido por el cortejo, se trasladó a la puerta de la capilla. Las puertas de la primera limusina se abrieron. Salió gente, resguardándose bajo los paraguas que les sostenían los de la funeraria. Grace conectó el limpiaparabrisas… y lo vio casi inmediatamente. Saliendo de la primera limusina.
Allí estaba Amis Smallbone, tal como había supuesto Terry Biglow.
Habría reconocido a aquella escoria a cien kilómetros de distancia. Con aquella postura tan enhiesta y sus alzas parecía medir algo más de su metro cincuenta y tres. Aunque la lluvia no le dejaba verlo muy bien, no parecía haber cambiado mucho en doce años, cuando Grace había presentado en aquel juzgado las pruebas que tan decisivas habían sido para su encarcelamiento.
No se podía decir que Amis Smallbone fuera una persona malvada. Llamarle «malvado» sería como hacerle un cumplido. No era lo bastante listo como para ser malvado de verdad. Era solo ruin. Un hombrecillo realmente ruin.
Al cabo de unos minutos, los porteadores abrieron la puerta trasera del coche fúnebre y sacaron el ataúd, supuestamente con los restos de Tommy Fincher, aquel viejo traficante. Grace esbozó una sonrisa socarrona al pensar que el viejo truhán quizá se llevara algún artículo robado consigo, con la intención de ofrecérselo a Dios a un precio de derribo.
Vio a Terry Biglow saliendo de la segunda limusina: una figura de aspecto frágil apoyándose en un bastón. No pudo evitar sentir pena por aquel hombre. No quedaría mucho para que fuera su propio funeral al que asistiera, y debía de tener aquello muy muy presente. Al menos Biglow tenía un punto entrañable, a pesar de reconocer que era escoria. Eso era más de lo que podía decir de Smallbone. Biglow era un tipo con el que siempre había podido negociar cuando necesitaba información, y le echaría de menos.
Un elenco de lo más granado de los bajos fondos de Brighton fue pasando ante sus ojos, bajo la lluvia, y entrando en la capilla. Grace reconoció casi todos los rostros. La mayoría eran hombres, pero también había un par de mujeres importantes, como Gloria Jouvenaar, la reina de los burdeles y, a su lado, una anciana apoyada en un bastón, Betty Washington, que en su tiempo había sido la más activa de las madames de la ciudad.
Mientras esperaba en su coche a que terminara el servicio y la incineración, llamó a Branson para desearle suerte con la grabación de Crimewatch. Su amigo parecía estar hecho un flan. Grace hizo lo que pudo para calmarlo.
—¿Puedo pedirte un favor? —dijo Branson.
—Prueba.
—La película con Gaia. ¿No habrá ninguna posibilidad de que me tome unos días… de mis vacaciones anuales… para llevar a mis hijos… a que hagan de extras? No tengo ni idea de si podría conseguir que entraran de extras, pero significaría muchísimo para ellos.
—Colega, piénsatelo bien, ¿quieres? ¿Eres el suboficial al cargo de una investigación de homicidio que acaba de empezar, y de pronto quieres apartarte del caso para hacer de extra en una película?
Se produjo un largo silencio.
—Sí, ya pensaba que dirías eso —respondió Branson por fin.
Grace era consciente de lo mal que lo pasaba su amigo. Sabía lo mal que le había tratado la vida el año anterior, pero, para prosperar en la División de Delitos Graves, el trabajo siempre tenía que estar en primer plano.
—Mira, te diré lo que haré. No te prometo nada, pero imagina que tengo que verla en los próximos días para revisar las condiciones de seguridad. Veré si está dispuesta a veros a ti y a los niños un par de minutos. ¿Qué te parece?
Branson parecía extasiado.
—¿Sabes, colega? A veces no eres tan mala persona… para ser blanco.
—¡Vete a la mierda! —respondió Grace, sonriendo.
Entonces la gente empezó a salir de la capilla. El servicio había durado poco. Evidentemente no se habían leído muchos panegíricos en recuerdo de Tommy Fincher. Colgó el teléfono y se quedó mirando, esperando. Smallbone salió cogiendo del brazo a una mujer que no reconoció.
Los vio subirse a una limusina negra y, al cabo de un momento, el coche se puso en marcha. Grace arrancó y lo siguió, manteniendo una discreta distancia de seguridad.