18
Alas ocho de la mañana, Grace estaba sentado en su despacho, con su libro de actuaciones abierto ante él. Todo oficial al cargo de una investigación tenía uno. Si en algún momento debía responder por sus acciones durante el curso de la investigación, en alguna revisión posterior del caso, podía servir de referencia.
En cualquier caso de asesinato, una parte importante de las entradas del libro de actuaciones de Grace hacía referencia a sus hipótesis sobre los motivos y a cómo había muerto la víctima.
Sus primeras anotaciones de aquel día fueron:
1. No hay brazos, ni piernas ni cabeza. ¿Crimen organizado? Asesino desconocido.
2. ¿Ajuste de cuentas por drogas?
3. Persona conocida de la policía. ¿Intentan borrar identidad?
Había muchos otros motivos posibles, pero, en su opinión, ninguno que explicara tal mutilación del cadáver.
Cuando hubo acabado, apenas le quedaba tiempo para hacerse un café y dirigirse a toda prisa a la reunión matinal.
—Son las 8.30 de la mañana del sábado, 4 de junio —leyó Grace de sus notas a máquina—. Esta es la segunda reunión de la Operación Icono, investigación de la muerte de un hombre desconocido cuyo torso sin cabeza, brazos ni piernas apareció ayer en la Stonery Farm de Berwick, East Sussex.
—¡Pobre hombre! —le interrumpió Norman Potting—. ¡Habrá que ver si no le falta nada más!
Algunos soltaron unas risitas que Grace silenció con una mirada. Aún conservaba el buen humor de la noche anterior, y Potting no iba a estropeárselo. Se había levantado pronto, había corrido ocho kilómetros por el paseo marítimo de Brighton, iluminado por el magnífico sol de la mañana, con Humphrey correteando alegremente a su lado, y había llegado a su despacho, en la central del Departamento de Investigación Criminal, hacía una hora.
Desde sus primeros casos como investigador al mando, Grace había aprendido lo importante que era cultivar la amistad de Tony Case, agente al mando de la Sección de Infraestructuras, que era el que asignaba los centros de trabajo usados en cada investigación (de los que solo había dos en el condado y dos más en el vecino Surrey) a los diferentes equipos. Case sabía que a Grace le gustaba aquella sala de operaciones de Brighton, la SR-1, que estaba en el mismo edificio que su despacho, y había conseguido asignársela una vez más.
Las dos salas de reuniones de la Sussex House, la SR-1 y la SR-2, eran el centro neurálgico de las grandes investigaciones criminales. A pesar de sus ventanas traslúcidas, demasiado altas como para ver el exterior, la SR-1 tenía un aspecto diáfano, buena luz y buenas vibraciones. A Grace aquel lugar le ayudaba a cargar las pilas.
Algún listillo —Branson, probablemente— ya había colgado un dibujito en la parte interior de la puerta. Era una imagen de la película Chicken Run: evasión en la granja.
Sentados frente a las mesas curvadas que tenía alrededor estaban los veinte miembros de su equipo, a los que había ido convocando después de su visita a la granja, el día anterior a mediodía. Entre los habituales estaba la sargento Bella Moy, de treinta y tantos, que aún vivía con su madre; incluso a aquella hora tan temprana ya estaba dando cuenta de la cajita roja de Maltesers que siempre la acompañaba; el agente Nick Nicholl, alto como un poste, bostezando, como siempre, tras una noche más de insomnio al cuidado de su hijo de pocos meses; Glenn Branson, con un traje de color crema y una corbata pistacho; y Norman Potting, que había ingresado en el cuerpo relativamente tarde y que arrastraba una serie de matrimonios fallidos.
Potting solía ir desastrado, con el pelo grasiento y repeinado, y desprendía un olor añejo a tabaco de pipa, pero esta vez tenía un aspecto diferente, parecía más joven e iba más arreglado. Su cabello gris se había vuelto marrón oscuro. Llevaba un elegante traje azul, una camisa color crema y una corbata que, por una vez, no se había manchado desayunando. Y desprendía un olor a colonia no del todo desagradable. Alguien le había dado a aquel hombre un repaso a fondo, muy efectivo. ¿Sería otra mujer? ¿Una más?
De entre los agentes con los que solía contar, la única ausente era Emma-Jane Boutwood, una chica joven y atractiva que estaba de viaje de bodas. El resto del equipo lo componían otros agentes, entre ellos dos con los que había trabajado antes, Emma Reeves y Jon Exton, a quien Grace seguía de cerca porque le parecía excepcionalmente brillante; el jefe de la Unidad de Rastros Forenses David Green, un criminólogo; un encargado del archivo, y Sue Fleet, la jefa de prensa.
Sobre la mesa de Grace estaban su agenda y su libro de actuaciones.
—El sargento Branson ha sido nombrado, temporalmente, inspector interino —anunció—. Será mi segundo de a bordo en este caso y llevará gran parte de la investigación, ya que yo aún estoy muy ocupado con la Operación Violín. —Se giró hacia su colega, sentado a su lado, y observó que parecía nervioso—. ¿Qué tienes que contarnos?
Branson estudió sus notas un momento y luego, escogiendo las palabras cuidadosamente y con un aire pedante nada propio de él, dijo:
—La forense del ministerio, Nadiuska de Sancha, se presentó a las 16.20 horas de ayer. Completó su examen in situ a las 19.00, tras lo cual el cadáver fue trasladado al depósito. Se espera que la forense vuelva a mediodía para seguir con la autopsia. De momento no hemos podido determinar la edad de la víctima, aunque ella calcula que tendría entre treinta y cincuenta años. La arqueóloga forense Joan Major también proseguirá con su estudio, y espero que pueda ajustar la edad a un abanico más estrecho. —Comprobó sus notas y añadió—: Un hecho posiblemente significativo, a partir de los hallazgos de la forense, relacionado con el desmembramiento del cuerpo: parece un trabajo de aficionados, algo chapucero; no es obra de alguien que sepa de cirugía.
Grace tomó nota, y luego observó a su protegido con orgullo. De momento, Branson lo estaba llevando bien. Tenía presencia, y un aire de autoridad y una seguridad que inspiraban confianza y hacía que la gente se lo tomara en serio (a pesar de su vestuario, en ocasiones algo llamativo).
—Ayer se rastreó todo el espacio que queda por debajo de la rejilla, hasta la medianoche, y han seguido con ello esta mañana, bajo la supervisión de una asesora de la Científica, la sargento Lorna Dennison-Wilkins, de la Unidad Especial de Rescate. De momento no han aparecido más partes del cuerpo, ni ningún otro rastro de ropa. Enviaremos el tejido que tenemos al laboratorio para que busquen ADN, pero primero voy a intentar determinar su procedencia —dijo, señalando cuatro fotografías ampliadas de los fragmentos de tela, colgadas de una pizarra. Dos de ellas con las muestras enteras; las otras dos con detalles de cuadros de un llamativo color ocre amarillento.
—Te gusta, ¿eh, Glenn? —preguntó Potting—. ¿Te vas a hacer un modelito nuevo?
Bella Moy se lo quedó mirando. Siempre estaban discutiendo.
—¿Qué es eso del modelito?
—¿Es que nunca miras a Glenn, con el tiempo que invierte en ponerse guapo? Seguro que le gustaría hacerse uno de ese color tan llamativo.
Como única respuesta, Bella sacó otro Malteser de la cajita y lo aplastó sonoramente con los dientes.
—Me gusta ese ruidito que haces —añadió Potting—. No hay nada más sensual que una jovencita rebelde.
—Gracias, Norman —los interrumpió Grace, levantando una mano para evitar que Bella respondiera.
Branson volvió a mirar sus notas y prosiguió:
—Los agentes de la División Este de la ciudad están efectuando una búsqueda casa por casa por todas las carreteras de la zona en un radio de tres kilómetros, que es el que he establecido inicialmente. Están hablando con todos los operarios de las granjas, regulares o temporeros. —Hizo una pausa y luego añadió—: El escenario está en un lugar particular, a kilómetro y medio de la puerta de la finca, que no es visible desde la carretera, de modo que cualquiera que pase por allí no sabría que existe. Estamos elaborando una lista con todas las personas que han visitado o han accedido a la propiedad en los últimos doce meses.
—¿Nos hemos planteado la posibilidad de que alguien sobrevolara la propiedad con una avioneta ligera o un helicóptero, jefe? —preguntó Exton—. Quizá lo vieran como lugar ideal para dejar el cadáver, precisamente por lo remoto de su ubicación.
—Esa es otra posibilidad —concedió Branson—. Por lo que he podido saber hasta ahora, en el poco tiempo que hemos tenido, el granjero es un hombre popular; nadie habla mal de él. Una hipótesis en la que estoy trabajando es que se trate de un enemigo de Keith Winter (algún rival del sector que haya querido meterlo en un lío), pero ahora mismo no sé lo suficiente sobre la cría de pollos como para seguir por ahí, y no lo digo en broma. Mi otra hipótesis es que alguien que conociera la granja pensara que se trata de un buen lugar para deshacerse de un cuerpo.
—¿Qué hay del registro de desaparecidos? —preguntó Bella—. ¿No debería ser una línea de investigación inmediata?
Branson negó con la cabeza.
—Sí, eso es importante. Hemos hecho una búsqueda rápida, localmente, pero no hemos encontrado nada significativo. Primero necesito determinar cuánto tiempo lleva muerta esta persona, aproximadamente; luego podemos seguir por ahí. Espero obtener esa información mañana, ya sea de la forense del ministerio, ya sea de la arqueóloga forense. Hasta que no la tengamos, no sabremos qué parámetros aplicar en nuestra búsqueda de desaparecidos.
Grace sonrió observando a la técnica en procesamiento de datos, que tomaba notas. Él hubiera respondido lo mismo. Y tomó nota, para que Branson o él mismo apuntaran aquello en el libro de actuaciones.
—En cuanto a la estrategia con los medios, tengo buenas noticias —prosiguió Branson—: nuestro amigo Kevin Spinella, del Argus, está de vacaciones.
Se oyeron unas risitas de fondo. Branson sonrió.
—Voy a convocar otra rueda de prensa hoy mismo, a las cinco y media, y para entonces espero disponer de datos que puedan generar una respuesta por parte de la gente. Por supuesto, no lo diré todo, para que podamos cotejar y filtrar mejor las llamadas.
En cualquier investigación importante, era normal reservarse algunos datos clave que solo el autor del delito podía conocer. Así podían sacarse de encima rápidamente las llamadas que solo les hacían perder el tiempo.
En aquel momento, el nuevo teléfono de Grace, que había puesto en modo silencio, vibró. Echó un vistazo a la pantalla, convencido de que sería Spinella. Pero la pantalla decía NÚMERO OCULTO. Respondió, bajando el tono todo lo que pudo, y oyó la voz del secretario del comisario jefe, Trevor Bowles.
—Roy —dijo—, el jefe quiere verte lo antes posible. ¿Tienes un rato esta mañana?
Grace frunció el ceño. El comisario jefe, como el resto de los peces gordos, solía observar estrictamente el horario de trabajo, y los fines de semana siempre libraba. Si Tom Martinson quería verle en sábado, es que sucedía algo importante.
—Podría estar ahí dentro de media hora.
—Perfecto.
Grace colgó, preocupado. En cuanto terminó la reunión, quedó con Branson a las 11.00 para ver al sastre y luego salió a toda prisa hacia el coche, que estaba en su estupenda plaza reservada frente a la comisaría.