Mientras Magnus subía por el valle del Thjórsá en dirección al monte Hekla escondiéndose entre las nubes en algún lugar del sudeste, el paisaje se volvía cada vez más inhóspito. La hierba daba paso a piedras negras y montículos de arena, como el detritus de una enorme cuenca minera abandonada. El río fluía entre las piedras redondeadas de varios metros de altura conocidas como Búrfell, el hogar de los troles en los antiguos cuentos populares. Justo después, la carretera cruzaba un río más pequeño, el Fossá, un afluente del Thjórsá, pero aún potente, y Magnus llegó a un cruce con una señal. Bueno, eran dos. Una era una indicación de Stöng. La otra: «Carretera cortada».
Magnus giró. No era una carretera. Ni siquiera era un sendero. Había giros, curvas, pendientes, descensos bruscos. Llegó un momento en que el camino no era más que arena negra. La neblina se arremolinaba alrededor de Magnus mientras conducía su coche a través de aquel terreno ennegrecido. Más adelante y a la izquierda fluía el Fossá. Las lenguas de nieve bajaban desde las montañas y seguramente aquella carretera habría sido impracticable un par de semanas atrás, antes de que la nieve se derritiera. En una o dos ocasiones Magnus se planteó darse la vuelta. Pero, por supuesto, al todoterreno de Hákon le habría resultado más fácil pasar por allí.
Después, pasó por una curva y lo vio. El Suzuki rojo. Estaba aparcado en un tramo estrecho del camino, quince metros por encima del río. Magnus se detuvo junto a él y comprobó la matrícula. Definitivamente, se trataba del vehículo del reverendo Hákon.
Apagó el motor y salió del coche.
El aire húmedo se le metió por los orificios nasales. Tras el ruido del motor de su coche y el de las piedras y rocas contra el chasis, todo parecía en silencio, un silencio húmedo. Aunque había un pequeño murmullo, el sonido del agua que corría por debajo.
En algún lugar entre la niebla se oyó el graznido de un pato. Se hacía raro escuchar el sonido de algo vivo en aquel paisaje.
Magnus se acercó al Suzuki. Vacío. Probó a abrir la puerta. No estaba cerrada. No había llaves en el contacto.
Miró a su alrededor. La visibilidad solo llegaba a unos cincuenta metros. No podía ver a Hákon. La neblina se arremolinaba alrededor de los pináculos de lava retorcida que rodeaban a Magnus, formas grotescas y extrañas, gárgolas volcánicas. Bajo sus pies había arenilla negra y esquirlas de obsidiana, rocas disueltas en cristales negros del interior de la tierra que luego habían sido expulsadas sobre el mismo lugar donde él se encontraba.
Quizá Hákon había dejado el coche allí para seguir caminando hasta Stöng. Era una posibilidad. Magnus no podía ver lo suficientemente lejos a lo largo del camino como para evaluar su estado. Pero Hákon era islandés y conducía un todoterreno. No era muy probable que se rindiera tan fácilmente.
Aquel hombre estaba loco y Magnus lo sabía. Podría haber emprendido una larga caminata hasta Dios sabía dónde a través de aquel paisaje inhóspito. Puede que hasta la cueva de Álfabrekka. O al monte Hekla. Podría pasar días allí.
Magnus miró alrededor del Suzuki en busca de huellas. Había algunas, pero eran confusas. Se retiró del vehículo en círculos cada vez más grandes, pero el suelo era demasiado duro como para revelar en qué dirección podría haber ido Hákon. Sin embargo, encontró algo interesante.
Huellas de neumático. A unos diez metros del Suzuki en un pequeño trozo de tierra blanda. Otro coche había aparcado allí. ¿Pero cuándo?
Magnus no tenía ni idea de la última vez que había llovido en aquel lugar en particular. El Thjórsárdalur estaba muy bonito cuando Ingileif y él habían ido a Álfabrekka el día anterior. Puede que no hubiera llovido desde entonces. O puede que hubiera llovido veinte minutos antes.
Consideró si debía seguir en coche hasta Stöng. Recordaba la granja abandonada de su infancia. Estaba en una pequeña parcela de césped junto a un arroyo. Pero primero tenía que informar a Baldur sobre lo que había visto.
Sacó el teléfono. No había cobertura, lo cual apenas le sorprendió. Y tampoco había una radio de la policía en el coche.
Así que decidió regresar a la carretera principal hasta que consiguiera tener cobertura para hacer la llamada.
Tras dos kilómetros destrozándose los huesos con los baches, su teléfono, que yacía en el asiento que había a su lado, comenzó a sonar.
Se detuvo y lo cogió. No podía conducir con una sola mano por aquella carretera.
—Hola, Magnus. Soy Ingileif.
—Hola —contestó Magnus receloso, pero contento de que fuera ella.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy bien.
—Esta mañana oí en la radio que ha habido un tiroteo, que hay un policía en el hospital y que han detenido a un americano. Supuse que eras uno de los dos.
—Sí, ocurrió justo después de ir anoche a tu casa. Han disparado a mi compañero Árni. Yo detuve al tipo que lo hizo.
—¿Y él iba a por ti?
—Así es.
Hubo un breve silencio. Después, Ingileif volvió a hablar.
—Acabo de ir a ver a Erna, la madre de Tómas. Vive en Helia.
—¿Ah, sí?
—Está convencida de que Tómas no mató a mi padre. No podía estar allí. Estaba cantando con el coro del pueblo en la Hallgrímskirkja de Reikiavik ese fin de semana.
—O eso es lo que dice ella. Es su madre, ¿recuerdas?
—Pero eso se puede comprobar, ¿no? Aunque hayan pasado diecisiete años.
—Sí que se puede —admitió Magnus. Ingileif tenía razón. Era poco probable que se tratara de una mentira—. ¿Qué te ha dicho de Hákon?
—Está segura de que él tampoco mató a mi padre. Pero no tiene ninguna prueba.
—Creo que en eso podemos no hacerle caso —dijo Magnus.
—Supongo que sí. Pero sonaba muy convincente. También me ha dicho dónde esconde Hákon el anillo.
—¿En el altar de la iglesia?
—¿Cómo lo sabes?
—Tómas me lo contó ayer.
—¿Lo has encontrado? ¿A Hákon?
Magnus miró hacia atrás.
—No. Pero sí que he encontrado su coche hace unos minutos. En la carretera que va a Stöng. Debe de haber seguido caminando o algo así. O se ha encontrado con alguien. He visto otras huellas de neumáticos al lado.
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Por un momento, Magnus pensó que la conexión se había cortado. Había poca cobertura.
—¿Ingileif? Ingileif, ¿estás ahí?
—Sí, estoy aquí. Adiós, Magnus.
Y colgó.
Pétur estaba debajo de su coche, limpiando el chasis con un trapo. Había vuelto a casa desde el lavado de coches, había cogido un trapo y un cubo y, después, aparcó en una calle de una zona residencial a un kilómetro de distancia. No quería que sus vecinos le vieran lavar el coche con tanto esmero.
Sonó su teléfono, metido en el bolsillo de sus apretados pantalones. Salió de debajo del BMW y contestó.
—¿Pési? Soy Inga.
Se puso de pie. Necesitaba estar concentrado para mantener aquella conversación.
—¡Inga! ¡Hola! ¿Cómo estás?
—¿Por qué no querías que dijera que te vi ayer?
—Estabas con el policía grandullón, ¿no?
—Sí. Veníamos de ver a los granjeros que fueron a buscar a papá con Hákon. Pési, estoy bastante segura de que a papá lo mataron. No fue un accidente.
Pétur se dio cuenta de que ella le estaba dando la oportunidad de pasar a la ofensiva.
—Creía que habíamos acordado dejar ese tema —dijo—. ¿Por qué has estado hablando de eso con la policía? ¿Qué ibas a conseguir?
—Pési, ¿adónde ibas ayer?
Pétur respiró hondo.
—No puedo decírtelo, Inga. Lo siento. No me hagas más preguntas.
—Eso no puede ser, Pési. Necesito saber lo que está pasando aquí ¿Ibas a reunirte con Hákon? ¿En la carretera de Stöng?
—Oye, ¿dónde estás ahora?
—Acabo de salir de Helia.
—Vale, tienes razón. Mereces una explicación. Y te la daré. Completa.
—Entonces, habla.
—No por teléfono. Tenemos que hablarlo cara a cara.
—De acuerdo. Estaré de vuelta en Reikiavik esta tarde.
—No, aquí no. ¿Recuerdas adónde solía llevarnos papá de excursión? ¿Ese sitio que él decía que era su preferido de toda Islandia?
—Sí.
—Vale, nos vemos allí. Por ejemplo, ¿dentro de una hora y media?
—¿Por qué allí?
—Voy allí a menudo, Inga. Es donde está papá. Voy allí a hablar con él. Y quiero que esté presente cuando te lo cuente.
Hubo un silencio al otro lado del teléfono. Ingileif sabía que tanto sentimentalismo no era propio de Pétur, pero también sabía lo mucho que le había afectado la muerte de su padre.
—De acuerdo. Dentro de una hora y media.
—Nos vemos allí. Y prométeme que no le contarás nada a la policía. Al menos hasta que me hayas dado la oportunidad de explicártelo todo.
—Lo prometo.
Ahora que tenía cobertura, Magnus llamó a Baldur.
—He encontrado el coche de Hákon —dijo, antes de que al inspector le diera tiempo de colgarle.
—¿Dónde?
—En la carretera de Stöng. No hay señales de él. Y hay demasiada neblina como para ver en la distancia.
—¿Está usted allí ahora? —le espetó Baldur.
—No. He tenido que retroceder un par de kilómetros para conseguir cobertura y poder llamarle.
—Enviaré a una unidad para que vaya a ver.
—Y para buscar a Hákon.
—Eso no será necesario.
—¿Por qué no? ¿Lo ha encontrado?
—Sí. En el fondo del Hjálparfoss. Un trabajador de la central eléctrica ha descubierto un cuerpo allí hace media hora. Un hombre grande con barba y con alzacuellos.
Hjálparfoss era una catarata que se encontraba a tan solo un kilómetro, más o menos, del desvío a Stöng. Magnus había visto la señal que lo indicaba. El potente río que tenía debajo de él, el Fossá, llegaba hasta allí.
—Puede que saltara —sugirió Baldur.
—No lo creo —dijo Magnus—. He visto huellas de neumáticos al lado del Suzuki. Lo empujaron.
—Bueno, no vuelva allí —le ordenó Baldur—. No quiero que siga formando parte de esta investigación. Voy de camino a Hjálparfoss y será mejor que usted no esté allí cuando yo llegue.
Magnus sintió el deseo de responderle. Había tenido la corazonada de que Hákon había ido hacia Stöng. Había encontrado el coche. Pero se mordió la lengua.
—Me alegro de haber sido de ayuda —dijo, y colgó.
Bueno, casi se mordió la lengua.
Baldur tardaría al menos una hora, probablemente dos, en llegar a Hjálparfoss desde Reikiavik, lo cual le daba a Magnus tiempo de sobra.
Condujo por el camino hasta la carretera principal. La falda del Búrfell emergía inquietante entre la neblina por delante de él. El desvío a Hjálparfoss era un camino mucho mejor, pero aun así tenía que atravesar montículos negros de piedras y arena. Unos cientos de metros más adelante, aparecieron las cataratas, dos poderosos torrentes de agua divididos por una roca de basalto y cayendo sobre una charca. Había un coche de policía con las luces encendidas junto al río, por debajo de la catarata, y un pequeño grupo de tres o cuatro personas se apiñaban en torno a algo.
Magnus aparcó al lado del coche de la policía y se presentó. Los oficiales se mostraron simpáticos y se hicieron a un lado para dejar que le echara un vistazo al cadáver.
Sí que era Hákon, muy maltrecho tras su recorrido por el río y tras caer por la catarata.
Magnus miró los dedos del pastor de Hruni.
Estaban desnudos.