14
Grace, seguido por Branson, salió del ambiente apestoso y oscuro del gallinero y se encontró con la cegadora luz del sol. Aliviado, aspiró aire fresco.
—¡Qué mierda! —exclamó su compañero.
—¡Buena observación!
Branson se bajó la máscara.
—Yo diría que este asunto apesta.
Grace soltó una risita socarrona.
—El juego de palabras es de pena, incluso para ti.
—Vaya, lo siento.
—Me gustaría que fueras mi auxiliar en el caso. Voy a proponer que te nombren inspector en funciones. ¿Te apetece?
—¿Dónde está la trampa?
Grace sonrió.
—Tengo mis motivos.
—Sí, bueno, más vale que sean buenos.
Grace le dio una palmadita en la espalda.
—Sé que puedo confiar en ti: has hecho un buen trabajo en la Operación Violín. Hasta el subdirector Rigg se ha dado cuenta.
—¿Ah, sí? —A Branson se le iluminó el rostro.
—Sí, y yo te he dejado muy bien. Tengo la sensación de que este caso podría ser una gran ocasión. Si lo llevas bien, podría ayudarte a ascender.
Branson tenía todas las cualidades necesarias para ascender a inspector, y Grace estaba decidido a ayudar a su amigo a conseguirlo. Con los problemas conyugales que llevaba arrastrando durante meses, estaba seguro de que el ascenso sería el remedio perfecto para los arranques de depresión que sufría, cada vez más frecuentes.
Grace recordó cómo le había cambiado la vida su propio ascenso, unos años atrás. Empezando por el encargado del almacén de uniformes, un tipo amargado cuya actitud hacia él se había transformado en el momento en que se le presentó solicitando una guerrera de inspector con las dos estrellas en lugar de las tiras de sargento, y la preciada gorra con su trenza negra alrededor. Cuando te hacían inspector tenías por fin la sensación de ser un oficial, y la actitud de todo el mundo en el cuerpo (y también en la calle) cambiaba.
—En este caso quiero que seas tú quien se encargue de los medios de comunicación —dijo Grace.
—¿Los medios? Yo… no tengo mucha experiencia. ¿Quieres decir que tendré que tratar con la sabandija de Spinella?
Kevin Spinella era el reportero encargado de la sección de sucesos del periódico local, el Argus: siempre conseguía enterarse de cualquier crimen antes que nadie. Tenía un informador en la policía, en algún lugar, y hacía mucho que Grace tenía entre ceja y ceja pillar al topo, algo en lo que estaba trabajando.
—Con Spinella y con todos los demás. Puedes dar tu primera rueda de prensa hoy mismo, más tarde.
—Gracias —dijo Branson, no muy convencido.
—Ya te ayudaré yo —respondió Grace—. Te cogeré de la manita.
Branson asintió, y miró alrededor.
—Bueno, ¿y aquí por dónde empiezo?
—Empieza por limpiar el terreno que pisas. Lo primero es traer a un asesor de la Científica y un equipo de la Unidad Especial de Rescate para que busquen las puntas de los dedos, por debajo y por encima de la rejilla. En segundo lugar, necesitamos conocer todos los accesos por carretera e iniciar visitas casa por casa en todos los pueblos. Tienes que informar al comandante de la División de East Sussex, y decirle que necesitas agentes de calle y agentes de apoyo, y quizá también agentes especiales. Contacta con la policía local y con la central. Diles que de momento da la impresión de que está controlado y de que el impacto en la comunidad será mínimo.
—¿Algo más, jefe?
—Piensa en lo que les vas a decir a los medios. Empieza a programar una estrategia de comunicación para tranquilizar a la opinión pública. Consigue el nombre de todos los que tengan acceso a este lugar (el que reparte el correo, la leche, el periódico, el pienso, el petróleo o el gas), de todos los que puedan haber estado aquí en los últimos meses, todos los visitantes. Yo te sugiero establecer un margen de búsqueda de un año. Descubre si hay cámaras de circuito cerrado.
Al igual que en todos los casos de delitos graves que investigaba, Grace tenía que establecer una serie de parámetros de referencia para cada aspecto de la investigación, así como anotar los pasos inmediatos que habría que dar. Uno de los primeros problemas a los que tendría que enfrentarse era el funcionamiento de la granja. El dueño, Keith Winter, querría que le alteraran lo menos posible el negocio.
La primera impresión que le dio era que, a diferencia de otras granjas que había visitado, todo en aquel lugar transmitía una imagen de limpieza y modernidad. El corral, en una única nave alargada. Los relucientes silos. La bonita vivienda, que parecía de construcción reciente. El impecable Range Rover, con una matrícula que indicaba que tendría menos de un año. El Subaru Impreza, de dos años de antigüedad según el registro, que delataba a un conductor amante de la velocidad. Las cosas buenas de la vida.
¿Podría ser que alguien matara por ese tipo de cosas?
Había una puerta de acceso con control remoto al inicio de la vía de acceso, de kilómetro y medio de longitud. Desde luego, cada vez había más gente que se preocupaba por su seguridad, pero ¿cuántos granjeros tenían puertas de seguridad? ¿Ocultaría algo? ¿O era una simple precaución contra los intrusos?
Por la mente ya le iban pasando los sospechosos potenciales, o los individuos de los que necesitaba saber más. Lo primero que apuntó en su cuaderno fue que tenía que recabar datos sobre el propietario de aquel lugar. ¿Quién era Keith Winter? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cuánto tiempo hacía que era dueño de la Stonery Farm? ¿En qué situación económica se encontraba? ¿Tenía socios? ¿Cuándo habían limpiado la rejilla por última vez? ¿Quiénes eran sus empleados? Tendrían que identificar e interrogar a cada uno de ellos, a los actuales y a los pasados. ¿Sería capaz de meter a la víctima de un asesinato en su corral? Quizá pensó que quedaría disuelto por completo. Era bien sabido que la mafia italiana usaba las granjas de cerdos como solución efectiva para eliminar cadáveres, y en el Reino Unido también se había registrado un caso, unos años atrás. Pero los cerdos son omnívoros.
Compartió sus pensamientos con Branson.
—¿No has visto la película Porcile, de Pasolini? —respondió el sargento.
—No, no había oído hablar de ella.
—Es un clásico. En la peli, un cerdo se come a un tipo.
—Creo que me la perderé.
—Ya te la has perdido hace tiempo. Se estrenó en 1969 —dijo Branson, que luego frunció el ceño—. Sé de alguien que quizá pueda decirnos algo de la tela, si es verdad que es de un traje.
—¿Ah, sí?
—Un sastre de Brighton, que trabaja en Gresham Blake.
Gresham Blake era la sastrería de la alta sociedad de Brighton.
—¿Ahí es donde te haces tú la ropa? —le preguntó Grace, intrigado.
—Ojalá. Lo conocí hace unos años, cuando le desvalijaron el piso. Gresham Blake es donde deberías hacerte tú los trajes, con tu sueldazo de pez gordo.
Grace pensó que no había ninguna certeza de que el tejido tuviera conexión alguna con la víctima, pero era una línea de investigación importante. La mayoría de las investigaciones de asesinato empezaban con la desaparición de una persona, y hasta que no identificaban a la víctima resultaba difícil hacer progresos considerables. Una de las cosas más importantes que tenían que determinar en aquella fase era la edad del muerto, y el tiempo que llevaba ahí dentro. Sacó el teléfono del bolsillo y llamó a la arqueóloga forense Joan Major, para preguntarle si podría pasarse por allí cuando acabara en el depósito. Ella respondió que ya casi había acabado el examen de los restos óseos.
Quizá pudieran obtener ADN de la víctima, lo que ayudaría a la identificación. A falta de eso, si conseguían determinar la edad de la víctima, aunque fuera aproximadamente, podrían realizar una búsqueda partiendo de la lista de desaparecidos del condado o de la región.
Volvió a mirar alrededor. Había algunas estructuras de la granja por detrás del corral, y otra vivienda, más pequeña. Lo que debía decidir de inmediato era si habría que limitar la escena del crimen al corral o si habría que considerar que lo era toda la granja, incluida la vivienda. No le parecía que tuvieran suficientes indicios como para tomar una decisión tan drástica, que supondría el traslado de Winter y de su familia a un alojamiento temporal. Su intención, de momento, era tratar al granjero como a una persona de interés para su investigación, pero no como a un sospechoso.
A pesar de que era consciente del peligro de las suposiciones, Grace siempre planteaba hipótesis en todas las escenas de crímenes. Y la primera que hizo en este caso era que quizás hubiera dinero de por medio. Un muerto vestido con ropa cara. ¿Un socio en un negocio? ¿Un chantajista? ¿El amante de la mujer de Winter? ¿El amante del propio Winter? ¿Un acreedor? ¿Un rival en el negocio? ¿O quizá sería alguien sin ninguna conexión con Winter, que simplemente hubiera usado el lugar para deshacerse del muerto?
—Glenn —dijo—, cuando empecé en Delitos Graves, tenía un superintendente que era todo un sabio. Un día me dijo: «No hay caso más frío que uno en el que la víctima no esté identificada». Recuérdalo. Identificar a la víctima siempre es la prioridad.
Después de enviar de nuevo al aturullado Branson al interior del corral, Grace se acercó al coche, se sentó en el asiento del conductor y cerró la puerta para aislarse. Empezó a componer una lista con los nombres del equipo de investigación con el que quería contar. Esperaba que algunos de sus agentes habituales, recientemente liberados de la Operación Violín, estuvieran disponibles. Tras un inicio de año tranquilo, en mayo todo se había disparado. En Sussex se registraba una media de dieciocho asesinatos al año. Pero en los primeros cinco meses del año ya se habían producido dieciséis. ¿Un dato estadístico extraordinario, o una señal de que las cosas estaban cambiando?
Se quedó mirando a través del parabrisas, en dirección al caro Range Rover y al Impreza —dos juguetitos para ricos—, y a la granja de diseño. Nunca habría pensado que la cría de pollos diera tanto dinero.
Eso sí, la experiencia le había enseñado que donde hay más asesinatos es en los lugares en los que se hace más dinero.