A última hora de la tarde llamo a Guikas a su casa para averiguar si hay noticias sobre el asesinato de los dos kurdos. No porque haya cambiado de opinión y ahora piense que su muerte guarda relación con el suicidio de Favieros, sino porque quizá la investigación de este crimen haya aportado algún dato que me resulte útil.
—Habrás de esperar sentado —me advierte Guikas.
—¿Por qué?
—Porque Yanutsos está buscando mafiosos.
—No fue un trabajo de la mafia —respondo categóricamente—. Se trata exactamente de lo que dijeron que es: una ejecución en manos de los nacionalistas de la organización Filipo el Macedonio.
—Díselo tú.
Estoy a punto de replicar que la tarea de reorientar la investigación le corresponde a él, pero me callo, porque sé que lo hace a propósito. Deja que Yanutsos meta la pata y cave su propia tumba.
—Aunque tal vez tenga noticias dentro de unos días.
—¿Cómo? ¿Convencerá a Yanutsos que investigue en otra parte?
—No, pero creo haber encontrado la manera de devolverlo a la brigada antiterrorista. ¿Qué novedades me cuentas tú?
Le hablo por encima de mis visitas a la casa, las obras y las oficinas de Favieros.
—¿O sea que no has descubierto nada fuera de lo común? —pregunta con incredulidad.
—Ya se lo he dicho: se mostraba distante, se enfadaba con facilidad y se encerraba a menudo en su despacho.
—¿Por qué? ¿Por qué busca aislarse un empresario como Favieros, que en circunstancias normales debería pasar el día entre contactos y reuniones? ¡A mí que me registren! —añade enfáticamente, al más puro estilo Guikas, cuyo único punto de referencia es él mismo. Acto seguido, sin embargo, plantea la misma pregunta que también me preocupa a mí—: ¿Qué le habrá ocurrido de extraordinario? ¿Por qué se apartaba del trato con los demás y se recluía en sí mismo un hombre que no atravesaba problemas personales ni profesionales?
Como no conozco la respuesta, me limito a proporcionarle otra información:
—Kula estuvo rebuscando en el ordenador de su despacho y me ha dicho que necesita realizar una búsqueda sistemática.
—Puedes confiar en ella, es un genio para esas cosas. —Hace una pequeña pausa y agrega—: Si alguien del entorno de Favieros quiere contactar con la policía, dale mi nombre y el de nadie más.
Cuelgo el teléfono y, como mínimo, me queda la satisfacción de que me ha ofrecido un bastón con el que abrirme paso en la oscuridad.
Adrianí está sentada delante de la tele, viendo un concurso televisivo. No tengo ganas de oírla responder correctamente a todas las preguntas y lamentar los millones que ha perdido. Me dirijo al dormitorio en busca del Dimitrakos, pero suena el timbre de la puerta. Abro, y en el vano aparece Fanis, sonriente y con una bolsita en la mano. Me imagino que es un detalle para Adrianí; muchas veces le hace pequeños obsequios para compensar las comidas que ella le prepara.
Sin embargo, estoy equivocado, porque me tiende la bolsita a mí.
—De parte de tu hija —dice.
—¿De Katerina?
—Sí, es un regalito.
Mi sorpresa va en aumento, porque Katerina no suele enviarme regalos de Salónica. Ella ahorra incluso en electricidad para no agravar mis gastos. Abro la bolsa enseguida y extraigo un libro de tapas llamativas y baratas, impresas en negro, blanco y rojo, que me recuerda a las ediciones de obras sobre la historia y las resoluciones del Partido Comunista. El título del libro reza: Iásonas Favieros. De los calabozos de la policía militar a los parqués de las bolsas internacionales. El autor es un tal Minás Logarás, y el editor, un tal Sarantidis. Hojeo el ejemplar y veo que tiene trescientas veinte páginas.
No me extraña que haya quienes quieran aprovecharse de Favieros y de su espectacular suicidio. Lo que no alcanzo a entender es cómo ha sido capaz el autor de escribir y publicar una biografía de más de trescientas páginas sólo diez días después de la muerte de Favieros. Salvo que la tuviera ya lista y sólo le faltara sacarla a la luz. ¿Es una coincidencia? Tal vez sí, tal vez no.
—¿Cuándo salió este libro? —pregunto a Fanis.
—No lo sé, pero lo están promocionando.
—¿Cómo lo descubrió Katerina?
—Katerina no lee sólo diccionarios, como tú —ríe y me guiña el ojo.
—No gastes tu saliva, Fanis —interviene Adrianí—. Costas se ocupa sólo de la letra menuda. Le ha dedicado su vida.
Menuda es la letra de los diccionarios que me gusta leer aunque, en este caso, ella emplea la expresión en su sentido más amplio, que incluye todas las menudencias, generalmente de carácter laboral, que ocupan mi tiempo y me apartan de su control.
Dejo pasar el comentario, porque no me apetece montar un número delante de Fanis. Aunque no me lo confieso ni a mí mismo, en el fondo no quiero que piense que los padres de Katerina se llevan como el perro y el gato.
Prefiero llamar a Katerina para darle las gracias.
—¿Cómo encontraste el libro? —pregunto.
—Vi un anuncio en el periódico y pensé que podría interesarte.
—Me interesa. Te lo agradezco.
—¿Cuántas páginas tiene?
—Por lo que he visto, unas trescientas.
Suelta una carcajada, como si le hubiese contado un chiste.
—Lo siento por ti —dice.
—¿Por qué?
—Porque no es el tipo de lectura que te gusta y sudarás tinta para terminarlo.
—Mira, me engañaré a mí mismo persuadiéndome de que es un informe oficial. También me aburren.
Katerina expresa la misma duda que me ha asaltado a mí:
—¿Cómo han podido escribir y publicar una biografía de trescientas páginas en los diez días que han pasado desde el suicidio de Favieros?
—Debían de tenerla lista y la llevaron a imprenta después del suicidio.
—En ese caso, su familia sabrá algo. Normalmente, el biógrafo entra en contacto con las personas sobre cuyas vidas escribe.
—¡Eres genial, Katerina! —exclamo con entusiasmo—. ¡Cómo no se me había ocurrido!
—¿Por qué crees que quiero ser fiscal? —comenta con una risita—. Dale un beso a mamá de mi parte —añade al despedirse.
—Tu hija te manda besos —grito a Adrianí, que está charlando con Fanis.
Se levanta de un salto.
—No cuelgues, voy.
Los besos duran media hora, intercalados con todos los sucesos del día en Atenas y Salónica. Entretanto converso con Fanis, que encuentra muy sospechoso el asunto de la biografía y sostiene que el nombre del autor debe de ser un seudónimo.
—¿Por qué lo crees? —le pregunto.
—Porque, si fuera su nombre verdadero, ahora aparecería entrevistado en todos los canales. ¿Qué escritor perdería la oportunidad de dar publicidad gratuita a su obra? Este tal Logarás no asoma las narices por ninguna parte. ¿Te parece normal?
No, no me lo parece. La biografía, los comentarios de Katerina y las observaciones de Fanis han despertado mi curiosidad, y estoy ansioso por empezar la lectura. Fanis se marcha en torno a las once y media, Adrianí se va a la cama y yo me acomodo en la sala de estar con el libro en las manos.
Por lo visto Logarás no disponía de demasiados datos relativos a la infancia de Favieros, porque despacha el tema en las primeras veinticinco páginas. Favieros nació en un edificio de la plaza Koliatsu, de padre abogado y madre maestra. Cursó la primaria y la secundaria en su barrio e ingresó en la Politécnica con una de las cinco mejores notas. A partir de ese momento, la vida estudiantil de Favieros no guarda secretos para Logarás: sabe que era un buen estudiante, conoce su círculo de amistades dentro y fuera de la facultad, sabe qué compañías frecuentaba. Favieros se contó entre los líderes del movimiento estudiantil antifascista y se incorporó muy pronto a la lucha contra la dictadura. La policía lo detuvo en el sesenta y nueve pero lo soltó a los seis meses. Fue detenido de nuevo en el setenta y dos, esta vez, por la policía militar. Logarás sabe cuánto lo torturaron, quiénes lo torturaron y hasta qué torturas le aplicaron. Es para preguntarse dónde recabó toda esta información, si no fue del propio Favieros. En todo caso, el libro traza el retrato de un joven ejemplar. Un estudiante excelente, un amigo querido por todos, un joven con conciencia política, en la primera línea de la lucha, que sufrió torturas espeluznantes y sobrevivió a la experiencia.
Justo cuando termino la parte referente a los años mozos de Favieros, aparece Adrianí en camisón y con los ojos legañosos.
—¿Estás bien de la cabeza? —me increpa—. ¿Sabes qué hora es?
—No.
—Son las tres.
—Ni me he dado cuenta. Con razón hay tanto silencio.
—¿Piensas pasar la noche en vela?
—No lo sé. Quiero terminar el libro que me envió Katerina.
Se santigua para que los malos espíritus no la sigan a la cama y vuelve a acostarse.
La vida estudiantil de Favieros termina, más o menos, a mitad del libro, y empieza su vida profesional, su ascenso en el mundo empresarial. Logarás no oculta que Favieros se benefició en gran medida de su amistad con ministros y demás miembros del gobierno.
Había compartido la lucha antifascista al menos con cuatro ministros y numerosos dirigentes del partido. Con su ayuda, conoció al resto del gabinete. Partió de la nada, con una pequeña empresa que construía aceras y realizaba obras menores de canalización del agua y, al cabo de tan sólo siete años, ya dirigía Erige S. A., más una fábrica de cemento y una compañía que manufacturaba tubos de amianto. Según su biógrafo, no obstante, al margen de sus relaciones con el partido en el poder, todo eso prosperó gracias al instinto de Favieros para los negocios, el buen rendimiento de sus empresas, las inversiones atrevidas que hacía de vez en cuando y su capacidad de elegir buenos colaboradores. La suya fue la primera constructora que se abrió a los Balcanes tras la caída de los regímenes socialistas, y actualmente opera en todos los países vecinos. En esencia, Logarás corrobora las palabras que el propio Favieros pronunció poco antes de suicidarse. En lugar de ofrecer algún dato que clarifique este suicidio, la biografía confirma lo que ya sabíamos: que no tenía ningún motivo para suicidarse. En líneas generales, el libro canta las virtudes de Favieros.
Sólo hacia el final Logarás deja un pequeño margen de sospecha sobre negocios sucios. En dos párrafos escuetos, menciona una empresa con sede en el extranjero, muchas conexiones internacionales y unos objetivos un tanto turbios. No era más que una pequeña mancha en el expediente, por lo demás impecable, de Favieros, aunque Logarás pasa de puntillas sobre el tema de la empresa off-shore, es decir, radicada en un paraíso fiscal, y no ahonda en sus actividades. No deja de ser curioso, porque, en lo tocante a los demás asuntos, revela información de lo más íntima sobre la vida de Favieros. Me produce la sensación de que pretende proporcionar una pista sin seguirla él mismo.
Cierro el libro y consulto mi reloj. Son las cinco. Me pregunto si la empresa off-shore podría facilitarme alguna información. Mañana enviaré a Kula a las oficinas de Erige, a ver si averigua algo de Zamanis. Evidentemente, él se mosqueará cuando se entere de que seguimos investigando, pero no me importa. Si es necesario, le diré que hable con Guikas.