Árni llevó a Magnus a la casa de Birna Ásgrímsdóttir en Gardabaer, un barrio de las afueras de Reikiavik.
El dolor de cabeza de Magnus estaba empeorando.
—Árni, comprueba la coartada de Pétur —le ordenó Magnus.
—¿Es sospechoso? —preguntó Árni, sorprendido.
—Todos lo son.
—Creía que estabas convencido de que Steve Jubb había matado a Agnar.
—¡Tú hazlo! —bramó Magnus.
Atravesaban los grises barrios de las afueras.
—Por cierto, he tenido noticias del experto en álfico de Australia —dijo Árni—. Ha resuelto qué significa kallisarvoinen.
—¿Y qué es?
—Está en finlandés. Al parecer, a Tolkien le gustaba ese idioma, le parecía interesante. Muchas palabras del quenya proceden del finlandés, al igual que buena parte de su gramática. Nuestro amigo se preguntó si Jubb e Ísildur podrían haber utilizado vocabulario finlandés cuando no existiera una palabra en quenya. Así que, buscó kallisarvoinen en un diccionario de finlandés.
—¿Y?
—Significa «tesoro».
—¿Tesoro? Esa es la palabra que Gollum utilizaba para el anillo en El señor de los anillos.
—Exacto.
Magnus recordó el mensaje que Steve Jubb había enviado: «He visto a Agnar. Tiene kallisarvoinen».
—Así que Steve Jubb pensaba que Agnar tenía el anillo —concluyó—. Eso era lo que quería vender por cinco millones de dólares.
—No hemos encontrado ningún anillo antiguo entre las cosas de Agnar —dijo Árni.
—Puede que Steve Jubb lo cogiera. Después de matarlo.
—¿Y qué hizo con él? No lo encontramos en su habitación del hotel.
—Quizá lo escondió.
—¿Dónde?
Magnus suspiró.
—¿Quién sabe? O quizá se lo enviara a Ísildur a California. Nadie recordaba que Steve Jubb hubiera enviado ningún paquete en la oficina de correos, pero fácilmente pudo haber metido el anillo dentro de un sobre y dejarlo en un buzón.
—Pero Jubb le envió el mensaje a Ísildur después de que hubiera vuelto de su visita a Agnar. Eso indica que Agnar aún lo tenía o, al menos, que Jubb pensaba que lo tenía.
Magnus entendió lo que quería decir Árni.
—¿De verdad crees que Agnar encontró el anillo? —preguntó Árni—. Acababa de oír hablar de él el domingo anterior. El correo electrónico lo envió el martes. Hay gente que ha dedicado años enteros a buscarlo y no lo ha encontrado. A menos que fuera falso.
—Eso también sería difícil de preparar tan rápidamente. Más difícil. Falsificar un anillo de mil años de antigüedad es una tarea seria. Y apuesto a que Ísildur no iba a soltar cinco millones de dólares sin comprobar meticulosamente qué estaba comprando.
—No estarás sugiriendo que es real —dijo Árni—. Que el anillo que Gaukur le quitó a Ísildur sobrevivió.
—Claro que no —contestó Magnus malhumorado. Pero, por otro lado, tal y como él mismo había dicho, sería difícil imaginar que el anillo fuera falso. Quizá era una falsificación antigua, obra del abuelo de Ingileif. Paciencia. Todo se aclarará con el tiempo.
Sumiso, Árni se quedó en silencio durante un momento.
—¿Y qué hacemos? —preguntó por fin.
—Decírselo a Baldur. Buscar posibles lugares donde lo pudo esconder. Ver si nos hemos pasado algo por alto. —Magnus miró enfurecido a Árni—. ¿Por qué no me habías contado esto antes?
—He recibido la respuesta esta mañana.
—Me lo podrías haber dicho en la comisaría.
—Lo siento.
Magnus giró la cabeza y miró por la ventanilla hacia los edificios grises. Le habían endilgado a un idiota. Y estaba deseando que su dolor de cabeza desapareciera.
Birna Ásgrímsdóttir vivía en una casa nueva de cemento con tejado de color rojo intenso en una moderna urbanización. Cada casa tenía su parcela de césped, además de algunos árboles jóvenes plantados con optimismo. Por las calles se veían muchos todoterrenos caros. Ricos. Confortables. Impersonales.
Birna tenía un aspecto más delicado, voluptuoso y era mayor que Ingileif. Tenía enormes ojos azules y labios carnosos. Podría haber sido atractiva, pero había en ella algo marchito y desaliñado. Dos líneas se dibujaban hacia abajo desde los extremos de su boca. Llevaba unos vaqueros ajustados y un jersey de color naranja fuerte.
Cuando vio a Magnus, sonrió y recorrió con la mirada su cuerpo antes de subir hasta la cara.
—Hola —lo saludó.
—Hola —contestó Magnus, desconcertado a su pesar—. Somos de la Policía Metropolitana. Hemos venido a hacerle unas preguntas sobre el asesinato del profesor Agnar Haraldsson.
—Qué bien —dijo ella—. Entren. ¿Les apetece algo de beber?
—Solo café —respondió Magnus.
Árni asintió.
—Para mí también —dijo con voz un poco ronca. Aquella mujer tenía presencia.
Se sentaron en la sala de estar mientras esperaban el café. Los muebles eran nuevos y sin personalidad y la habitación estaba dominada por una televisión realmente inmensa en la que emitían un programa diario de la televisión americana en inglés que Magnus no pudo reconocer. Satélite.
Había fotografías salpicadas por la sala de estar. La mayor parte de ellas eran de una despampanante chica rubia de unos dieciocho años en bañador y con diferentes marcos. Birna. Una Birna más joven. También había un par de fotografías de un hombre afable y de pelo oscuro vestido con uniforme de la línea aérea Icelandair.
Birna regresó con el café.
—Lo siento. No creo que pueda servirles de mucha ayuda, pero lo intentaré.
—¿Conocía a Agnar?
—No, nunca lo vi. Ustedes ya saben lo de la saga de la familia, supongo.
—Sí, ya lo sabemos.
—Bueno, Ingileif se estaba encargando de todas las negociaciones. Me preguntó si yo tenía alguna objeción con respecto a que la vendiera y le dije que me importaba un pimiento.
—¿Le contó los avances de las negociaciones?
—No. De hecho, no he hablado con ella desde entonces.
—¿Le habló de un anillo?
Birna se rio con ganas.
—¿No se referirá al anillo de Gaukur?
—Parece ser que su abuelo lo encontró hace sesenta años, pero luego volvió a esconderlo. Puede que Agnar lo encontrara recientemente o que dijera que lo había encontrado.
—No sea ridículo —espetó Birna—. Si alguna vez existió ese anillo, se perdió hace siglos. Deje que le diga algo —añadió, inclinándose hacia Magnus, que pudo oler algún tipo de alcohol en el aliento de ella. En el estado en que se encontraba, hizo todo lo que pudo para no echarse hacia atrás—. Ese anillo y la saga no han traído más que problemas. No son más que un montón de gilipolleces. No se crean una palabra. Yo creo que Ingileif debía haber vendido esa condenada saga, sobre todo, debía haberlo hecho en secreto.
—¿Ingileif y usted tienen una relación estrecha?
Birna se echó sobre el respaldo de su silla.
—Esa es una buena pregunta. Antes la teníamos. Muy estrecha. Después de la muerte de mi padre, mi madre se volvió a casar y yo tuve algunos problemas con mi padrastro. Aunque Ingileif era dos años menor que yo, me apoyó mucho. Me ayudó a superarlo. Pero después de aquello, nos separamos un poco. Ahora llevamos vidas diferentes. Yo me casé con un imbécil y ella se dedica a sus diseños.
—¿Problemas con su padrastro?
Birna volvió a mirar a Magnus, esta vez directamente a los ojos, como si estuviera decidiendo si debía confiar en él.
—¿Es esto relevante para su investigación?
Magnus se encogió de hombros.
—Podría serlo. No lo sabré hasta que me lo cuente.
Birna sacó un paquete de cigarrillos y, después de ofrecerle a Magnus y a Árni, se encendió uno.
—Yo tenía catorce años cuando murió mi padre. Era una chica guapa. —Hizo un gesto señalando las fotografías—. A mi madre se le metió en la cabeza que yo debía convertirme en Miss Islandia. Se obsesionó con eso. Tanto como mi padre con su saga. Imagino que sería una forma de tratar de superar su muerte, de sacársela de la mente. Por supuesto, no funcionó. —Sonrió—. Nunca conseguí quedar por encima del tercer puesto, pero mamá y yo nos esforzamos mucho. En mitad de todo aquello, se casó con Sigursteinn, que era una especie de vendedor de coches de Selfoss. Le aseguro que desde el primer momento se encaprichó de mí. No tardó ni un mes después de casarse en… en fin… —Dio una fuerte calada al cigarro—. Bueno, lo cierto es que me violó. Yo no lo pensé entonces, pero fue una violación. Quería acostarse conmigo y yo sentía miedo de él. Ocurrió. Muchas veces.
»Ingileif lo descubrió, nos pilló haciéndolo y se volvió loca. Se lanzó a por él con una botella rota, pero al final fue ella la que se cortó. ¿Ha notado una pequeña cicatriz que tiene en la ceja? ¿Y en la mejilla?
Magnus asintió.
—Pues fue Sigursteinn. Ingileif se lo contó a mamá, pero no la creyó. Hubo una pelea familiar tremenda. Echaron a Ingileif de casa y yo estaba demasiado asustada como para decir nada. Luego, tres meses más tarde, Sigursteinn se encontraba de viaje de negocios en Reikiavik cuando se cayó en el puerto. Yo me sentí muy aliviada.
—¿Cómo reaccionó su madre?
—Se quedó totalmente destrozada. Incluso llegó a acusar a Ingileif de haberlo matado, lo cual era una estupidez. Entonces, le conté con pelos y señales lo que él me había hecho y, por fin, lo creyó. —Birna se quedó con la mirada fija, sin cerrar sus enormes ojos azules—. Aquello echó a perder a nuestra familia.
—Ya imagino —dijo Magnus.
—Ingileif se fue a Reikiavik. En los últimos años volvió a hablarse de nuevo con mamá. Pasó mucho tiempo con ella antes de que muriera.
—¿Y usted?
Birna parpadeó.
—Bueno, me casé con Matthías y he tenido una vida perfectamente feliz desde entonces.
Magnus ignoró el sarcasmo.
—¿Y Pétur?
—Él se perdió todo aquello. Volvió a Reikiavik un par de años después. Nos vemos de vez en cuando. Pero cuando lo hacemos, tengo la impresión de que le doy pena. No sé por qué.
«Dios, menuda familia», pensó Magnus. La suya ya era bastante mala. Recordó la voz temblorosa de Ingileif cuando le habló del fantasma de la niña a la que acusaron de incesto en la casa Höfdi. Con razón sentía pena por ella. Estaba pensando en Birna.
—Una última pregunta. ¿Dónde estaba usted el jueves pasado por la noche, el primer día de verano?
Birna volvió a reírse.
—No puede estar hablando en serio. No creerá que yo maté a ese pobre hombre, ¿verdad?
—Responda a la pregunta.
Birna vaciló.
—¿Tengo que hacerlo?
Magnus sabía lo que iba a escuchar a continuación. Empezaba a acostumbrarse a la vida sexual de los islandeses.
—Sí. Y tendremos que comprobar si es cierto lo que nos dice. Pero seremos discretos, se lo prometo. Y no saldrá a la luz en ningún juicio posterior, a menos que sea relevante para el caso.
Birna dejó escapar un suspiro.
—Matthías se encontraba en Nueva York. Probablemente en la cama con alguna azafata.
—¿Y usted?
—Yo estaba con un amigo que se llama Dagas Tómasson. También está casado. Pasamos la noche en un hotel de Kópavogur. Es todo lo anónimo y discreto que puede ser un hotel en Islandia.
—¿Cuál?
—El Merlin.
—¿Nos puede dar la dirección de él?
—Les daré su número de teléfono móvil —dijo Birna—. No es nada serio —continuó diciendo, mirando a Magnus a los ojos. Las comisuras de su boca se movían nerviosamente hacia arriba—. No me gusta limitarme a un solo hombre.
—Creo que le has gustado —dijo Árni cinco minutos después, mientras llevaba de nuevo a Magnus a la comisaría.
—Cierra el pico —gruñó Magnus—. Y ve a comprobar lo del hotel. Pero sospecho que esta coartada se sostiene.