47

Mi primera intención es ir directamente a las oficinas de Balkan Prospect y hablar con Yanneli. Esta idea, reforzada por mi impaciencia, me infunde ímpetu suficiente para llegar al cruce con la avenida de Alexandra. A partir del Campo de Marte, sin embargo, empiezan a acosarme las dudas, que aumentan en proporción directa al ángulo ascendente de la calle. ¿Qué gano enfrentándome a Yanneli sin estar preparado? Para empezar, ni siquiera estoy seguro de su parentesco con Zanos; quizá se trate de una mera casualidad. En segundo lugar, aunque exista tal parentesco, ignoro de qué grado es. A lo mejor eran primos terceros que no se veían desde hacía veinticinco años.

¿Y qué hay de los otros tres, aparte de Zanos Yannelis? ¿Y de los posibles miembros de la organización que eran desconocidos para Zisis? Más vale que investigue un poco, reúna datos sobre Zanos Yannelis y los demás, y luego aborde a Koralía. Si los tres hombres, cuyos nombres me facilitó Zisis, están vivos y aún residen en Grecia, es muy posible que Logarás represente un peligro para ellos. Si este ha contactado con alguno de ellos, quizá consigamos evitar el mal y averiguar algunas cosas acerca de su verdadera identidad.

Me encuentro a la altura de los juzgados cuando me asalta otra idea. Según Zisis, Yannelis murió, aunque no sabía exactamente cuando. ¿Y si la primera víctima de Logarás no fue Favieros sino Zanos Yannelis? Si este también se había suicidado, para su desgracia y la nuestra, deberemos buscar su propia biografía. En cualquier caso, todo apunta a que debo olvidarme de Koralía Yanneli hasta que haya recabado información acerca de Zanos, los tres miembros del comando y los demás, suponiendo que haya habido otros.

Inmerso en estas cavilaciones, llego a la tercera planta de jefatura y me encamino al despacho de mis ayudantes. Los tres trabajan febrilmente. No sé si en realidad Vlasópulos y Dermitzakis están tan atareados o si sólo lo aparentan delante de Kula, por temor a que los critique ante Guikas, en su calidad de secretaria.

—Venid a mi despacho —les indico y me adelanto.

Me sorprende descubrir que el café y el cruasán me esperan encima de mi escritorio. Es mi desayuno habitual cuando voy al trabajo. Un cruasán envuelto en celofán y un café griego ma non troppo, porque lo preparan con una cafetera exprés. Normalmente, los pido yo mismo en el bar. Interpreto su gesto de comprármelos como una bienvenida después de mi larga baja médica y me siento conmovido.

—¿Quién me ha traído el café y el cruasán? —pregunto cuando entran en el despacho.

—Yo —contesta Kula, encantada—. Los chicos me dijeron que es lo que suele desayunar.

Enseguida me percato de la jugada. Vlasópulos y Dermitzakis han decidido rebajarla al puesto de archivadora y encargada de los cafés para neutralizarla.

—Yo no te he pedido que me sirvas el desayuno —la reprendo con severidad—. Te encargué otro trabajo y quiero que lo cumplas. El café y el cruasán puedo ir a buscarlos yo sólito.

Es la primera vez que la trato como subordinada. La veo palidecer, a punto de romper a llorar. Me sabe mal, pero no quiero que los otros dos la manipulen de este modo.

—Todavía no hemos encontrado ningún secreto común en el pasado de las tres víctimas —me informa Vlasópulos en un intento de cambiar de tema.

—Olvidaos de su pasado, de momento. Tenemos cosas más urgentes que hacer. —Arrojo la camiseta roja con la cara del Che a Vlasópulos, que la pilla al vuelo—. Quiero que averigües quién fabrica estas camisetas.

Él la examina y sacude la cabeza.

—¡Lo que faltaba! Una prenda tan mal hecha puede haber salido de diez talleres de confección distintos.

—Localízalos. Es urgente. —Saco del bolsillo la libreta con los nombres que me proporcionó Zisis y me vuelvo hacia Dermitzakis—. Stelios Dimu, Anestis Telópulos y Vasos Zikas. Quiero que lo averigües todo en relación con estos tres. Si han muerto, cómo y cuándo. Si están vivos, dónde viven y en qué trabajan. Y lo quiero ya, hoy mismo, si es posible.

Me desentiendo de los hombres y me dirijo a Kula:

—¿El nombre de Yannelis te suena de algo?

Todavía no ha superado la bronca y sigue con los ojos empañados.

—Me suena a Koralía Yanneli, de Balkan Prospect —titubea.

—Exacto. Quiero que investigues a un tal Azanasios o Zanos Yannelis. Seguramente está muerto pero, si viviera, hoy tendría unos setenta y cinco años. Quiero que reúnas sus datos y los compares con los de Koralía Yanneli. Me interesa conocer su grado de parentesco, si es que lo hay. Ya has hablado con Yanneli, sabes qué debes buscar exactamente.

Recalco las últimas palabras, para que los otros dos se enteren de que Kula está más metida que ellos en la investigación y dejen de tratarla como a la chica de los recados. Parece que la propia Kula se da cuenta, porque veo que sonríe.

—Y algo más. Sube al quinto y comunícale al señor director que necesito verlo, junto con Stellas, de la brigada antiterrorista, cuanto antes. Se trata de algo relacionado con los suicidios. Es muy urgente.

Se marchan con Kula a la cabeza, mientras yo rompo el celofán y le hinco el diente a mi cruasán. Aunque le haya echado la bronca, por razones preventivas, el cruasán y el café oficializan, más allá de toda duda, mi tan ansiada reincorporación a la rutina laboral. Tomo un sorbo del café, que ya está frío. Me levanto para bajar al bar y comprar otro, pero me siento de nuevo. No importa, me digo, Adrianí me ha malacostumbrado. En el trabajo, casi siempre bebo el café frío.

Apenas he apurado la taza cuando suena el teléfono, y Kula me anuncia que Guikas está listo para recibirme. El ascensor me obliga a esperar casi diez minutos, para pararme los pies y frustrar toda esperanza de que haya mejoras en el futuro.

Entro en la antesala y veo a Kula sentada tras el escritorio, clasificando una pila de documentos.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

—Me ha pedido que me quede un rato para ayudarlo con este papeleo, que lo desborda y no sabe qué hacer. —Suspira profundamente y añade—: Ya estoy desesperada.

—No te preocupes. Él no te apartará de mi lado antes que resolvamos este caso, se lo dejé bien claro.

—No me refería a esto. Estoy desesperada pensando en lo que pasará después. Tal como están las cosas, me llevará dos meses poner orden en este despacho.

—Tú ve a investigar el caso Yannelis y el resto déjamelo a mí. Ya hablaré con Guikas.

El Guikas de siempre. En cuanto atisba una oportunidad, la agarra por los cuernos. Pero ahora las cosas están al rojo vivo, no es momento de consentirle esos lujos.

Lo encuentro estudiando el folleto del Organismo de Viviendas Públicas dedicado a los pisos de la Villa Olímpica, que se sortearán entre los solicitantes después de los juegos. No sé si Guikas cumple los requisitos para solicitar una de esas viviendas pero, si se las arregla para participar en el sorteo, estoy convencido de que saldrá con un piso de primera.

—¿Qué ha pasado? —inquiere mientras pliega el folleto y lo guarda en su cajón—. ¿Hay novedades? ¿Y por qué quieres hablar con Stellas?

Le presento un informe completo: no omito detalle sobre la canción y la camiseta, ni sobre la información que me dio Zisis, aunque evito mencionar, claro está, tanto su nombre como los que él me facilitó.

—En otras palabras, estamos progresando —concluye, satisfecho.

—Según cómo se mire. Tal vez sí y tal vez no.

Nos conocemos desde hace años, y sabe interpretar mis reacciones.

—¿Qué te preocupa? —pregunta.

—No estamos progresando, es Logarás quien nos lleva de la mano. Esto me preocupa. Porque no sé si me está ofreciendo pistas o si me está tendiendo trampas a cada paso.

—Cuando fuimos a hablar con el ministro, expresaste deseos de que jugara la partida contigo.

—Así es. Con la esperanza de que, mientras le siga el juego, descubra algo inesperado, algo que él pase por alto y que me ayude a resolver el caso. Esta es mi apuesta.

Nuestra conversación se ve interrumpida por la llegada de Stellas, el segundo al mando de la brigada antiterrorista. Se sienta frente a mí y nos mira por orden jerárquico: primero a Guikas y luego a mí.

—¿Qué hay? —pregunta.

Guikas me indica con un gesto que me cede la palabra.

—Oye, Nikos, ¿has oído hablar de un grupo antifascista de la época de la dictadura denominado Organización Che Guevara de Resistencia Independiente?

Él reflexiona brevemente.

—¿Yannelis? —aventura al cabo.

—Sí. ¿Lo conoces?

—No en persona. Sé lo que los viejos solían decir de él.

—¿Qué decían?

—Sólo les faltaba ponerse firmes cuando pronunciaban su nombre. Parece que Yannelis era uno de esos pocos a los que tienes que respetar, aunque luches contra ellos.

—¿Sabes quiénes eran los otros miembros de la organización?

—No, y tampoco sé gran cosas sobre ellos. A ellos los detuvo la policía militar, y los archivos de la policía militar fueron quemados en Keratsini. Yo sólo los hubiera conocido si hubiesen continuado en activo tras la caída de la dictadura.

—¿Y continuaron?

—No, al menos no con este nombre. Lo sabríamos.

—¿Y si han empleado un nombre distinto?

Stellas se encoge de hombros.

—No se sabe nada con seguridad. El asunto del terrorismo siempre ha sido una maraña indescifrable, ya lo sabes. Lo único que puedo decirte es que Yannelis desapareció de la escena tras la caída de la dictadura y cortó todo contacto con sus viejos cantaradas. No sabemos por qué, pero parece que decidió jubilarse. Ignoro si otros miembros del grupo optaron por seguir en la brecha, porque no sabemos quiénes pertenecían a ese grupo en el período de la dictadura.

Mira por dónde, los archivos de Zisis están mejor documentados que los expedientes de la antiterrorista, pienso. Lástima que a nadie se le pasara por la cabeza integrar en los cuerpos de seguridad la maquinaria clandestina del partido comunista. Ahora seríamos infalibles.

No nos queda nada por decir. Me pongo de pie. Stellas se despide de nosotros y es el primero en salir del despacho. Yo me detengo en el umbral y me vuelvo hacia Guikas.

—He de pedirle un favor. Que el ordenamiento de su oficina espere hasta que terminemos con este caso. Después Kula será toda suya.

Clava en mí sus ojos de ciervo herido.

—Tu período de baja te ha cambiado —se lamenta—. Eres distinto, no tienes compasión.

No sé por qué, me gusta que me lo diga.