No son las criadillas fritas (ni cocidas ni nada) eficaz remedio para la impotencia. Como el boje no cura la tisis, ni la oreja la sordez, ni los ojos la ceguera, así mismo ese mal no encontrará remedio en nada parecido. La impotencia es pesar que a todos causa risa, menos al tímido varón que la padece, y a la perpleja mujer que teme ser su causa. Su remedio no es fácil, pero yo te aseguro que hay para la impotencia, eficaz aunque lento tratamiento.

Si el caso es siempre y en cualquier lugar y con cualquier persona, habrá que convenir en que es difícil, casi desesperado, y escapa a los consejos de mi culinaria. Si el ascetismo es un ineluctable decreto del destino, mejor es convertirse, sin esfuerzo, en lo que tantos santos buscaron a costa de inmensos sacrificios.

Pero si el caso, como los más, es esporádico, inexplicable y no sólo con quienes nos repugnan sino con quienes más ansiamos responder con amoroso y vigoroso abrazo, puedo garantizar la mejoría, la curación definitiva. Veamos:

La impotencia no es otra cosa que temor de serlo.

Obedece a un diminuto y pernicioso humor cerebral que cercena todo impulso agresivo. Por un desequilibrio de flujos en la sangre, el impotente piensa (sin pensarlo) que su fuerza hará daño. Esta impotencia encierra un temor: que haya un deseo superior a su empuje, y sea tal que lo deje del todo desprovisto.

Algo importante: la única mano capaz de curar al impotente, es esa de la misma que la causa, Sólo el amor de la amada curará al amante. Y una vez curado, éste será el mejor, el más constante, duradero y (por desgracia) prolífico. La mujer del impotente acallará su angustia y no le dará voz a sus temores. Ni se te ocurra un chiste o burla genital. Al hombre, simplemente, le dirás que no hay prisa. Le darás tiempo al tiempo y por treinta y una noches seguidas esperarás con calma. Como quien mira nubes que se adensan en el horizonte después de la sequía. No temas, mujer, no serás un desierto. Tu mismo deseo irá creciendo con la falta del otro, hasta que ambos se acrecienten y contagien tanto que lleguen a lo inevitable. Lo imposible, de verdad, es que la nube no se rompa en lluvia, más temprano que tarde.

La mujer será como una pescadora. Se sentará a esperar, poniendo en vista (pero disimulada) su carne y su carnada. Poco a poco soltará los anzuelos sin que el amante note que lo rondan. Este al fin morderá.

Probado el deleite y asegurado en él, no tendrá recaídas. Pero jamás le des potajes para esto pues sembrarás la duda, y ya te dije: este mal se reduce al temor de padecerlo.