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Baldur escuchaba con atención a Magnus mientras este le explicaba su teoría de que Agnar estaba intentando venderle el anillo de La saga de Gaukur a Steve Jubb y al Ísildur actual.

—¿Y qué sugiere? —preguntó cuando Magnus hubo terminado—. ¿Que volvamos de nuevo a la casa de Agnar para buscar un anillo mítico que ha estado perdido durante mil años? ¿Sabe lo absurdo que suena eso? —La expresión en el rostro alargado de Baldur rayaba el desprecio—. Lo trajeron aquí para que nos aportara un poco de experiencia en homicidios en las grandes ciudades. En lugar de ello, se pone a farfullar sobre elfos y anillos como la más supersticiosa de las abuelas islandesas. Lo próximo que dirá es que fueron los seres ocultos los que lo hicieron.

El pésimo humor de Magnus empeoró. Sabía que Baldur estaba tratando de sacarle de quicio y se esforzó por controlar su enfado.

—Por supuesto, yo no creo que el anillo tenga en realidad mil años —se explicó Magnus—. Mire, sabemos que Steve Jubb asesinó a Agnar. Pero mientras no nos diga el motivo, tendremos que averiguarlo por nuestra cuenta. También sabemos que Agnar estaba tratando de vender una saga. Los dos la hemos visto. Existe.

Baldur negó con la cabeza.

—Lo único que hemos visto son ciento veinte páginas que salieron de la impresora de un ordenador hace dos semanas.

Magnus se reclinó en su asiento.

—De acuerdo. Puede que la saga sea falsa. Puede que exista un anillo, pero que sea también falso. Si hay algo que proporcionara un mayor motivo para que Steve Jubb matara a Agnar, es eso. Tenemos que encontrarlo.

—La cuestión es que no estoy seguro de que Steve Jubb asesinara a Agnar.

Magnus soltó un resoplido.

—Acabo de interrogarlo de nuevo. No me ha contado nada de sagas ni de anillos. Pero sí ha negado que asesinara a Agnar.

—¿Y usted le cree?

—La verdad es que sí. Tengo la corazonada de que está diciendo la verdad.

—¿Corazonada?

Baldur buscó una hoja de papel entre el montón que había en su mesa.

—Aquí tiene este informe del laboratorio forense.

Magnus lo ojeó. Era un análisis de las muestras de tierra en los zapatos de Steve Jubb del número cuarenta y cinco.

—Demuestra que no hay restos del tipo de barro que había en el sendero que va de la casa de verano al borde del lago, ni del barro que había en el borde mismo.

Magnus leyó el informe mientras la mente le hervía.

—Puede que Jubb se limpiara los zapatos. A fondo.

—Había tierra de la zona que hay justo delante de la casa de verano. Así que estuvo en la parte delantera, pero no en la trasera. Y no se limpió los zapatos.

—Quizá se los cambió y se puso unas botas, y después se deshizo de ellas.

—Habríamos encontrado huellas dentro de la casa o alrededor de ella —contestó Baldur—. Y eso es bastante improbable, ¿no?

Magnus se quedó mirando el papel, sin leer lo que decía, solamente tratando de averiguar cómo había podido Jubb arrastrar el cuerpo hasta el lago sin que le quedara barro en los zapatos. Le parecía imposible creer que la presencia de Jubb en la casa de verano aquella noche fuera una simple coincidencia.

—Otra persona sacó a Agnar —dijo Baldur—. Después de que Steve Jubb se fuera. Y es bastante probable que esa otra persona lo matara.

—¿Encontraron huellas cerca del lago?

Baldur negó con la cabeza.

—Nada que pudiera utilizarse. Había llovido por la noche y el escenario estaba realmente contaminado. Los niños, su padre, los médicos, los oficiales de la policía de Selfoss… Dejaron huellas por todos lados.

—Entonces, un cómplice —sugirió Magnus.

—¿Como quién?

—Ísildur. El tal Lawrence Feldman. —Nada más decirlo, Magnus se arrepintió.

Baldur se dio cuenta del error inmediatamente.

—Usted se puso en contacto con Ísildur dos días después y le contestó desde un ordenador situado en California.

—Pues un cómplice islandés. Hay fanáticos de El señor de los anillos en este país.

—No hay registros de ningún número islandés en el teléfono móvil de Steve Jubb, aparte del de Agnar. Sabemos que Jubb no salió de su hotel desde el momento en que llegó a Reikiavik por la mañana hasta la hora en que salió hacia el lago Thingvellir a última hora de la tarde. Ningún miembro del personal del hotel recuerda que nadie lo visitara en el hotel.

—Puede que alguien subiera directamente a su habitación sin detenerse en el mostrador de la recepción.

Baldur se limitó a arquear las cejas.

—No me diga que va a soltarlo.

—Aún no. Y no voy a descartarlo como sospechoso. Pero tenemos que ampliar la investigación. Tener en cuenta las circunstancias más realistas. —Baldur fue contando con los dedos—: Agnar vio a una amante y a una antigua amante las semanas anteriores a su muerte. Su mujer estaba tremendamente enfadada por su infidelidad. Tenía serios problemas de dinero. Compraba drogas. Puede que tuviera deudas de las que no sabemos nada. Puede que le debiera dinero a su camello. Hubo alguien más allí aquella noche y tenemos que averiguar quién.

—Así que es una mera coincidencia que estuviera negociando un trato con Jubb y con Ísildur.

—¿Por qué no? —preguntó Baldur—. Mire, no debemos descartar del todo este asunto de la saga. Si lo prefiere, céntrese usted en ella. Pero hay muchas otras cosas que el resto del equipo debe investigar.

—Estoy seguro de que si yo fuera a California, podría conseguir que Ísildur…

—No —lo interrumpió Baldur.

Varias zonas horarias en dirección oeste, era la primera hora de la mañana en los bosques del condado de Trinity, en el norte de California. Ísildur miró desde su estudio hacia el pequeño valle y la catarata que se desplomaba desde el peñón que tenía enfrente. El sol de la mañana brillaba sobre la vegetación mojada por la lluvia. En el jardín podía ver las figuras de tamaño natural de Gandalf, Legolas y Elrond, esculturas de bronce que había encargado a un artista de San Francisco a un precio muy elevado.

Era una vista hermosa. Lo había comprado todo con una parte del dinero que había conseguido tras vender su parte de 4Portal el año anterior. Había estado buscando un escondite en medio del bosque para concentrarse en sus proyectos y había encontrado el lugar perfecto. Las montañas alpinas por tres de los lados y un pequeño camino sinuoso en el cuarto que atravesaba el bosque hasta la ciudad más cercana, un pueblo muy pequeño que se encontraba a dieciséis kilómetros.

Era un lugar donde podía pensar.

Lo había llamado Rivendell, naturalmente. Como homenaje al refugio en el que la comunidad del anillo se había establecido. Recordó la primera vez que había leído algo sobre Rivendell, a los diecisiete años, y se había formado en su mente una visión clara del lugar, rodeada por bosques, montañas, aguas que fluían, paz y tranquilidad.

Era aquello.

Había estado trabajando en dos proyectos. El que le había absorbido más tiempo fue su intento de coordinar la recopilación de un diccionario en internet de dos de los idiomas álficos de Tolkien, el quenya y el sindarin. Aquel proyecto resultó ser mucho más frustrante de lo que había creído. Tolkien nunca había establecido unas normas estrictas de gramática y vocabulario, por lo que había muchas interpretaciones distintas de los dos idiomas. Ísildur lo sabía. El aspecto más importante del diccionario era que sería lo suficientemente flexible como para que englobara los diferentes dialectos que habían surgido con el paso del tiempo. El problema estaba en que sus colaboradores no tenían unas mentes muy flexibles.

El proyecto se había convertido en acritud e insultos. Había esperado que, como suministrador del dinero, la última palabra sería la suya. Al final, sí que se convirtió en la figura unificadora: la autoridad a la que todos odiaban.

Su otro proyecto era el de tratar de localizar La saga de Gaukur. La primera vez que tuvo noticias de ella fue unos años antes, a través de un foro de internet. Había reunido a un académico danés que había descubierto algo de la saga perdida en una carta del siglo XVIII que encontró, con Gimli, un inglés cuyo abuelo había estudiado en la Universidad de Leeds bajo las enseñanzas de Tolkien. Los pormenores eran frustrantemente confusos, pero Ísildur estaba deseando destinar una buena suma de dinero a dedicarles más cuerpo.

Y todo aquello lo hizo desde el ordenador de su estudio de Rivendell.

Nunca había cruzado el océano. Se había criado en Nueva Jersey y había pasado todas sus vacaciones de niño con su familia en la playa de Jersey. Se había especializado en electrotecnia en Stanford, California, y había labrado su carrera profesional en Silicon Valley. Era un programador de gran talento, intuitivo, centrado y se le daban bien los contactos. 4Portal había sido su segunda empresa, dedicada al desarrollo de programas y aplicaciones para portales de publicidad en teléfonos móviles. Tuvo un éxito espectacular y la participación del seis por ciento de Ísildur se había transformado en muchos millones cuando él y sus socios de mayor visión comercial decidieron vender.

El plan era que después de pasar más o menos un año en Rivendell, volvería a Silicon Valley para probar con algo nuevo.

Una vez que tuviera en su posesión La saga de Gaukur. Y el anillo.

Las últimas semanas habían sido una montaña rusa llena de grandes expectativas y decepciones. En primer lugar, el mensaje de Agnar en el que decía que había encontrado la saga. Después, un par de semanas más tarde, que había encontrado el anillo de Ísildur. Las emocionantes noticias de Gimli de que la saga podía ser auténtica y que iban a empezar con las negociaciones y, luego, que todo había salido mal.

Agnar había muerto. Gimli estaba en la cárcel. La policía tenía la saga.

Y el anillo seguía por allí, en algún lugar de Islandia, y no tenía modo de saber dónde.

Ísildur había hecho todo lo posible desde Rivendell. Le había proporcionado a Gimli el mejor representante legal. Pero cada vez estaba más claro que, si quería encontrar el anillo, tendría que ir él mismo a Islandia.

Tenía pasaporte. Lo había solicitado antes de salir de viaje a Nueva Zelanda para ver dónde habían rodado las películas. En el último minuto, canceló el viaje por culpa de una crisis nerviosa. Había llegado hasta el aeropuerto, pero no subió al avión.

Tenía que superar esos nervios.

Miró la pantalla del ordenador y buscó una web de viajes.

Magnus pasó el resto del día hablando con los policías que habían registrado la casa de verano y la otra casa de Agnar, así como la habitación de Steve Jubb. No había indicios de nada que se pareciera a un anillo.

Fue a ver a Linda, la esposa de Agnar, a su casa de Seltjarnarnes. Ella permitió su intrusión con una irritación que apenas ocultó. Era alta y delgada, tenía el pelo rubio y el rostro ojeroso. Tenía un bebé y un niño pequeño a los que cuidar y apenas podía mantener la compostura.

Era una mujer enfadada. Enfadada con su esposo, enfadada con la policía, enfadada con el banco, los abogados, la puerta del frigorífico que nunca se cerraba bien, la ventana rota que Agnar nunca arregló, enfadada con aquel enorme agujero que había en su vida.

Magnus sintió lástima por ella y por sus dos hijos. Por muchos que fueran los pecados de Agnar, por muchas infidelidades que cometiera, no merecía morir.

Otra familia más rota por un asesinato. Magnus había visto muchas a lo largo de su carrera. Y había hecho todo lo posible por cada una de ellas.

Por supuesto, ella no había visto ningún puñetero anillo. Registró la casa en busca de posibles lugares donde esconderlo, pero no encontró nada. A las ocho se fue y tomó el autobús de vuelta al centro de Reikiavik. Aún no le habían asignado un coche de la policía y no había ido con Árni.

Su conversación con Baldur le había afectado. Comprendía la postura de Baldur. Ese era el problema. No podía imaginar cómo Steve Jubb podía haber matado a Agnar y deshacerse de su cuerpo sin ensuciarse los zapatos.

Pero no podía aceptar que Jubb hubiera ido a ver a Agnar para negociar un acuerdo de varios millones de dólares y que, un par de horas después, Agnar hubiera sido asesinado por un motivo que no estuviera relacionado con ello.

Su intuición le decía que aquello no tenía sentido. Y, al igual que Baldur, él confiaba en su intuición.

Se bajó del autobús en el supermercado Krambúd, enfrente de la Hallgrímskirkja, y se compró un curry tailandés precocinado. Cuando volvió a la casa de Katrín, lo metió en el microondas.

—¿Cómo te encuentras?

Se dio la vuelta y vio a la dueña de la casa yendo hacia el frigorífico. Le estaba hablando en inglés. Sacó un skyr[6] y lo abrió.

—Regular.

—Menuda noche tuviste.

—Gracias por meterme en la cama —musitó Magnus. Lo decía de verdad, aunque habría preferido no hablar del tema. Ya había tenido suficiente humillación por un día.

—De nada —contestó Katrín, sonriendo—. Estuviste muy dulce. Justo antes de dormirte me miraste con una bonita sonrisa y dijiste: «Estás arrestada». Después, te quedaste dormido.

—Dios mío.

—No te preocupes. Es probable que tengas que hacer lo mismo por mí algún día.

Apoyó la espalda en el frigorífico y se comió el yogur. Tenía en la cara un par de piercings menos que la noche en que Magnus la conoció. Llevaba unos vaqueros negros y una camiseta con la imagen de las fauces de un lobo estampada en ella. Sonó la señal del microondas y Magnus extrajo de él su cena, la vació sobre un plato y empezó a comérsela.

—Normalmente no me emborracho así.

—No me importa, de verdad. Siempre y cuando tengas cuidado de dónde vomitas. Y lo limpies después.

Magnus hizo una mueca.

—Lo haré. Lo prometo.

—¿De verdad eres policía?

—Pues sí.

—¿Qué estás haciendo en Islandia?

—Echar una mano.

Katrín tomó otra cucharada de su skyr.

—¿Sabes una cosa? No me gusta que mi hermano me espíe.

—No me extraña —dijo Magnus—. No te preocupes. Oficialmente, no pertenezco a la Policía Metropolitana de Reikiavik. No voy a contarle a nadie lo que haces.

—Bien —respondió Katrín—. Te vi entrando en la galería de Ingileif ayer.

—¿La conoces?

—Un poco. ¿Es sospechosa de algo?

—La verdad es que no puedo hablarte de ello.

—Perdona. Era simple curiosidad. —Levantó su cuchara en el aire—. ¡Ya lo sé! ¿Es por el asesinato de Agnar?

—De verdad que no puedo decirte nada —insistió Magnus.

—¡Eso es! Una amiga mía salió con él cuando estuvo en la universidad. Lo vi el otro día en una cafetería, ¿sabes? El café París. Con Tómas Hákonarson.

—¿Quién es? —preguntó Magnus.

—Tiene un programa de televisión. Se llama Al grano. Se lo hace pasar mal a los políticos. Es bastante divertido.

Comieron en silencio durante un minuto. Magnus sabía que debía tomar nota de ese nombre, pero estaba demasiado cansado. Le daba pereza.

—¿Qué opinas de ella? —preguntó.

Katrín dejó el yogur y se sirvió un poco de zumo de naranja. Magnus se dio cuenta de que tenía una pequeña gota de skyr en el arete que le sobresalía del labio.

—¿De Ingileif? Me gusta. Pero su hermano es un cabrón.

—¿Por qué dices eso?

—Ya no me deja cantar en sus discotecas, por eso lo digo —le explicó Katrín con voz enfadada—. Es el dueño de los locales más de moda de la ciudad. No es justo.

—¿Por qué no te deja?

—No lo sé. Tuve algunas actuaciones de bastante éxito. Es solo porque falté a un par de ellas. Eso es todo.

—Ah. —Por lo que había visto de Pétur, no le sorprendía que fuera duro con la gente informal.

—Pero ella me gusta.

—¿Ingileif?

—Sí. —Katrín se encendió un cigarro y se sentó frente a Magnus—. Incluso he comprado algunas cosas en su galería. Ese jarrón, por ejemplo. —Señaló un pequeño jarrón de cristal retorcido que tenía una cuchara de madera sucia dentro de él—. Me costó una fortuna, pero me gusta.

—¿Crees que es una persona honesta? —le preguntó Magnus.

—¿Es una pregunta de policía?

Magnus se encogió de hombros.

—Sí que lo es. A la gente le gusta. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho?

—Nada —respondió Magnus—. ¿Conoces a Lárus Thorvaldsson?

—¿El pintor? Sí, un poco. También es amigo de Ingileif.

—¿Muy amigo?

—Nada serio. Lárus tiene a montones de chicas. Sabes a lo que atenerte con él, no sé si me entiendes. Sin malos rollos.

—Creo que sí —dijo Magnus. Estaba bastante claro que Katrín lo conocía del mismo modo que Ingileif.

Katrín se le quedó mirando fijamente.

—¿Me lo estás preguntando como policía o tienes algún otro tipo de interés?

Magnus dejó el tenedor y se restregó los ojos.

—Lo cierto es que no lo sé. —Cogió el plato vacío, lo enjuagó y lo metió en el lavavajillas—. Necesito dormir. Me voy a la cama.