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Cuando uno es fan, hay que saber cuál es el momento exacto para comprar. Y como buena coleccionista de recuerdos de Gaia, Anna Galicia lo sabía perfectamente.

Estaba sentada en su butaca tapizada en terciopelo blanco con remaches dorados, copia exacta de la que había visto en un reportaje de la revista Hello!, en la que Gaia aparecía sentada en su apartamento de Central Park West. Anna se había hecho fabricar una réplica en Brighton, para poder sentarse exactamente igual que Gaia, con su cigarrillo sin encender cogido con desgana entre el dedo índice y el medio. A veces, sentada en aquel sillón, se imaginaba en el edificio Dakota, con vistas a Central Park. El mismo edificio en el que habían matado a John Lennon a tiros.

Pensar en grandes estrellas que habían sufrido muertes violentas siempre le había producido cierta excitación.

Le dio una calada imaginaria a su cigarrillo y luego hizo como si sacudiera la ceniza en el cenicero esmaltado con el rostro de Gaia. El sábado por la mañana era su momento preferido de toda la semana, con todo el fin de semana por delante. ¡Dos días para dedicárselos por completo a su ídolo! Y la semana siguiente… ¡Por Dios, apenas podía contener la emoción! ¡La semana siguiente Gaia estaría allí, en Brighton!

En el periódico local, el Argus, que tenía abierto delante, aparecía una fotografía de la minúscula casita de Whitehawk donde había nacido Gaia. Por supuesto, en aquel entonces no se llamaba Gaia Lafayette. Se llamaba Anna Mumby. Pero, claro, pensó con una sonrisa pícara, ¿quién no se cambia el nombre hoy en día?

Se quitó cuidadosamente el ordenador portátil del regazo y lo dejó en el suelo, le dio un sorbo a su café mezcla de la marca Salva Vidas de los Explotados con Gaia, se puso en pie y se acercó al globo plateado con las letras rosa GAIA EN CONCIERTO. SECRETOS OCULTOS, que le había costado sesenta libras y que flotaba cogido con un cordel, justo por debajo del techo. Empezaba a estar arrugado y algo flojo. Anna tiró de la cuerda, con sumo cuidado le inyectó helio de una bombona que guardaba con ese fin y volvió a soltarlo.

Entonces se sentó, aspirando los olores de aquella habitación. El olor a cartón, a papel, a vinilo y a abrillantador, con un leve rastro de la fragancia de Gaia, Noon Romance, que se ponía a diario. Recogió el ordenador y volvió a la página de subastas de eBay.

La subasta era por una botella de pinot noir ecológico, de los viñedos de la propia Gaia, con su minúsculo logo del zorro furtivo en la etiqueta, que estaba autografiada. Los beneficios de la venta original de aquella botella, subastada en un acto benéfico, habían servido para financiar una escuela llamada Stahere, en Kenia. Un ejemplo más de lo humana y maravillosa que era Gaia. La vendía un fan de Gaia en el Reino Unido, que se la había arrebatado a Anna en la subasta en que se la había comprado a su primer dueño, también por eBay. En otro chat, un coleccionista le había dicho, confidencialmente, que el coleccionista que la vendía se había quedado sin trabajo y necesitaba efectivo.

Anna no tenía ninguna botella del pinot noir cosecha especial de Gaia. Era una de las ausencias más destacadas en su colección. Se sabía que solo había doce botellas con la etiqueta firmada. Aquello era un gasto necesario. Esta vez pujaría fuerte. ¡Desde luego! Hoy nadie iba a quitársela. «Que se atrevan a intentarlo», pensó, amenazante.

Cuando conociera a Gaia, dentro de una semana, podría hablarle de aquella botella. ¡Quizás incluso podría llevársela y brindar con ella en su primera cita!

Quedaban veintiocho minutos para el fin de la subasta. Vio que aparecía una nueva puja. ¡Trescientas setenta y cinco libras! Eso eran cien libras más que la última vez. La subasta se estaba calentando.

Sin embargo, quienquiera que fuera no tenía ninguna posibilidad. Estaba decidida a gastar lo que fuera. No había mucha gente que pudiera ganarle en una subasta cuando tenía un día como aquel. Solo una lo había conseguido, en todo el año anterior. ¡Ja!

Había una gran expectación en torno a la nueva película en la que iba a aparecer la gran estrella, La amante del rey. Todas las páginas web de fans de Gaia hablaban constantemente de la noticia. Si la película se convertía en un gran éxito, como todo el mundo se esperaba, el valor de sus objetos de colección aumentaría aún más.

No es que Anna fuera a vender. Ella era una compradora, siempre compradora. Siempre lo sería. Odiaba ver que la gente empezaba a pujar a lo tonto en su contra. Era como si quisieran llevarse algo que era suyo por derecho. La rabia se apoderó de ella cuando vio aquella nueva puja.

«No sabes con quién te estás metiendo…».