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La idea me asalta en el Metro, en el recorrido de vuelta a la plaza de Omonia. Es una ocurrencia desesperada, de aquellas que surgen cuando la lógica depone las armas y busca salvación en la sinrazón. En mi desesperación, pues, decido agarrarme de la empresa off-shore de Favieros, porque representa mi única esperanza de mantener abierto el caso. Por supuesto, habré de saltarme un poco las reglas. Debo guardar en secreto mi convicción de que la biografía de Favieros fue escrita por él mismo y, en cambio, llamar la atención sobre la posibilidad de que la causa de su suicidio radique en la empresa off-shore. Con un poco de suerte, si consigo descubrir negocios sucios, chanchullos y escándalos, recuperaré mi puesto. De acuerdo, esto compete a la policía fiscal, pero eso es un detalle insignificante; cuando estalle la bomba, todo quedará sepultado bajo los escombros. Si, por otra parte, la compañía extranjera resulta estar limpia, cerraré la investigación y aquí no ha pasado nada, porque lo que tenía que pasar ya es historia.

La pequeña prórroga concedida a mi ilusión me alivia un poco, y regreso a casa, si no precisamente alegre, al menos de buen humor. Kula, en la cocina, recibe lecciones culinarias de Adrianí.

—¿Qué has averiguado de la empresa off-shore de Favieros? —pregunto en mi más severo tono profesional.

—Enseguida se lo cuento.

—Enseguida, no. Primero hemos de terminar la comida —interviene Adrianí y se vuelve hacia mí—: Lee tus diccionarios y ya te llamaré.

Estoy a punto de echar la bronca a Kula, recordarle que Guikas le dio permiso para que me ayudara y no para que aprendiera a cocinar musakás y albóndigas envueltas en hojas de parra. Pensándolo mejor, sin embargo, he de reconocer que la normalización de las relaciones entre Kula y Adrianí me quita un peso de encima, de modo que más vale que cierre el pico para no dinamitar la tregua recién firmada. De todas maneras, no voy en busca de mis diccionarios sino que me dirijo a la sala de estar, donde me siento en actitud de espera, para dejar claro que el asunto es urgente y deben darse prisa.

Kula aparece al cabo de una media hora.

—Perdone, pero como no estaba en casa… —se disculpa.

—No importa. Dime qué has averiguado.

—Varias cosas relacionadas con las actividades de la empresa off-shore.

—¿Zamanis no te ha puesto trabas?

—No he hablado con Zamanis.

—¿Con quién has hablado? ¿Con Lefaki?

Kula esboza una sonrisa taimada.

—Mi padre solía decir: «Zapatero, a tus zapatos».

—¿Y eso qué significa?

—Significa que yo no estoy a la altura de Lefaki ni de Zamanis. De modo que hablé con alguien más a mi medida.

—¿Y quién es este?

—Aristópulos. El joven que nos guio al despacho de Zamanis. ¿Se acuerda de él?

—Vagamente. ¿Qué sabía él de la empresa?

—Señor Jaritos, Aristópulos tiene tantas ansias de ascender que hace exactamente lo mismo que en el colegio. Allí se aprendía las lecciones de memoria para conseguir buenas notas, aquí se ha aprendido con pelos y señales la historia de Favieros y de sus empresas, para conseguir un ascenso. Me invitó a tomar un café y me lo contó todo.

—¿Qué es todo?

—Un momento; lo escribí en el ordenador para no olvidarme de nada.

Se acerca al ordenador, pulsa unas cuantas teclas y lee en voz alta:

—La empresa off-shore de Favieros se dedica a los terrenos.

—¿Otra constructora?

—No, es una inmobiliaria. Se llama… —Chapurrea el inglés más o menos como yo—: Balkan Prospect. Real Estáte Agents. Tienen oficinas por toda Grecia y también en los Balcanes.

—¿Y qué venden?

—Parcelas, pisos, inmuebles… —Se interrumpe y me mira—: ¿No le parece extraño?

—¿El qué?

—¿Por qué transformaría Favieros su inmobiliaria en una empresa off-shore?. Elias no lo sabía.

—¿Quién es Elias?

—Es el nombre de pila de Aristópulos.

—¿Ahora lo llamamos por su nombre de pila? —me burlo para picarla.

Kula se encoge de hombros en un gesto fatalista.

—No se consigue nada sin dar algo a cambio. —Lo sé. Yo, que voy de íntegro por la vida, me he llevado más de una hostia—. Me ha pedido una cita —concluye Kula con picardía.

—¿Y has aceptado?

—Le he dicho que lo llamaría por teléfono. —Se echa a reír—. Ya sabe cómo son estas cosas. Le dices que lo llamarás por teléfono. En el momento mismo de despedirte olvidas el número y no te vuelve a la memoria hasta que tienes que pedirle otro favor.

—Yo te explicaré por qué transformó la empresa en off-shore, ya que Elias no lo sabe —digo para darle una lección—. Porque sus abogados y sus contables investigaron el asunto y descubrieron las ventajas de una off-shore. Seguramente, pagaría menos impuestos, estaría sometida a un control menor, y ve tú a saber qué más. ¿Tiene oficinas en Grecia, esta empresa?

—Sí. —Consulta otra vez el ordenador—. Calle de Eguialía 54, en el barrio Paraíso de Marusi. La directora es una tal Koralía Yanneli.

—A ver qué nos cuenta esta Yanneli.

Estoy seguro de que no nos contará mucho. Una señora que dirige una inmobiliaria nos indicará, como máximo, en qué partes de Atenas ha subido el precio de los pisos y dónde ha bajado. O nos hablará de la superficie edificable en un solar de Pangrati. Pero ¿qué puede desvelar del suicidio de Favieros? Si se hubiera lanzado al vacío desde uno de sus pisos, quizá su testimonio tendría algún interés. Pero él escenificó su suicidio ante las cámaras de la televisión. Qué sabrá de ello una agente inmobiliaria. Los augurios no se presentan muy favorables pero, ya que me he concedido un margen de respiro, decido probar suerte de todas maneras.

Adrianí nos alcanza en la puerta.

—Espera, tienes que llevarte tu parte del musakás —dice a Kula—. ¡Te lo has ganado! Lo hemos preparado juntas.

Kula se vuelve hacia mí, incómoda.

—Puedes irte a casa con la fiambrera —accedo—. Ya no te necesito. Nos veremos por la mañana.

El Mirafiori está aparcado en la plaza de Sulio. En cuanto salgo a la avenida Reina Sofía concluyo que habría debido esperar a que se pusiera el sol para subir al coche. Las ventanillas están abiertas y el aire caliente irrumpe impetuoso en el coche, mientras el sol abrasa el techo y me achicharra la cabeza. A la altura del Faro me topo con las obras del puente y empiezo a avanzar a paso de hormiga. Cuando me quedo en Atenas en verano reniego porque no aguanto el calor, cuando nos vamos de vacaciones, reniego porque no aguanto el ruido.

Tuerzo a la derecha en Francoiglesia, doblo de nuevo a la derecha y enfilo la calle Eguialía. El número 34 está cerca del Club de Hípica. Es uno de esos complejos de oficinas ultramodernos, todo vidrio y plantas de interior, que semejan peceras para peces de colores.

Las oficinas de Balkan Prospect están en la tercera planta. La entrada no me parece muy espectacular. Consiste en una sencilla puerta blanca con un pequeño rótulo, que sólo alcanzas a leer cuando te acercas: «Balkan Prospect. Real Estáte Agents». Y debajo, en griego: «Empresas inmobiliarias».

La sencillez impera también dentro de las oficinas. El vestíbulo, no muy amplio, presenta un mobiliario sobrio: un escritorio con un ordenador y una salita para los clientes. Detrás del escritorio está sentada una secretaria de veinticinco años como máximo, vestida y maquillada con discreción. Por lo visto el luto no se hace extensivo a las empresas filiales de Favieros.

—Comisario Jaritos —me identifico—. Quisiera hablar con la señora Yanneli.

Me creía comprador y le he salido poli. Esto la desconcierta. Hace ademán de descolgar el teléfono para anunciarme pero cambia de opinión. Opta por levantarse y entrar en el despacho de Yanneli a través de una puerta situada a su derecha. Reaparece un minuto después y me invita a pasar.

Yanneli es la cuarta cincuentona que veo en las empresas de Favieros. Luce un conjunto azul y blanco y es morena, una auténtica belleza impresionante para su edad, aunque su rostro evidencia signos de cansancio. Me recibe con gran cordialidad, una sonrisa y un apretón de manos, luego ocupa su asiento y me mira sin pronunciar palabra.

—Se trata de una visita extraoficial, señora Yanneli —empiezo, a modo de introducción—. Estamos realizando una investigación rutinaria del suicidio de Iásonas Favieros. Sólo para averiguar qué pudo impulsarlo a morir de ese modo… ¿cómo lo diría?… tan espectacular.

—Me temo que ha venido al lugar equivocado, comisario —contesta ella amablemente y sin rastro de ironía.

—¿Por qué? ¿No es Balkan Prospect una de las empresas del grupo Favieros?

—Lo es, aunque Iásonas Favieros raras veces venía por aquí. Cuando quería algo, me convocaba a las oficinas de Erige, donde se encontraba su despacho. Por lo tanto, no tengo la menor idea de qué pudo inducirlo al suicidio ni era su estado de ánimo antes de cometerlo. Hacía meses que no lo veía.

—¿Cree posible que se quitara la vida por problemas económicos?

—Si he de juzgar por nuestra empresa, no —responde Yanneli sin reservas—. Ignoro en qué situación financiera se hallaban las demás empresas del grupo, pero considero improbable que se haya suicidado por motivos económicos.

—Ustedes son una empresa off-shore, ¿no es cierto? —pregunto para abordar el tema que me preocupa.

—Sí. Y mucho más importante de lo que refleja nuestra sede central.

—¿A qué se refiere?

—No parecemos importantes, debido a nuestro esquema de organización flexible. Todas las transacciones se efectúan a través de nuestras agencias locales, que empiezan en Atenas y llegan hasta la mayoría de los países balcánicos. Nosotros aquí no contamos más que con un asesor jurídico, encargado de la revisión final de los contratos, una pequeña contaduría, mi propio puesto y el de mi secretaria.

—¿Fue Favieros quien ideó esta organización flexible?

—Él ideó el esquema organizativo de todas sus empresas. Iásonas Favieros no tenía en gran estima a las empresas de consultoría. Pensaba que funcionaban según modelos estándar. Solía decir que para organizar bien una empresa es preciso amarla, saber cómo late su corazón.

—¿Su empresa también se dedica a la construcción?

—En determinados países balcánicos, que carecen de la infraestructura necesaria, hemos fundado compañías para construir pisos de viviendas. En Grecia nos ocupamos exclusivamente de la compraventa de bienes inmuebles.

Yanneli se muestra amable, incluso agradable, pero no me está revelando nada importante. Hago un último esfuerzo.

—Claro que nada de todo esto explica el suicidio.

Levanta las manos y las deja caer sobre el escritorio.

—Esto no puede explicarlo nadie, comisario.

—¿Qué pasará con las empresas ahora que el cerebro detrás de todo ello ya no existe?

Yanneli recupera la sonrisa.

—No se preocupe, están en buenas manos. No voy a hablar de mí, pero Xenofón Zamanis es un hombre muy capaz y conocía a Iásonas desde la universidad.

No me quedan preguntas que formularle, así que me pongo de pie. Ella me despide con la misma cordialidad con la que me recibió.

Cuando llego al Mirafiori no arranco enseguida sino que me quedo sentado tras el volante, intentando poner en orden mis pensamientos. A primera vista, no he averiguado nada nuevo, aunque esta organización flexible resulta ideal para que nadie detecte irregularidades, suponiendo que las haya. El rastro se pierde en el laberinto de agencias inmobiliarias. Basta que localice a la persona adecuada para indicarme dónde debo empezar a buscar.