El muy sapiente Artemidoro, mi maestro en sueños, sentenció que no hay fortuna más extraordinaria que la de soñar que se devora carne humana, siempre que no se trate de pariente o persona conocida. Comer carne de hombre en el sueño es excelente auspicio; quiere decir, según el sabio, que uno se adueña de las cualidades de los otros, que empleará en adelante sus virtudes.
El sueño y la comida van unidos. O se sueña con comida o la comida nos provoca pesadillas o nos induce sueños deleitosos.
Si deseas soñar con el que amas cuando se encuentra lejos (o aun si está a tu lado, pues soñar con él es siempre placentero), brebajes hay que semejante fin prometen. Pero son ilusiones chapuceras y de cada diez veces que los tomes, si tienes suerte, una o dos soñarás con el que quieres.
Pero hay una manera de cocer la sopa de cebolla que engendra siempre buenos pensamientos y sueños placenteros. Has de probarla con una condición: es de rigor beberla mientras llueve y siempre que el termómetro baje de los diez grados.
Harás primero una bechamel de las corrientes. Cortarás luego cebollas cabezonas (dos por persona) en rodajas finas y las pondrás a freír en mantequilla. Cuando estén quebrantadas y su color alcance un muy tenue amarillo por encima del blanco, añadirás medio vaso de vino blanco seco y en cuanto el alcohol se haya evaporado, tres tazas de caldo fuerte. Deja hervir seis minutos y pon la bechamel. En los platos hondos de la sopa, ralla un poco de queso de ese con agujeros, amarillo, y riega un dedo de buen brandy. Tómala calientísima y esa misma noche concéntrate en tus sueños.
Pon bloc y lapicero en tu mesita de noche, pues lo que has de soñar será digno de apuntarse antes de que lo olvides. No consultes intérpretes de sueños, que te confundirán, sólo tú entiendes, si acaso, lo que tienes dentro.