¿Debe estar este humilde manual de culinaria en la cocina? No soy gotoso gourmet goloso o gran gastrónomo; mi oficio, si es que yo tengo alguno, es un antiguo e impreciso vicio de pasear los ojos por las letras: lector. Y en esta ocupación he hallado que tampoco son exactas mis colegas redactoras de recetas para amas de casa. Doña Sofía Ospina, por ejemplo, dice de algunos platos que se pongan al horno «el tiempo necesario» y se saquen de allí «cuando estén listos»; y Maraya de Sánchez, Cordon Bleu, para una receta recomienda que se le eche «un número de huevos adecuado»; doña Simone Ortega, pariente del filósofo, usa medidas tan secretas como «un poco, una pizca y un tris».
Yo no soy más exacto ni pretendo superar a mis maestras. Mi ambición es buscarle solución a tu melancolía y el camino verdadero me lo dio un gran poeta de la fría Inglaterra, aquel que hizo decir a uno de sus personajes, casi loco de exceso de cordura: «Dame una onza de almizcle, buen boticario, para perfumar mi imaginación.» Yo no quisiera ser nada distinto a eso, un buen apotecario, un farmaceuta, el dueño de las recetas para perfumar tu fantasía.