Pero Magnus no se fue a casa. Pidió un coche y condujo hacia la granja abandonada de Gaukur en Stöng. Cuanto más avanzaba hacia el este, peor se ponía el tiempo. Una nube gris y húmeda se había colocado sobre Islandia y él la estaba atravesando. Incluso después de haber bajado por los campos de lava y adentrarse en la amplia llanura que rodeaba Selfoss, la visibilidad no era mucha. Los caballos miraban tristemente desde los campos empapados hacia la carretera. De vez en cuando, una iglesia o una granja aparecían entre la neblina sobre una pequeña loma.
Desde luego, no se veía nada del Hekla, ni siquiera cuando tomó la carretera que recorría en paralelo la ribera del río Thjórsá.
No tenía ni idea de si encontraría realmente algo en Stöng o en Álfabrekka. Pero estaba completamente seguro de que no quería quedarse en Reikiavik de brazos cruzados. Había intentado ponerse en la mente del pastor. Era difícil de hacer, no podía fingir que comprendía a ese hombre, pero le daba la sensación de que su corazonada no era tan mala.
Pensó en la petición del inspector jefe de la policía de que se quedara en Islandia. En realidad, era más bien una orden.
Estaba seguro de que en cuanto llegara a su país podría convencer a Williams de que le permitiera quedarse en Boston. Pero la apelación del inspector jefe al sentido del honor de Magnus había sido inteligente. La policía islandesa le había proporcionado un refugio. Uno de ellos casi había dado su vida por salvar la de Magnus. El inspector jefe tenía razón. Se lo debía.
Nada más llegar a Islandia sintió de inmediato el deseo de regresar a las violentas calles de Boston. Pero puede que Colby tuviera razón. ¿Qué tipo de vida era aquella? Resolver un asesinato e ir a por el siguiente. Una búsqueda frenética e infinita para descubrir quién era él, para darle sentido a su pasado, al asesinato de su padre, a sí mismo.
Tenía la oportunidad de ver que las respuestas a esas preguntas no estaban en Boston, sino ahí, en Islandia. Si quería, podría tratar de seguir huyendo de su pasado islandés, de su familia. Pero estaría huyendo de sí mismo. Se pasaría la vida escapando, yendo de un muerto a otro en el barrio del South End. Quizá si se quedaba en Islandia un par de años podría empezar a responder a esas preguntas, a descubrir quién era de verdad.
E incluso quién era su padre. Durante los últimos días había conseguido volver a guardar en su caja la revelación que le hizo Sigurbjörg de que su padre le había sido infiel a su madre. Pero no permanecería allí quieta el resto de su vida. Aquella confesión formaba ahora parte de él. Al igual que el asesinato de su padre, le obsesionaría.
Aunque ahora conducía por un corto tramo en línea recta, Magnus frenó.
El asesinato de su padre.
Aquel rompecabezas le había atormentado fuese donde fuese, impregnando todo lo que hacía. La policía no había encontrado al asesino ni él tampoco, por mucho que lo había intentado. Pero puede que todos hubieran estado buscando en el lugar equivocado. Quizá debería buscar en Islandia.
Nada más ocurrírsele aquella idea, Magnus trató de descartarla. Sabía cuánta ansiedad le provocaría seguir esa línea de pensamiento, cómo se consumiría en una investigación aún menos fructífera. Pero aquella idea, una vez que había surgido, no podía ser ignorada.
La familia de su madre odiaba a su padre y ahora sabía por qué. Sigurbjörg se lo había dicho. Lo culpaban de haberla destruido. Querían venganza.
La respuesta estaba en Islandia. La respuesta a todo estaba en Islandia.
Pétur observó al pequeño grupo de polacos que se acercaba a su coche, restregando, lavando y puliendo. Había superado el deseo de pagarles el doble por haber hecho un buen trabajo. No quería que lo recordaran. El hecho de que su BMW cuatro por cuatro fuera blanco ayudaba. Implicaba que era más fácil ver cualquier resto de suciedad que se hubieran dejado. Decidió que él mismo se encargaría de ello en cuanto hubiesen terminado.
Pétur mantenía normalmente la cabeza fría, pero casi se le había pasado por alto la suciedad. Si la policía lo hubiese detenido en su apartamento la noche anterior y le hubiesen incautado el coche, el equipo forense habría podido adivinar dónde había estado la tarde anterior.
Y el problema de los BMW cuatro por cuatro era que llamaban la atención, incluso en el país de los todoterrenos caros. Inga lo había visto: sus ojos se cruzaron con los de ella durante una fracción de segundo el día anterior cuando pasó por su lado a toda velocidad.
Por eso la había llamado a su móvil de inmediato y le había pedido que no dijera nada.
Esperaba que no lo hubiera hecho. Rogaba a Dios que no lo hubiera hecho.
Buscando consuelo, cerró la mano alrededor del objeto que llevaba en el fondo caliente del bolsillo de su abrigo.
Un anillo.
El anillo.
Pero Ingileif no se lo había contado a nadie. Le había sorprendido ver a Pési subiendo por el Thjórsárdalur y no se le ocurría ningún motivo por el que él hubiera estado allí. Pero su instinto le decía que no debía decírselo a Magnus. No sabía por qué.
Se dijo a sí misma que no era importante y, en realidad, ¿por qué iba a serlo? Pero no dio el paso siguiente de preguntarse a sí misma por qué, si no era tan importante, no le había dicho nada.
Se sentía decepcionada por el comportamiento de Magnus. Le gustaba pensar de sí misma que tenía un punto de vista del sexo y de las relaciones muy realista. A pesar de lo que Magnus había insinuado, ella no se iba a la cama con todos los hombres que le gustaban. Estaba aquella única noche con Lárus, pero todos sabían que no había nada que decir sobre aquella noche con Lárus. O al menos, todos en Reikiavik.
Le había gustado Magnus. Y había confiado en él. Luego, de repente, él se había sacado una novia de la nada y, más o menos, había terminado llamándola puta.
Gilipollas.
El problema del repentino deterioro de su relación era que hacía más difícil que Magnus le dijera si Hákon había matado de verdad a su padre o si, en realidad, había sido Tómas. Le parecía poco probable que hubiera sido este, pero no lo sabía seguro.
Sí que conocía a alguien que lo sabría. La madre de Tómas.
Se llamaba Erna, e Ingileif se fiaba de ella. Era una mujer bajita de pelo rubio y rizado que procedía de un pueblo de los fiordos occidentales, donde había conocido a Hákon cuando este estuvo allí de sacerdote. Ingileif recordaba el modo en que Erna solía mirar desde abajo a su marido, no solo literalmente, puesto que Hákon era casi medio metro más alto que su esposa, sino también el modo en que parecía someterse a la voluntad de él. Pero Erna era en esencia una mujer honesta, amable y sensible que se había asegurado de que Tómas no desarrollara una frustración emocional. Habría necesitado mucha valentía para dejar a su marido, pero definitivamente había sido una sabia decisión.
Ella sabría cuál de los dos, su hijo o su marido, había matado al médico. Ella lo sabría.
Así que Ingileif salió con su Polo hacia Helia, una ciudad a unos cincuenta kilómetros al sur de Flúdir, que es donde sabía que Erna vivía con su segundo marido.
El viaje fue desagradable por la niebla, pero no había mucho tráfico en la carretera. Escuchó las noticias por la radio esperando conseguir más información sobre Tómas o, posiblemente, sobre el arresto del reverendo Hákon. No se habló de ninguna de las dos cosas. Pero sí dijeron algo sobre unos disparos en el distrito 101, un policía herido que acabó en el hospital y un ciudadano americano que había sido arrestado por la policía.
Por un momento, un espantoso momento, Ingileif pensó que el policía era Magnus. Pero después revelaron el nombre del detective Árni Holm y respiró tranquila.
Pero estaba completamente segura de que Magnus estaba implicado de algún modo en aquello. Quizá fuera el ciudadano americano al que habían encerrado.
Helia era un pueblo moderno que se alineaba a lo largo de la ribera del río Ranga Oeste, el segundo más largo tras el Thjórsá. Ingileif había buscado la dirección de Erna en la web nacional del directorio de teléfonos: su casa era de una sola planta a solo treinta metros del río y es taba rodeada de un verde jardín. Ingileif no tenía ni idea de si Erna habría salido a trabajar, puesto que la mayor parte de las mujeres islandesas trabajaban, pero cuando Ingileif llamó a la puerta, Erna salió a abrir.
Reconoció a Ingileif de inmediato y la hizo pasar. El cabello rubio de Erna seguía siendo igual de rubio, pero ahora era teñido, y había ganado peso. Pero sus ojos azules seguían brillando al ver a Ingileif, aunque volvieron a nublarse llenos de preocupación.
—¿Has oído la horrible noticia de Tómas? —preguntó mientras entraba en la cocina para hacer café.
—Sí —contestó Ingileif—. Es difícil no enterarse. Está en todos los periódicos. ¿Has ido a verlo?
—No. La policía no me ha dejado. He hablado con su abogado por teléfono. Dice que la policía no tiene suficientes pruebas para demostrar nada. Yo ni siquiera sabía que conocía a ese tal Agnar. ¿Por qué narices Iba a matar a ese hombre? El abogado me ha dicho que todo tiene que ver con un manuscrito que el profesor estaba intentando vender. Ven aquí, Ingileif, vamos a sentarnos.
La sala de estar presumía de un gran ventanal con vistas al río, apenas visible entre la neblina. Ingileif recordó que el marido de Erna era director de una de las sucursales bancarias del pueblo. Estaba claro que le había ido bien. Ingileif se preguntó, igual que todos los islandeses desde la kreppa, si ese hombre habría concedido en persona hipotecas al cien por cien en los tiempos de prosperidad.
—Está relacionado con nuestra familia, Erna. Y con tu marido.
—Ah, ya me lo temía.
—El manuscrito es una antigua saga que ha pertenecido a mi familia durante varias generaciones. La saga de Gaukur. ¿No te lo mencionó Hákon nunca?
—No directamente. Pero era a eso a lo que dedicaba tanto tiempo en sus conversaciones con tu padre, ¿no?
—Así es. Y cuando murió mi madre a finales del año pasado…
—Oh, sí. Lo siento mucho. Habría ido al funeral de haber podido.
—Sí. Bueno, tras su muerte, decidí vender la saga por medio del profesor Agnar. Y la policía cree que fue por esta saga por lo que mataron a Agnar.
—Entiendo. Pero sigo sin entender qué tiene eso que ver con Tómas.
Pero Ingileif pudo ver en el rostro de Erna que empezaba a comprenderlo.
—Todo se remonta a la muerte de mi padre.
—Sí. Eso estaba pensando. —Erna se mostraba ahora recelosa.
—Estoy segura de que la policía va a venir pronto a interrogarte sobre ello. Puede que hoy —dijo Ingileif—. Y te prometo que no les contaré lo que me digas. —Aquella promesa era más fácil de hacer ahora que Magnus se había convertido en un estúpido—. Pero quiero saber qué le ocurrió a mi padre. Necesito saberlo.
—Fue un accidente —contestó Erna—. Hákon estaba allí. Un terrible accidente. Hubo una investigación policial y todo.
—¿Tu marido te contó lo que estaban haciendo él y mi padre aquel fin de semana?
—No. Se mostró muy reservado con aquello y, francamente, a mí no me interesaba. Estaban investigando algo. No tengo ni idea de qué.
—¿Alguna vez te habló de un anillo?
—¿Un anillo? No. ¿Qué tipo de anillo?
Erna parecía estar realmente desconcertada. Ingileif respiró hondo. Las preguntas se iban a volver más dolorosas, no había modo de evitarlas.
—Se trataba de un anillo que se mencionaba en La saga de Gaukur, el manuscrito que el profesor al que asesinaron trataba de vender. ¿Sabes? La policía cree que mi padre y tu marido encontraron el anillo ese fin de semana.
Erna frunció el ceño.
—Él nunca lo mencionó. Y yo nunca vi ningún anillo. Pero ese tipo de cosas le fascinaban. Y había una cosa. Algo que escondió en el altar de la iglesia. Lo vi entrar allí a escondidas varias veces.
—¿Alguna vez fuiste a ver de qué se trataba? —le preguntó Ingileif.
—No. Me convencí a mí misma de que no era asunto mío. —Erna se estremeció—. Pero lo cierto es que no quería ir a mirar. No quería saber nada. A Hákon le interesaban cosas bastante poco convencionales. Me daba miedo lo que pudiera encontrar.
—La policía cree que pudieron asesinar a mi padre por ese anillo.
—¿Quién? —preguntó Erna—. No sería Hákon.
—Eso es lo que creen. —Ingileif tragó saliva—. Eso es lo que yo creo.
Erna parecía perpleja. Y la perplejidad se convirtió en rabia.
—Sé que mi exmarido es un excéntrico. Sé que en el pueblo cuentan todo tipo de historias raras sobre él. Pero estoy absolutamente segura de que no mató a tu padre. A pesar de toda su fascinación por el diablo, no mataría a nadie. Nunca. Y…
Una lágrima apareció en los ojos de Erna.
—¿Y?
—Y tu padre era el único amigo de verdad que tenía Hákon. A veces pienso, o mejor dicho, sé que Hákon le tenía más cariño a él que a mí. La muerte de tu padre lo destrozó. Casi acaba con él. —Se sorbió las lágrimas y se limpió los ojos con un dedo—. Empezó a comportarse de una forma aún más extraña, desatendiendo sus obligaciones como párroco, escuchando la espantosa música de Tómas. Fue imposible vivir con él después de aquello. Imposible.
Ingileif se dio cuenta de que no avanzaría más en lo que respectaba a Hákon. Dejaría las preguntas a Erna para la policía. Seguía pensando que Hákon había matado a su padre, pero estaba convencida de que Erna no lo creía. Y no veía necesario discutir con ella.
—¿Pero qué tiene todo esto que ver con Tómas? —preguntó Erna.
—La policía cree que estaba allí con Hákon y mi padre. Los granjeros a los que Hákon acudió para pedir ayuda lo vieron. O al menos, vieron a un chico. Y la policía piensa que era Tómas. Ingileif no quería enredar el asunto hablando de seres ocultos.
—Pero eso es absurdo protestó Erna ¿Creen que Tómas mató al doctor Ásgrímur? ¡Pero si por entonces solo tenía once años!
—Trece —la corrigió Ingileif—. Y sí, piensan que estaba allí. Cuanto menos, pudo haber presenciado lo que ocurrió.
—¡Eso es ridículo! —exclamó Erna—. Tuvo que ser otra persona. —Y entonces se le iluminaron los ojos—. Espera un momento. ¡No pudo ser Tómas!
—¿Por qué no?
—Porque estaba conmigo ese fin de semana. En Reikiavik. Estaba cantando en la Hallgrímskirkja con el coro del pueblo. Yo fui a escucharlo. Nos quedamos en casa de mi hermana en Reikiavik aquel sábado por la noche.
—¿Estás segura?
—Estoy muy segura. No volvimos hasta el domingo por la tarde. Recuerdo ver a Hákon cuando llegamos a casa. Acababa de regresar de la montaña. Se encontraba en un estado lamentable —le sonrió a Ingileif—. ¿Lo ves? ¡Mi hijo es inocente!
Los tres hombres permanecían apretujados en el coche de Axel, aparcado a cien metros de la casa en la que Ingileif había entrado. Axel estaba al volante, Ísildur en el asiento trasero y Gimli en el del acompañante, con el ordenador abierto en su regazo. Sin reparar en gastos, Axel le había colocado cuatro micrófonos ocultos a Ingileif cuando entró en su casa la madrugada del día anterior. Uno en su bolso, otro en su abrigo, otro en el dormitorio de su apartamento —ese había sido el más difícil— y otro en el coche. El micrófono del coche servía también como un dispositivo de localización y esa localización del coche se mostraba en el mapa del GPS del ordenador.
El rastreador les había permitido seguir a Ingileif a una distancia segura desde Reikiavik hasta Helia. Habían pasado junto a la casa en la que se había detenido y aparcaron donde no pudieran verlos. El micrófono de su abrigo estaba transmitiendo alto y claro, pero en islandés, a través de un receptor que estaba conectado al portátil. Axel farfulló algunas traducciones mientras escuchaba, pero eran frustrantemente incompletas.
Cuando Axel comenzó a murmurar algo sobre un anillo, Ísildur no pudo contener su impaciencia por saber más, pero Axel se negó a dar más explicaciones para no perderse nada de la conversación.
En cuanto Ingileif salió de la casa, Ísildur le pidió a Axel que lo tradujera.
—¿No deberíamos seguirla?
—Podemos alcanzarla luego. El receptor nos dirá donde está. ¡Quiero una traducción completa y la quiero ahora!
Axel cogió el ordenador del regazo de Gimli y pulsó algunas teclas. La conversación había quedado grabada en el disco duro del ordenador. La tradujo entera, despacio y con cuidado.
Ísildur estaba fuera de sí de la emoción.
—¿Dónde está esa iglesia? —preguntó—. El lugar donde está escondido el anillo.
—No lo sé —respondió Axel—. La iglesia más cercana a Helia es un lugar llamado Oddi. No está lejos.
—Parece que eran vecinos cuando Ingileif era pequeña —dijo Gimli—. Está claro que el tal Hákon es el padre de Tómas Hákonarson. ¿Sabemos dónde nació? ¿Dónde se crio? O al menos, ¿dónde se crio Ingileif? Puede que no fuera en Helia. Me ha parecido como si esta Erna se hubiera mudado o se hubiera ido.
—Búscalo en Google —sugirió Ísildur—. Tenéis Google en Islandia, ¿no?
—¿Que busque en Google a quién?
—A Tómas Hákonarson. Es una gran estrella en este país. Habrá una biografía suya en algún lugar.
Axel abrió el buscador, escribió algunas palabras, pulsó la tecla de Intro y avanzó por el texto que había en la pantalla.
—Aquí está. Nació en un pueblo de los fiordos occidentales pero se crio en Flúdir. No está muy lejos de aquí.
—¡Pues entonces, vamos a la iglesia de Flúdir! —ordenó Ísildur—. ¡En marcha!
Axel le devolvió el portátil a Gimli y encendió el motor del coche.
—La iglesia de Hruni es la más cercana a Flúdir. Ese hombre debe ser el pastor de Hruni —dijo Axel, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Y eso qué tiene de especial?
—Digamos simplemente que todo encaja.