12
Desde luego aquel muerto no tenía ningunas ganas de marcha. En primer lugar porque estaba cubierto por más de un metro de excrementos de pollo, pero también porque le faltaban las piernas, las manos y la cabeza…, lo cual habría dificultado bastante la coordinación. Una nube de moscas revoloteaba a su alrededor, y el hedor a amoniaco era insufrible.
Branson, que estaba a punto de vomitar, se giró. Grace miró hacia abajo. Quienquiera que hubiera hecho aquello tenía muy pocos conocimientos de medicina forense, y aún menos delicadeza. El torso, decapitado y sin miembros, que había perdido la carne por algunas zonas, estaba cubierto de excrementos, moscas y gusanos, y casi no tenía ni aspecto humano. La piel, corroída por el ácido en las zonas en que quedaba a la vista, era de un color marrón oscuro y parecía más bien cuero, lo que le daba al cadáver el aspecto de una momia de museo rescatada de un incendio. El característico acre olor a podredumbre, que Grace reconocía perfectamente, lo invadía todo. Resultaba difícil hasta respirar. Era un olor que te llevabas a casa, que se te pegaba al pelo, a la ropa, a cada poro de la piel. Podías frotarte hasta levantarte la piel, pero, aun así, seguirías notándolo a la mañana siguiente.
La única persona que nunca lo notaba era Cleo. Pero quizá Branson tuviera razón, y al cabo de diez años sí que lo notaría. Esperaba que no.
—¿Coq au vin para cenar, Roy? —le saludó el jefe de la Unidad de Rastros Forenses, vestido con un traje protector blanco y provisto de un equipo de respiración, pero con la máscara levantada por un momento.
—¡No, si es así como te deja, pero gracias!
Ambos hombres se quedaron mirando el hueco, a más de un metro por debajo de la rejilla, y el torso. Lo primero que a Grace le vino a la cabeza fue que podía ser obra de alguna banda de gánsteres.
—Bueno, ¿qué tenemos hasta ahora?
En respuesta, David Green alargó la mano enguantada y levantó una bolsa de pruebas de polietileno del suelo, con un gesto como de orgullo, y se lo pasó.
Grace miró dentro. Contenía dos fragmentos de tejido muy sucio. La tela tenía un patrón ocre apenas visible. Parecían trozos de un traje de hombre.
—¿Dónde los habéis encontrado? —preguntó.
—Cerca del cuerpo. Parece que eran de algo que llevaba puesto; por algún motivo son los únicos fragmentos que no se descompusieron o que no se llevaron las ratas para hacer el nido. A lo mejor encontramos más cosas cuando empecemos a buscar huellas.
—Así pues, ¿es un hombre?
—Esto es de lo poco que no le han arrancado a bocados; no sé si me entiendes…
Grace asintió, incómodo: le entendía perfectamente.
—Debía de ser un traje hecho a medida —apuntó Branson.
Grace y Green se lo quedaron mirando.
—¿Y eso lo deduces a partir de un fragmento de tela tan pequeño? —preguntó Grace.
—No, jefe —respondió Branson, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a los restos—. Es que me imagino que tendría problemas para encontrar algo de serie que le sentara bien.