29
Branson salió de la sala de reuniones tras Grace y le siguió por el laberinto de pasillos hasta la zona abierta en la que tenían sus oficinas algunos miembros veteranos de la División de Delitos Graves.
—¿Qué tal lo he hecho? —preguntó.
—Bien —dijo Grace, dándole unas palmaditas en la espalda, en el momento en que entraban en su despacho. Vio la luz parpadeante que le indicaba la llegada de un mensaje a la BlackBerry, que había dejado sobre la mesa.
—Tenemos que identificar ese cuerpo enseguida.
—¿Cómo?
Grace se colocó tras la mesa, se sentó y cogió el teléfono para revisar los quince correos nuevos que tenía.
—Creo que deberías contactar con la NPIA —respondió—, a ver si ellos pueden decirnos algo nuevo sobre quién podría ser el agresor.
La NPIA, agencia de apoyo a la policía, contaba con especialistas en trazar perfiles con experiencia en prácticamente todos los métodos imaginables de asesinato, por los más diversos motivos.
—Bien pensado. ¿Trabajan los fines de semana?
—No a máximo rendimiento, pero sí tendrán a alguien de urgencias.
Branson se acomodó en una silla frente a la pequeña mesa de Grace.
—¿Te preocupa algo? Pareces distraído.
Grace siguió repasando los correos. Había uno de Graham Barrington, superintendente jefe de la policía de Brighton y Hove, que había sido nombrado oficial para la operación de protección de Gaia durante su estancia en la ciudad. No había mensajes de Cleo, lo cual era un alivio, después del susto de antes.
Barrington le preguntaba si podría asistir a una reunión de valoración de riesgos en relación con Gaia Lafayette a las diez de la mañana siguiente, domingo, en su despacho.
—Unas cuantas cosas —dijo Grace, que respondió brevemente a Barrington que allí estaría—. Me preocupa Cleo. Acabo de oír que han soltado a Amis Smallbone. Y esta noche el coche de Cleo ha sido objeto de un ataque vandálico.
—¿Ha sido él?
—Es su estilo, desde luego —respondió Grace, encogiéndose de hombros.
—Joder, ¿y qué vas a hacer?
—Encargarme de él, cuando lo encuentre. Ahora tengo otro problema. Gaia. El jefe me ha puesto al mando de su seguridad mientras esté aquí, en Sussex.
A Branson se le iluminaron los ojos.
—¡Yo quiero conocerla! ¡Quiero conocerla! ¡Es genial! ¡No puedo creer que venga a la ciudad!
—El miércoles —dijo Grace.
—¿Me la presentarás?
—Si prometes cuidarme la casa.
—¡Cuenta con ello! ¡Guau! Gaia. Es…, es… —Levantó las manos y luego las dejó caer sobre las rodillas—. ¡Es increíble!
—Pensaba que solo te gustaba la música negra.
Branson estaba eufórico.
—¡Sí, bueno, pero ella canta como si fuera negra! ¡Y los niños se morirían por conocerla! ¿Hasta qué punto vas a estar metido?
—Todavía no lo sé.
—Tengo que conocerla. ¡Tengo que conseguir un autógrafo suyo para Sammy y Remi!
—¿Les gusta su música?
—¿Que si les gusta? —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Se vuelven locos cuando la ven en televisión. A todos los niños de Inglaterra les gusta. ¿Tienes idea de lo grande que es? —Entonces hizo una mueca—. Claro, supongo que no; eres demasiado viejo.
—Gracias.
—Es verdad. A tu edad, probablemente sigues soñando con Vera Lynn. Pero cualquiera que tenga unos años menos sueña con Gaia.
—Sí, bueno, a partir de ahora yo también voy a soñar con ella. Tendré pesadillas.
—Es fantástica. Te lo digo yo. ¡Fantástica!
Grace asintió, reflexivo. Gaia era realmente fantástica. Una noticia fantástica para Brighton. Una superestrella. La película daría un enorme impulso al turismo, del que tanto dependía aquella ciudad.
Y él sabía que, si le ocurría algo mientras estaba allí, mientras él cuidaba de ella, no sería solo la ciudad de Brighton la que quedaría marcada. Él también.