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«Artículo incorrecto en la superficie de embolsado. Retire artículo de la superficie de embolsado».

Branson se quedó mirando, medio dormido, la caja automática del Tesco Express de Hove en la que pretendía pagar su compra.

«Por favor, retire artículo de la superficie de embolsado», ordenó aquella arrogante voz femenina de robot.

Miró a la pantalla, preguntándose qué habría hecho mal. Las personas de las cajas a ambos lados de la suya no parecían tener ningún problema.

«Artículo incorrecto en la superficie de embolsado», proclamó de nuevo la máquina.

Miró alrededor en busca de ayuda y bostezó. Eran las ocho de la tarde del domingo y estaba agotado. Desde la mañana del día anterior, cuando Grace le había nombrado suboficial al cargo de la Operación Icono, se había tomado sus obligaciones muy en serio, y se había pasado casi toda la noche trabajando en su cuaderno de actuaciones, leyendo el Manual de asesinatos y haciendo previsiones para cubrir todas las líneas de investigación que Grace le había sugerido.

Bajó la vista hacia la superficie de embolsado, intentando descubrir cuál sería el artículo que tanto le molestaba a la máquina. ¿El litro de leche descremada? ¿La moussaka baja en calorías que pensaba comerse para cenar, junto con la ensalada variada? ¿El aerosol para quitar el polvo? ¿El paquete de bayetas absorbentes? ¿La cajita de comida para peces? ¿El paquete de seis cervezas Grolsch?

Ya hacía meses que se alojaba en casa de Grace, aprovechando la generosidad de su amigo. De hecho, Roy ya se había ido a vivir con Cleo, así que él sentía la responsabilidad de cuidar la casa y mantenerla limpia, especialmente ahora, que estaba a la venta. Sabía que los primeros meses la había tenido como una pocilga; estaba tan cabreado con su rotura matrimonial que le costaba incluso concentrarse. Aún seguía enfadado, pero iba superándolo, en gran parte gracias al apoyo de Grace. Lo mínimo que podía hacer para compensarle era tener la casa ordenada.

—¿Puedo ayudarle, señor?

Un joven indio vestido con la camiseta azul de Tesco y unos pantalones negros le sonreía.

«Sí, sí que puedes. ¿Por qué no me identificas un cadáver sin cabeza, brazos ni piernas hallado ayer en la Stonery Farm»?, querría haberle dicho. Pero se limitó a responder:

—Sí, gracias. No sé por qué se ha cabreado la máquina.

El joven pasó una tarjeta sujeta a una cadena por el lector de códigos de barras y luego apretó unos botones.

—Ya está, señor. Introduzca la tarjeta de crédito, por favor.

Dos minutos más tarde, Branson salió de la tienda y atravesó el asfalto del aparcamiento hasta su coche. De camino vio a una pareja joven cargando en el maletero las compras que llevaban en el carrito. El corazón se le encogió. Un año antes —o menos— esos podrían haber sido Ari y él.

Domingo por la noche. Habrían metido a los niños en la cama y se habrían puesto frente al televisor a picar algo sencillo y sano. Lo que más le gustaba comer a Ari los domingos por la noche era hummus con pan de pita y aceitunas. Y verían Top Gear, claro. Echó un vistazo al reloj.

Mierda.

Daban Top Gear en la tele y se le había olvidado ponerlo a grabar.

Echó a correr.