29

—¡Otro jodido elfo!

Baldur miraba a Magnus sin dar crédito. Magnus lo había sacado de la sala de interrogatorios donde aún seguía trabajando con Tómas. No le hizo gracia que lo interrumpieran, pero a regañadientes condujo a Magnus a su despacho. Escuchó atentamente cómo Magnus le contaba su entrevista con el reverendo Hákon y con los granjeros, pero empezó a impacientarse cuando Magnus le contó la historia del viejo sobre troles y anillos y el hombre oculto al que había visto.

—¡Se supone que soy el más anticuado de aquí y, sin embargo, tengo que escuchar esta tontería del elfo y el trol!

—Obviamente, no se trataba de un elfo —se explicó Magnus. Era Tómas. Era alto a los trece años de edad.

—¿Y el anillo? ¿Está tratando de decirme que el pastor llevaba un anillo antiguo que perteneció a Odín, a Thor o a alguien por el estilo?

—No sé si el anillo es auténtico —contestó Magnus. Y francamente, no me importa. La cuestión es que hace diecisiete años un pequeño grupo de personas sí pensaba que era importante. Lo suficiente como para matar por ello.

—Ah, así que ahora vamos a resolver otro crimen, ¿no? Una muerte de 1992. Solo que no fue un crimen, sino un accidente. Hubo una investigación. Sabemos que fue un accidente.

Magnus apoyó la espalda en la silla.

—Déjeme hablar con Tómas.

—No.

—Hablé con su padre.

Baldur negó con la cabeza.

—Vigdís debió darse cuenta de que eran padre e hijo.

—El de Hákon es un nombre bastante corriente —la excusó Magnus—. Debemos haber entrevistado a docenas de testigos. Apuesto a que al menos cinco de ellos tienen un nombre igual que el apellido de otro. Ella no sabía que Tómas había pasado su infancia en Flúdir, así que no había una relación evidente.

—Debió comprobarlo —insistió Baldur.

Puede que el inspector tuviera razón, pero Magnus no quería hacer hincapié en ello.

—Puedo decirle a Tómas que los granjeros lo vieron en la tormenta de nieve. Puedo convencerle de que sabemos que estaba allí.

—He dicho que no.

Se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro. Entonces Magnus sonrió.

—Sé que usted y yo no hemos tenido un buen comienzo.

—No le quepa duda.

—Pero concédame solo veinte minutos. Usted puede estar también. Sabrá si hacemos algún progreso, si hay alguna brecha. Si no consigo nada, habremos perdido veinte minutos. Nada más.

Las comisuras de los labios de Baldur apuntaban hacia abajo y el escepticismo se podía ver en todo su alargado rostro. Pero estaba escuchando.

Respiró hondo.

—De acuerdo —dijo—. Veinte minutos. Vamos.

Tómas Hákonarson parecía agotado, al igual que su abogada, una mujer tímida de unos treinta años.

Baldur les presentó a Magnus. Tómas lo examinó con ojos cansados.

—No se preocupe, no quiero hablar con usted sobre Agnar —empezó diciendo Magnus.

—Bien —respondió Tómas.

—Es de otro asesinato del que quiero hablar con usted. Uno que tuvo lugar hace diecisiete años.

Tómas se espabiló de repente y miró fijamente a Magnus.

—¿Sabe de qué asesinato le hablo?

Tómas se quedó inmóvil. Magnus notó que no se atrevía a hablar. Un buen síntoma.

—Eso es —dijo—. El doctor Ásgrímur. Hace diecisiete años su padre empujó al doctor Ásgrímur por un precipicio. Y usted fue testigo de ello.

Tómas tragó saliva.

—No sé de qué está hablando.

—Acabo de volver de Hruni, donde me he entrevistado con su padre. Y fui a Álfabrekka para hablar con los granjeros que lo ayudaron a volver en busca del doctor. Ellos lo vieron a usted.

—Imposible.

—Vieron a un niño de trece años escabullándose cerca de su granja en mitad de la nieve.

Tómas torció el gesto.

—No era yo.

—¿De verdad?

—Además, ¿por qué iba mi padre a matar al doctor? Eran amigos.

Magnus sonrió.

—El anillo.

—¿Qué anillo?

—El anillo sobre el que fue a hablar con el profesor Agnar.

—No tengo ni idea de qué me habla.

Magnus se inclinó hacia delante. Habló con voz baja y apremiante, apenas algo más que un susurro.

—¿Sabe? Los granjeros vieron que su padre llevaba un anillo antiguo. Sabemos que su padre empujó al doctor Ásgrímur por un precipicio y cogió el anillo. Usted lo presenció y salió corriendo.

—¿Él lo ha admitido? —preguntó Tómas.

Magnus pudo ver que en el mismo momento en que formulaba la pregunta, Tómas se arrepentía de haberla hecho, así como de su implicación de que había algo que admitir.

—Lo hará. Vamos a arrestarle enseguida.

Hizo una pausa y observó cómo Tómas jugueteaba con la taza de café vacía que tenía delante de él.

—Díganos la verdad, Tómas. Puede dejar de proteger a su padre Es demasiado tarde para eso.

Tómas miró a su abogada, que escuchaba atentamente.

—De acuerdo.

—Cuénteme —dijo Magnus.

Tómas respiró hondo.

—Yo no estaba allí —explicó—. No sé a quién vio su granjero, pero no fue a mí.

Magnus estuvo tentado de protestar, pero se contuvo. Era mejor conseguir que Tómas contara toda su historia y ocuparse después de las brechas que en ella hubiera.

—Ni siquiera estoy seguro de si mi padre lo mató. De verdad que no. Pero sí sé que tiene el anillo. El anillo de Gaukur.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Magnus.

—Él me lo dijo. Unos cinco años después, cuando yo tenía unos dieciocho. Me dijo que estaba cuidando de él por mí. Me contó toda la historia del anillo, que era el mismo anillo de Andvari de La saga de los volsungos, que Ísildur lo había traído de vuelta a Islandia y que Gaukur había matado a su hermano por él y después lo había escondido. Una vez me lo enseñó.

—Entonces, lo ha visto de verdad.

—Sí.

—¿Le contó cómo se hizo con él?

Tómas vaciló.

—Sí. Sí que lo hizo. Dijo que él y el doctor Ásgrímur lo habían encontrado aquel fin de semana y que el doctor Ásgrímur lo llevaba puesto cuando se cayó por el precipicio. Me dijo que lo había sacado del dedo del doctor Ásgrímur.

—¿Mientras estaba muriéndose en el fondo del precipicio?

Tómas se encogió de hombros.

—Supongo que sí. No lo sé. Fue en ese momento o cuando volvió a por él con los granjeros y lo encontraron muerto. Pero imagino que habría sido bastante difícil quitarle entonces el anillo.

—¿Eso no le indignó?

—Claro que sí. —Tómas tragó saliva—. Mi padre fue siempre un poco raro. Pero se volvió aún más tras la muerte del doctor. Yo le tenía miedo, me intimidaba. Aún sigue haciéndolo, a decir verdad. Y…

—¿Sí?

—Bueno, no me extrañaría que hubiera hecho algo tan espantoso como sacar un anillo del dedo de un moribundo.

—¿Y qué me dice de asesinar a ese hombre?

Tómas dudó. Magnus miró a la abogada de Tómas. Escuchaba con atención, pero lo dejaba hablar. Por lo que a ella se refería, su cliente iba camino de su absolución.

Baldur también escuchaba atentamente, permitiendo que Magnus continuara con aquello.

Tómas respiró hondo.

—Sí. También pudo matar al doctor.

—¿Admitió él que lo había hecho?

—No, para nada. Nunca.

—¿Pero usted sospecha que lo hizo?

—Al principio, no —respondió Tómas—. No se me había ocurrido. Siempre creí a mi padre en todo. Pero luego aquella sospecha empezó a rondarme la cabeza. Esperaba que no fuera verdad, pero no podía evitar preguntarme si mi padre había empujado al doctor.

—¿Se lo dijo?

—No. Claro que no. —Estaba claro que lo último que Tómas haría sería enfrentarse a su padre—. Pero un día oí algo por casualidad. Era mi padre hablando con mi madre. Fue varios años después de que se separaran. Era la boda de Birna Ásgrímsdóttir. Papá la oficiaba. Hablaban de lo desmejorada que estaba Birna. Mi padre dijo algo como: «No es de extrañar, cuando han asesinado a su padre». No sé si mi madre se dio cuenta. No dijo nada. Estoy seguro de que mi padre fue consciente de que había cometido un error por el modo en que la miró de inmediato. Creo que no sabía que yo estaba escuchando.

—Eso no es exactamente una prueba concluyente —observó Magnus.

—No —admitió Tómas.

Y sin duda, ese era el motivo por el que Tómas se lo había contado. Magnus seguía sin estar convencido de que Tómas no hubiera estado allí y lo hubiera presenciado todo. Pero volvería a ello más tarde.

—Muy bien, ¿y por qué visitó a Agnar?

—¿Puedo tomar un poco de agua? —preguntó Tómas.

Magnus asintió. Para sorpresa de Magnus, Baldur se dirigió a la puerta para pedirla. Un minuto después, un oficial de la policía volvió con un vaso de plástico y una jarra.

Tómas bebió agradecido. Ordenando sus pensamientos.

—Agnar se puso en contacto conmigo. Apenas nos conocíamos. Habíamos coincidido en fiestas y teníamos uno o dos amigos comunes, ya sabe cómo es esta ciudad.

Magnus asintió.

—Nos reunimos en una cafetería.

—El café París —dijo Magnus, recordando su conversación con Katrín en la que ella le contó que los había visto juntos.

Tómas torció el gesto sorprendido.

—Continúe —le ordenó Magnus.

—Agnar me contó que había conocido a un rico americano que quería comprar el anillo de Gaukur. Yo me hice el tonto, pero Agnar siguió adelante. Dijo que acababa de volver de Hruni, donde había hablado con mi padre. Dijo que aunque mi padre negó que tuviera el anillo, Agnar estaba seguro de que mentía.

—¿Le contó por qué?

—Sí. Era ridículo. —Tómas sonrió—. Dijo que era porque mi padre parecía muy joven para su edad. En La saga de Gaukur, el guerrero que tiene el anillo, Ulf no sé qué, tiene en realidad noventa años, pero parece mucho más joven, y Agnar tenía la teoría de que a mi padre le pasaba lo mismo, que no envejecía.

—Sé a lo que se refiere —dijo Magnus—. Es un poco raro.

—Lo sé. La cuestión es que me reí de él. Y eso era un problema, porque justo entonces Agnar estuvo seguro de que yo sabía de qué me estaba hablando.

—Pero usted no llegó a admitirlo.

—No. Luego aseguró que mi padre debía de haber asesinado al doctor Ásgrímur. Obviamente, yo le dije que eso no era cierto. Pero Agnar insistió. Parecía muy seguro de lo que decía. Básicamente trataba de chantajearme. O chantajearnos.

—¿Cómo?

—Dijo que a menos que mi padre le vendiera el anillo, por el cual Agnar prometió que pagaría un alto precio, iría a la policía y le contaría, les contaría a ustedes lo del anillo y lo del asesinato del doctor Ásgrímur.

—¿Y qué hizo usted?

—Llamé a mi padre. Le conté lo que había dicho Agnar.

—¿Cómo se lo tomó?

—No se creyó nada. Los dos estábamos de acuerdo en lo absurdo de que Agnar pensara que mi padre había asesinado al doctor Ásgrímur. Pero, por supuesto, mi padre sabía que yo sabía que tenía el anillo. Dijo que debíamos poner a Agnar en evidencia. Así que fui a buscarle. Primero fui a la universidad y luego un estudiante me dijo que estaba en una casa del lago Thingvellir. Lo cierto es que yo conocía aquella casa. Entrevisté allí al padre de Agnar hace unos años. ¿Sabe que fue ministro del Gobierno?

Magnus asintió.

—Así que fui con el coche hasta el lago Thingvellir. Le dije a Agnar que mi padre no tenía ni idea de lo que había dicho. Le recomendé que dejara de chantajearnos.

—¿Se lo recomendó? ¿O lo amenazó? —preguntó Magnus.

—Se lo recomendé. Le hice saber que si continuaba con aquello, era casi seguro que sus clientes no consiguieran el anillo. Casi le confesé que mi padre lo tenía.

—¿Qué contestó Agnar?

—Me miró durante unos momentos, pensativo. Luego me sugirió que si mi padre se mostraba muy testarudo y no le cedía el anillo por las buenas, yo se lo robara para entregárselo a él. De ese modo, yo evitaría ir a la cárcel.

—¿Y qué respondió usted?

—Le dije que lo pensaría.

Magnus lo miró sorprendido.

—Agnar tenía algo de razón. Yo sabía que mi padre nunca se desharía del anillo, pero no quería que fuera a la cárcel. Sabía dónde lo guardaba y me resultaría fácil cogerlo y vendérselo a Agnar.

—¿Y lo hizo?

—¿Que si robé el anillo? No. Fui directamente a casa y me senté a pensar en ello. Al final, decidí contarle a mi padre lo que Agnar me había sugerido. Lo llamé aquella noche.

—¿Y qué dijo su padre?

—Se enfadó. Se enfadó mucho.

—¿Con usted?

—Con Agnar y conmigo. Le molestaba que prácticamente yo hubiera admitido que tenía el anillo. No pareció en absoluto agradecido por el hecho de que yo me hubiera puesto de su parte, que lo hubiera llamado en lugar de ir a robar el anillo. —Había rabia en la voz de Tómas—. Básicamente, perdió la compostura.

—¿Y qué hizo usted?

—Me puse muy nervioso. Me tomé una copa o dos para tranquilizarme. —Tómas hizo una mueca de dolor—. Terminé bebiéndome casi toda la botella de whisky. A la mañana siguiente me desperté tarde, sin estar seguro aún de qué debía hacer. Luego me enteré de la muerte de Agnar por la radio.

Tómas tragó saliva.

—¿A qué hora pasó todo aquello? —preguntó Magnus—. ¿Cuándo llegó a casa desde el lago Thingvellir?

—Alrededor de las cinco y media o así. Tal y como le conté a su compañero. —Tómas desvió la mirada rápidamente hacia Baldur.

—¿Y a qué hora llamó a su padre?

—Como media hora después. Puede que una hora.

—Por tanto, eran alrededor de las seis o seis y media. —En la mente de Magnus apareció la pregunta obvia—: ¿Y es posible que su padre fuera al lago Thingvellir esa misma noche? ¿Para callarle la boca a Agnar?

Tómas no respondió.

—¿Y bien?

—No lo sé —contestó. Pero estaba bastante claro que aquella idea también había pasado por su mente.

—Una pregunta más —dijo Magnus—. ¿Dónde esconde su padre el anillo?