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—Son las 18.30 del lunes 6 de junio —leyó Grace de sus notas, frente a todo su equipo, sentado en la SR-1.
Hacía poco que había vuelto de Londres, donde había pasado varias horas encerrado en el despacho del fiscal del caso de Carl Venner y sus películas snuff. Junto con el fiscal general de la Corona, habían repasado una serie aparentemente interminable de preguntas que pensaban que les podía hacer la defensa durante el juicio, que debía empezar el lunes siguiente y que recibiría una gran cobertura mediática.
—Esta es nuestra séptima reunión de la Operación Icono —prosiguió—. En colaboración con el suboficial al mando, el sargento Branson, repasaremos dónde nos hemos quedado. Nuestro primer objetivo en esta fase continúa siendo la identificación de la víctima, el «varón desconocido de Berwick». Los resultados del laboratorio de ADN recibidos esta tarde no dan ninguna coincidencia con la base de datos nacional. Así que, de momento, a menos que encontremos la cabeza o las manos para obtener un registro dental o huellas dactilares, me temo que nos enfrentamos a un montón de trabajo de investigación al estilo de la vieja escuela. —Se giró hacia Branson—. Glenn, ¿tienes algo que decirnos sobre el tejido encontrado junto a los restos de la víctima?
El sargento Branson señaló las fotografías del tejido de cuadros colgadas de una pizarra blanca.
—He obtenido respuesta de la sastrería Gresham Blake. Me cuentan que es un tejido fabricado por la compañía Dormeuil y que se vende mucho, a pesar de lo chillón que es, a sastres de cierto nombre y a fabricantes de prêt-à-porter de todo el mundo. Llevan produciendo este diseño más de cuarenta años.
—Glenn, ¿no podría ser que los diferentes lotes de tejido presentaran alguna diferencia? —preguntó Potting—. Quizá podríamos limitar la búsqueda si pudieran identificar el lote.
Branson asintió, pensativo.
—Bien pensado. Se lo preguntaré. —Tomó nota y prosiguió, girándose hacia Emma Reeves—. La agente Reeves ha contactado con Dormeuil y está trabajando con ellos en la identificación de todos los posibles sastres y vendedores de telas de Sussex (y de más allá, si es necesario) que puedan haber usado este tejido en los últimos años. Pero debo decir que tenemos un avance significativo en ese aspecto. Los de Crimewatch han accedido a hablar de ello en su programa mensual, que afortunadamente se emite mañana por la noche. Mañana, poco antes de la emisión, realizarán una entrevista al superintendente Grace.
—No. Te entrevistarán a ti —le corrigió Grace, y le dio un sorbo a su café.
La repentina mirada de pánico de Branson provocó unas risitas contenidas en la sala.
—Hum… —masculló, mirando a Grace y frunciendo el ceño—. ¿A mí?
—A ti.
—Bueno —respondió Branson, que tardó en reaccionar.
—Un consejito, Glenn —intervino Potting—: no lleves esa corbata.
—Menudo eres tú para dar consejos sobre cómo vestir —le espetó Bella, soltando un bufido.
Como si no la hubiera oído, Potting señaló la colorida corbata de diseño abstracto de Branson.
—Te lo digo de verdad, Glenn: distraerá a la gente y te hará parecer menos serio.
Branson se quedó mirando su corbata, algo molesto.
—A mí me gusta, es alegre.
—Tengo que darle la razón a Norman —digo Grace, asintiendo—: no quedará bien en pantalla.
Branson aceptó el consejo a regañadientes y continuó:
—Tenemos más información sobre el «varón desconocido de Berwick», información procedente de la arqueóloga forense —anunció, y se puso a leer el documento que tenía delante—: «Se calcula que tendría entre cuarenta y cinco y cincuenta años. Por las medidas del fémur y de la tibia, calculo que mediría entre 1,67 y 1,70. El aspecto general de los huesos hace pensar en que sería de complexión menuda. Ha sufrido dos fracturas de costillas, ya fuera a causa de un accidente, ya fuera por alguna pelea. Por el soldado de los huesos calculo que ocurriría al menos hace diez años». —Branson miró a Potting—. Norman, eso debería ser de ayuda en tu búsqueda de desaparecidos. ¿Qué has encontrado hasta ahora?
Potting repasó en voz alta una lista de personas desaparecidas que se ajustaban aproximadamente: un total de veintitrés individuos.
—Hasta ahora nos hemos centrado en Sussex y las zonas limítrofes con Surrey y Kent, y tengo al equipo de investigación de campo trabajando en cada uno de estos individuos, recogiendo cepillos de dientes o de cabello de los que extraer ADN. Con su permiso, jefe —miró a Branson, y luego a Grace—, me gustaría ampliar los parámetros hasta incluir todo Sussex, Surrey y Kent. —Se giró hacia Annalise Vineer, del equipo de Análisis y Procesamiento de Datos, que asintió y tomó nota en su terminal.
En una investigación de gran calado era esencial contar con un buen equipo de procesamiento de datos. Grace sabía por experiencia en casos «fríos» que muchos de ellos habrían podido solucionarse mucho antes (y, en el caso de los asesinos en serie, se habría podido evitar la muerte de alguna de las víctimas) si se hubiera realizado un trabajo más metódico de cruce de datos por todo el condado y con otras fuerzas de la policía.
Las investigaciones de casos de desapariciones eran como quitar capas a una cebolla, pero al revés. Con cada capa que se retiraba, se ampliaban los parámetros de búsqueda. Se empezaba por cubrir el condado, luego los condados vecinos y se acababa cubriendo todo el país. Si no se obtenían resultados, empezaba a buscarse en el resto de Europa.
—De acuerdo —respondió él—. Esperemos que con la emisión de Crimewatch obtengamos algo. El material que tenemos es llamativo; la gente se acordará.
—¡No tan llamativo como la corbata de Glenn! —bromeó Potting.
Branson volvió a poner la vista en sus notas.
—El propietario de la Stonery Farm, Keith Winter, ha colaborado mucho, al igual que todos los miembros de su familia. En las investigaciones que hemos hecho hasta ahora no hemos encontrado nada que nos haga sospechar de ellos. Sus finanzas están en orden, es un hombre respetado en su comunidad y no parece que tenga enemigos. En esta fase de la investigación, al menos, no lo consideramos sospechoso. No obstante, hay que tener en cuenta que, con el elaborado sistema de seguridad de la Stonery Farm, es poco probable que un extraño pudiera acceder al interior para tirar, o plantar, el cuerpo en ese sitio. Lo que me hace pensar que buscamos a un empleado de la Stonery Farm o a alguien que tuviera acceso al lugar y lo conociera bien. —Se giró hacia el jefe de la Unidad de Rastros Forenses—. ¿Algún progreso en ese campo, David?
—He enviado a la Unidad Especial de Rescate, y un gran número de agentes de calle y agentes especiales de la división de East Downs están peinando la zona desde el viernes por la tarde, jefe, en busca de la cabeza y los miembros —dijo Green. Al igual que Potting, miró primero a Branson y luego a Grace—. Hemos cubierto toda la superficie de la Stonery Farm, así como las zonas limítrofes, con perros entrenados en el rastreo de cadáveres y arqueólogos para detectar cualquier alteración del terreno, y la UER ha rastreado todos los estanques, arroyos y zanjas.
El agente Exton levantó la mano.
—Jefe —dijo—, aún no veo qué pretendía conseguir el agresor quitándole la cabeza y los miembros a la víctima. No entiendo por qué no troceó el torso. No debió de ser fácil meter el cuerpo en el corral, a menos que trabajara en la Stonery Farm. ¿Por qué lo haría?
—¿Tienes alguna hipótesis que quieras compartir con nosotros? —preguntó Grace.
—Bueno, hay una idea que me da vueltas en la cabeza.
—Ese es un lujo que la víctima ya no puede permitirse —apuntó Potting, con una mueca socarrona.
Exton no le hizo caso y prosiguió:
—Intento ponerme en la piel del agresor. Si voy a desmembrar a la víctima, ¿por qué iba a detenerme después de cortarle la cabeza y los miembros, y dejar el torso intacto? ¿Por qué no cortarlo todo en trozos más pequeños? Eso haría mucho más fácil librarse del cadáver.
—¿Y si fuera alguien que le guarda rencor al granjero por algún motivo? —propuso Nicholl—. No quiere que le pillen, de modo que le quita la cabeza y las manos, mete ahí el cuerpo e intenta involucrar al granjero.
Aquello era una posibilidad, pensó Grace, pero no le parecía lo más probable. Había asesinatos de todo tipo, lo sabía por experiencia, pero la mayoría de ellos se encuadraban en dos categorías: los de los psicópatas de mente fría que lo planificaban todo con detalle, y los de los que mataban en caliente. Los psicópatas que planificaban sus movimientos eran los que solían evadir a la justicia. Recordaba una conversación que había tenido cierta vez con un comisario jefe, cuando le había preguntado si, por su experiencia, creía que existía el «crimen perfecto». El comisario le había dicho que sí. «Es ese del que nunca llegamos a enterarnos», le había contestado.
A Grace aquello no se le olvidaba. Si alguien carente de cualquier emoción humana decidiera planificar un asesinato a modo de ejecución, tomando todas las medidas para la eliminación del cadáver, tenía muchas posibilidades de conseguirlo. Cuando encontraban un cuerpo, o algún resto, normalmente significaba que el asesino había cometido un descuido, que solía ser consecuencia del pánico. De alguien que había matado en caliente y que no lo había pensado todo a fondo.
Aquel torso sin cabeza y sin miembros le olía a lo segundo. Se habían deshecho de él de una forma precipitada, nada profesional. Cuando los asesinos se asustan, cometen errores. Y el error en el que solía caer un asesino era el de dejar una pista, por pequeña que fuera. Su trabajo consistía en encontrarla. Eso implicaba, invariablemente, un trabajo exhaustivo de su equipo, en el que no podían dejar piedra sobre piedra, y la esperanza de contar en algún momento con un pequeño golpe de suerte.
Se giró hacia la analista, Carol Morgan.
—Quiero que repases los asesinatos en serie de todos los meses de invierno; vamos a establecer un punto de partida en el 28 de febrero, e iremos hacia atrás hasta el 1 de noviembre del año anterior. Quiero que busques cualquier incidente registrado en la zona de Berwick: alguien que se comportara de un modo extraño; algún conductor imprudente o simplemente que fuera a gran velocidad; intentos de robos en casa; allanamientos… Establece un radio de búsqueda de cinco kilómetros alrededor de la Stonery Farm.
—Sí, señor —dijo ella.
Grace dejó que Branson dirigiera el resto de la reunión solo. Aunque siguió todo lo que se decía, estaba pensando en varias cosas a la vez, repasando la estrategia de seguridad que había acordado con el superintendente jefe Graham Barrington y que había aprobado el comisario jefe. Gaia iba a llegar a la ciudad al cabo de dos días. Pero también estaba pensando en otra cosa que iba a suceder al día siguiente. Algo en lo que no podía dejar de pensar. El funeral del viejo Tommy Fincher. Y, en particular, pensaba en uno de los asistentes.
Amis Smallbone.
Al pensar en aquel desgraciado, Grace, de forma inconsciente, apretó los puños.