La galería de Skólavördustígur era la única que abría un par de horas los domingos y, cuando Magnus y Árni llegaron allí, estaba cerrada. Pero, asomándose por la ventana, Magnus pudo ver a alguien sentado en el escritorio que había al fondo de la tienda.
Golpeó el cristal de la puerta. Apareció Ingileif. Parecía molesta. Aquel enfado aumentó cuando vio quiénes eran.
—Está cerrado.
—No hemos venido a comprar —dijo Magnus—. Queremos hacerle algunas preguntas.
Ingileif vio la expresión de determinación en el rostro de él y los dejó entrar. Los condujo hasta el escritorio, que estaba lleno de papeles inundados de números sobre los que reposaba una calculadora. Se sentaron enfrente de ella.
—¿Nos dijo que el nombre de su bisabuelo era Ísildur? —empezó a decir Magnus.
—Sí.
—¿Y su padre se llamaba Ásgrímur?
Ingileif frunció el ceño y por encima de la ceja volvió a aparecer el rasguño.
—Claro. Usted ya conoce mi apellido.
—Son unos nombres interesantes.
—No tanto —contestó Ingileif—. Exceptuando quizá el de Ísildur, pero de eso ya hablamos.
Magnus no dijo nada, dejando que el silencio hiciera su trabajo. Ingileif empezó a ruborizarse.
—¿Hay alguien en su familia que se llame Gaukur? —preguntó él.
Ingileif cerró los ojos, suspiró y se echó hacia atrás. Magnus esperó.
—Entonces, ¿ha encontrado la saga? Solo la traducción de Agnar. Usted sabía que finalmente la encontraríamos.
—Lo cierto es que el de Gaukur es un nombre que tratamos de evitar en nuestra familia.
—No me sorprende. ¿Por qué no nos habló de ello?
Ingileif colocó la cabeza entre las manos.
Magnus esperó.
—¿La ha leído? —preguntó—. ¿Toda?
Magnus asintió.
—Pues sí, está claro que debería habérselo dicho. Fui tonta al no hacerlo. Pero si ha leído la saga, habrá entendido el porqué de mi silencio. Ha pertenecido a mi familia durante muchas generaciones y hemos conseguido mantenerla en secreto.
—Hasta que intentó venderla.
Ingileif asintió.
—Hasta que intenté venderla. De lo cual me arrepiento enormemente ahora.
—¿Quiere decir ahora que alguien ha muerto?
Ingileif respiró hondo.
—Sí.
—¿Y esta saga se mantuvo de verdad en secreto durante todos esos años?
Ingileif lo confirmó moviendo la cabeza.
—Casi. Con un lapso hace unos cuantos cientos de años. Hasta mi padre, la información sobre la existencia de la saga se ha pasado solamente del padre al hijo mayor y en un par de casos a la hija mayor. Mi padre decidió leérsela a todos sus hijos, algo que a mi abuelo no le gustó mucho. Pero a todos nos hizo prometer que lo mantendríamos en secreto.
—¿Aún conserva el original?
—Por desgracia, se deterioró. Solo quedan fragmentos, pero se hizo una copia excelente en el siglo XVII. Yo misma hice una copia para que Agnar la tradujera; debe de estar entre sus papeles.
—Y después de tantos siglos, ¿por qué decidió venderla?
Ingileif dejó escapar un suspiro.
—Como puede imaginar, mi familia siempre ha estado obsesionada con las sagas, en general, y con la nuestra en particular. Aunque mi padre era médico, fue el que más obsesionado estuvo de todos. Estaba convencido de que el anillo que se menciona en la saga seguía existiendo e hizo varias expediciones por todo el valle del río Thjórsá, que es donde se encontraba la granja de Gaukur, para buscarlo. Por supuesto, nunca lo encontró, pero así fue como murió. Se cayó por un precipicio por culpa del mal tiempo.
—Lo siento —dijo Magnus. Y aunque Ingileif le había mentido, lo sintió de verdad.
—Eso hizo que todos los demás sintiéramos rechazo por La saga de Gaukur. Mi hermano, a quien mi padre le había lavado el cerebro hasta entonces hasta un nivel de obsesión comparado al suyo, no quiso tener nada más que ver con ella. A mi hermana nunca le interesó mucho. Creo que a mi madre la saga siempre le pareció una cosa un poco rara y la consideró responsable de la muerte de mi padre. De todos ellos, quizá fui yo la que menos rechazo mostró. Continué con mis estudios de islandés en la universidad. Así que, cuando vi que necesitaba dinero con desesperación, me pareció que sería la única que de verdad lo sentiría si la vendíamos.
»La galería se está yendo al garete. Lo cierto es que ha quebrado. Necesito dinero urgentemente. Mucho dinero. Así que, cuando mi madre murió el año pasado, hablé con mis hermanos sobre vender la saga. A Birna, mi hermana, no le importó en absoluto, pero mi hermano Pétur se opuso. Dijo que nosotros éramos los guardianes de la saga, que no debíamos venderla. Me sorprendió un poco, pero, al final, Pétur transigió, siempre que se vendiera de forma privada, con una cláusula de confidencialidad. Creo que él también atraviesa problemas económicos. Todos los tenemos ahora.
—¿A qué se dedica?
—Es propietario de algunos bares y discotecas. ¿Conoce Neon?
Magnus negó con la cabeza. Ingileif torció el gesto ante la ignorancia de él.
—Es una de las discotecas más conocidas de Reikiavik —le explicó.
—Seguro que lo es. No llevo mucho tiempo aquí —respondió Magnus.
—Yo sí la conozco —intervino Árni.
—Ya suponía que usted era un juerguista —dijo Ingileif.
Ahora fue Árni quien se ruborizó.
—Y una vez que decidió venderla, ¿por qué acudió a Agnar? —le preguntó Magnus.
—Fue profesor mío en la universidad —contestó Ingileif—. Y, como le dije, lo conocía bastante bien. Era lo suficientemente impúdico como para aceptar vender la saga en secreto, ocultándoselo al gobierno islandés, pero me tenía el suficiente aprecio como para no estafarme. Y resultó que conocía al comprador perfecto. Un rico americano fanático de El señor de los anillos que estaba dispuesto a realizar la compra en privado.
—¿Lawrence Feldman? ¿Steve Jubb?
No supe su nombre. Usted ya mencionó antes a Steve Jubb, ¿no?
Pero dijo que era inglés.
—¿Por eso dijo que nunca había oído hablar de él?
—No había oído ese nombre anteriormente. Pero admito que no fui de mucha ayuda. Trataba desesperadamente de mantener la saga en secreto. En cuanto le hablé a Agnar de ella, me lo pensé mejor. Incluso le dije que quería retirarla del mercado y mantenerla en la familia. —Apretó los labios—. Él me dijo que ya era demasiado tarde. Lo sabía todo de ella y, a menos que yo siguiera adelante con la venta, lo contaría.
—¿La chantajeó? —preguntó Magnus.
—Supongo que se puede decir que sí. Me lo merecía. Y funcionó. Creí que sería mejor vender la saga de manera confidencial y repartir los beneficios entre Pétur, Birna y yo antes que permitir que Agnar le hablara a todo el mundo de su existencia.
—¿Cuánto le dijo que conseguiría?
—Estaba en plena negociación del precio. Dijo que serían millones. De dólares.
Magnus respiró hondo.
—¿Y dónde se encuentra la saga ahora?
—En la caja fuerte de la galería —respondió vacilante—. ¿Quieren verla?
Magnus y Árni la siguieron hasta un almacén que había en la parte de atrás del establecimiento. En el suelo había una caja fuerte. Ingileif giró a un lado y a otro las manijas. Sacó un libro encuadernado en piel y lo colocó sobre la mesa.
—Esta es la copia del siglo XVII, el ejemplar completo más antiguo. —Abrió el libro por una página al azar. Las páginas eran de papel, llenas de palabras escritas en negro y con pulcritud, claras y fáciles de leer—. ¿Recuerda que cuando me preguntó si la saga se había mantenido en secreto yo le dije que había existido un lapso?
Magnus asintió.
—Pues bien, este ejemplar fue copiado de una versión anterior que uno de mis antepasados vendió a Árni Magnússon, el gran coleccionista de sagas. El resto de la familia se enfadó mucho cuando se produjo esa venta. Árni Magnússon se la llevó con las demás a Copenhague y fue una de las que se destruyó durante el horrible incendio de 1728, antes de que fuera catalogada. Que sepamos, hoy día solo existe una mención a La saga de Gaukur, pero no se dan detalles de su contenido. La mayor parte de la colección desapareció, especialmente las copias en papel. En mi familia creemos que hubo un motivo que provocó el incendio.
—¿Provocado? ¿Alguien quería destruirla?
Ingileif negó con la cabeza.
—No era eso lo que pretendían, aunque sabiendo lo obsesionada que estaba mi familia, no me sorprendería. Más bien fue mala suerte, o el destino. Llámelo como quiera.
—El poder del anillo —dijo Árni.
—Ahora empieza usted a hablar como mi padre —repuso Ingileif—. Pero cuando asesinaron a Agnar no pude evitar ver los paralelismos. —Volvió a girarse hacia la caja fuerte—. Y luego está esto. El original… o lo que queda de él.
Con cuidado, sacó un sobre viejo y grande, lo colocó sobre el escritorio y de él extrajo dos cartulinas rígidas entre las que, separadas por papel de seda, había una media docena de pergaminos de color marrón. Apartó el papel de seda para que pudieran ver de cerca una de las hojas.
Estaba descolorido, rasgado por los bordes y lleno de palabras escritas en negro. Eran sorprendentemente claras: las primeras letras de los capítulos estaban decoradas con azules y rojos desteñidos. Magnus pudo distinguir la palabra «Ísildur».
—Impresionante —dijo Magnus. Y así era. Cualquier duda que pudiera haber tenido en cuanto a la autenticidad de la traducción que había leído en la casa de verano de Agnar se disipó. Había contemplado boquiabierto las antiguas sagas de la exposición de Árni Magnússon, pero nunca había visto ninguna tan de cerca. No pudo resistirse a alargar la mano para tocarla con la yema del dedo.
—Lo es, ¿verdad? —confirmó Ingileif con cierto tono de orgullo en la voz.
—¿Sabe quién la escribió? —le preguntó Magnus.
—Creemos que fue alguien llamado Ísildur Gunnarsson —contestó ella—. Uno de los descendientes de Gaukur, claro. Pensamos que vivió a finales del siglo XIII, justo cuando se escribieron la mayor parte de las sagas más importantes.
—Pero si este fue un secreto familiar tan bien guardado, ¿cómo es que Tolkien llegó a conocerlo? —preguntó Magnus—. Es decir, las conexiones con El señor de los anillos son tan fuertes que no pueden tratarse de una simple coincidencia. Debió leerla.
Ingileif vaciló.
—Espere un momento.
Volvió a la caja fuerte y regresó poco después Sobre el escritorio coloco un pequeño sobre amarillento delante de Magnus.
—¿Puedo mirar?
Ingileif asintió.
Con cuidado, Magnus sacó una hoja de papel doblada por la mitad. Magnus la abrió y leyó:
20 Northmoor Road
Oxford
9 de marzo de 1938
Mi estimado Ísildarson:
Te agradezco mucho que me hayas enviado la copia de La saga de Gaukur, la cual he leído con enorme placer. Ya han pasado casi quince años, pero recuerdo con mucha claridad la reunión del Club Vikingo en el bar del instituto de Leeds en la que me hablaste de la saga, aunque no tenía ni idea de que sería una historia tan maravillosa. Recuerdo con cariño aquellas noches. ¡Un repertorio de antiguas canciones islandesas empapadas en alcohol es algo que no debería perderse ningún estudiante de anglosajón o de inglés medio!
Me alegra mucho que te gustara el libro que te envié. Recientemente he comenzado a escribir una segunda historia sobre hobbits en la Tierra Media y he escrito el primer capítulo, que se titula «Una reunión muy esperada» y con el que he quedado encantado. Pero creo que este libro va a ser mucho más oscuro que el primero, más maduro, y he estado buscando el modo de unir las dos historias. Es posible que me hayas proporcionado esa conexión.
Por favor, espero que me perdones si te pido prestadas algunas ideas de tu saga. Te prometo firmemente que seguiré respetando el deseo de tu familia de que la saga permanezca en secreto, tal y como lo ha estado durante tantos cientos de años. Si tienes alguna objeción, por favor, házmela saber.
Te devolveré la copia de la saga la semana que viene.
Con mis mejores deseos, se despide con un cordial abrazo,
J. R. R. Tolkien
El corazón de Magnus latía con fuerza. Aquella carta doblaría el valor de la saga. Lo triplicaría. Se trataba de un descubrimiento asombroso, la clave para lo que se había convertido en una de las leyendas más importantes del siglo XX.
Un acaudalado seguidor de El señor de los anillos pagaría una fortuna por aquellos dos documentos.
O mataría por ellos.
Magnus había leído los dos primeros capítulos de El señor de los anillos la noche anterior. Realmente, el primero se titulaba «Una reunión muy esperada», que celebraba el centésimo décimo primer cumpleaños de Bilbo Bolsón, un alegre acontecimiento lleno de hobbits, de comida y de fuegos artificiales al final del cual Bilbo se pone su anillo mágico y desaparece. En el segundo, «La sombra del pasado», el mago Gandalf volvía a hablarle a Frodo, el sobrino de Bilbo, sobre los extraños y malvados poderes del anillo y le encarga la tarea de destruirlo en la Grieta del Destino.
Estaba claro que entre los capítulos primero y segundo está La saga de Gaukur.
—¿Puedo verlo yo? —preguntó Árni.
Magnus dejó escapar un suspiro. Ni siquiera se había dado cuenta de que había estado aguantando la respiración. Le entregó la carta.
—¿Le enseñó esto a Agnar?
Ingileif asintió.
—Se la dejé durante un par de días. Quería todo lo que yo pudiera tener para autentificar la saga. Se mostró encantado con esto. Estaba convencido de que nos ayudaría a conseguir un precio mejor.
—Apuesto a que así era. Entonces, ¿Högni Ísildarson fue su abuelo?
—Así es. Su padre, Ísildur, fundó una tienda de muebles en Reikiavik a finales del siglo XIX. Después, al igual que ahora, muchos islandeses viajaron al extranjero para estudiar, y en 1923 Högni se fue a Inglaterra, a la Universidad de Leeds, donde estudió inglés antiguo bajo la tutela de J. R. R. Tolkien. Tolkien causó una fuerte impresión en mi abuelo. Le inspiró. Recuerdo que me hablaba de él. —Ingileif sonrió—. En realidad, Tolkien no era mucho más viejo que mi abuelo. Tenía treinta y pocos años, pero, al parecer, tenía una forma de comportarse anticuada. Como si viviera en la época anterior a la industrialización, antes de que hubiera grandes ciudades, humo y ametralladoras. Intercambiaron correspondencia mientras Tolkien estuvo vivo. Mi abuelo incluso llegó a hacer que una de sus sobrinas trabajara para Tolkien como niñera en Oxford.
—Habría sido mucho mejor que me hubiera enseñado esto la última vez que estuve aquí —dijo Magnus.
—Lo sé —contestó ella—. Y lo siento.
—No basta con sentirlo. —Magnus la miraba directamente a los ojos—. ¿Tiene alguna idea de por qué mataron a Agnar?
Esta vez fue ella quien le sostuvo la mirada.
—No. Me convencí a mí misma de que todo esto no tenía nada que ver con su muerte, y por eso no sentí la necesidad de hablarle a usted de ello. Y desconozco que haya conexión alguna. —Suspiró—. Mi trabajo no es hacer elucubraciones, pero ¿no le parece probable que estas personas de las que usted me ha hablado pensaran que podrían hacerse con la saga sin tener que pagarle a Agnar?
—A menos que usted lo matara —repuso Magnus.
—¿Y por qué iba a hacerlo? —preguntó, devolviéndole la mirada desafiante.
—Para hacerle callar. Usted misma me ha dicho que quería retirar la saga de la venta y que él la amenazó con hablarle a todo el mundo de ella.
—Sí, pero no lo habría matado por eso. No mataría a nadie por ningún motivo —se defendió Ingileif.
Magnus la miró fijamente.
—Puede —dijo—. Seguiremos en contacto.