Magnus siguió al fornido oficial O’Malley hacia el brillante luminoso del 7-Eleven. Sus dedos se movían nerviosamente a pocos centímetros por encima de la pistola.
O’Malley se giró y sonrió.
—Oye. Tranquilízate, Sueco. Mantén los ojos abiertos y no te pongas demasiado tenso. Se cometen errores cuando uno se pone tenso.
O’Malley había decidido llamar «Sueco» a Magnus como homenaje a su procedencia escandinava y a un antiguo compañero sueco con el que había trabajado veinte años atrás: Magnus no lo sacó de su error. Si su responsable de formación quería que fuera sueco, sería sueco. Llevaba solamente dos semanas en las calles, pero ya le tenía un enorme respeto a O’Malley.
—Parece tranquilo —dijo O’Malley. El dependiente no les había dado información alguna en cuanto a la naturaleza del altercado en la tienda.
Magnus vio una figura delgada que avanzaba hacia ellos desde las sombras. O’Malley no lo había visto. Aquella figura se dirigía en línea recta hacia O’Malley. Magnus trató de extender la mano hacia su pistola, pero el brazo no se movió. La figura levantó su propia arma, una Magnum 357, y apuntó a O’Malley. Aterrado, Magnus consiguió colocar sus dedos alrededor de su pistola, pero no pudo levantarla. Por mucho que lo intentara, pesaba mucho. Magnus abrió la boca para avisar a su compañero, pero no emitió ningún sonido.
El hombre se giró hacia Magnus y se rio, apuntando aún con su pistola a O’Malley. Era joven, escuálido y parecía como si no se hubiera lavado desde hacía una semana. Tenía los ojos enrojecidos y no podía fijarlos, sus dientes estaban en mal estado y La piel de la cara, iluminada ahora con las luces de la tienda, parecía de cera. Tenía aspecto de estar muerto, una especie de zombi.
O’Malley seguía sin verlo.
Magnus trato de gritar y de levantar su pistola. Nada. Solo una risa socarrona e inquietante del atracador Después hubo un disparo. Dos. Tres. Y hubo más y más.
Al final, O’Malley cayó al suelo. El brazo de Magnus respondió. Levantó el arma y disparó a la cara del drogadicto. Disparó una y otra vez, y otra más…
Magnus se despertó.
Se oía ruido por fuera de su ventana. El distrito 101 de Reikiavik había entrado en acción el sábado por la noche: risas, acelerones de coches, gritos, canciones, vomitonas y, de fondo, el persistente ruido sordo de unos potentes amplificadores.
El grueso ejemplar de El señor de los anillos yacía abierto en el suelo, donde lo había dejado caer un par de horas antes, aplastando la edición más fina de La saga de los volsungos.
Miró el reloj. Las cinco y cinco de la mañana.
Aquel era un sueño recurrente. Le había estado perturbando durante las noches de los dos años posteriores a aquel primer tiroteo. Por supuesto, la realidad había sido diferente al sueño. El drogadicto había disparado solo dos veces a O’Malley antes de que Magnus lo abatiera. Tero durante aquellas largas noches, Magnus había debatido inútilmente consigo mismo si podría haber disparado antes y haber salvado a O’Malley o haberse retrasado más tiempo y haber salvado al drogadicto.
Aquello pasó mucho tiempo atrás. Magnus pensó que había reaccionado mucho mejor al segundo tiroteo que al primero, ahora que era un policía más experimentado. Quizá no fuera así. Su subconsciente necesitaba más tiempo para poder asimilarlo y no podía hacer nada al respecto, por muy buen policía que fuera.
Qué desastre.
La comisaría de la Policía Metropolitana de Reikiavik estaba muy concurrida el domingo por la mañana. Unos policías agotados y uniformados acompañaban a ciudadanos pálidos y tambaleantes por los pasillos, conduciéndolos por las últimas fases del ciclo de arrestos de todos los sábados por la noche.
En cuanto Magnus llegó a su escritorio, encendió su ordenador. Sonrió al ver el correo electrónico de Johnny Yeoh. El muchacho había cumplido.
En la reunión de la mañana, Baldur también tenía aspecto de no haber dormido mucho. Unas bolsas oscuras le caían de los ojos y tenía las mejillas hundidas y grises. Magnus estudió a sus compañeros oficiales que rodeaban la mesa. Todos habían perdido buena parte de su anterior energía.
Baldur comenzó con los últimos informes de los forenses. Con las de Agnar, Steve Jubb y Andrea ya se habían identificado tres de los cuatro grupos de huellas dactilares de la casa. Habían confirmado que las pisadas eran de Steve Jubb. Pero no había manchas de sangre en la ropa de Jubb, ni siquiera la más diminuta salpicadura.
Baldur le preguntó a Magnus si sería difícil golpear a alguien en la cabeza y después sacarlo a rastras de la casa a lo largo de veinte metros hasta el lago sin mancharse la ropa de sangre. Magnus tuvo que admitir que sería difícil, pero sostuvo que no sería imposible.
—Hablé ayer con la esposa de Agnar —explicó Baldur—. Está furiosa. No tenía ni idea de la existencia de Andrea. Creía que su marido había cumplido su promesa de ser un buen chico. Además, ha estado registrando los papeles de Agnar y ha descubierto que estaba atravesando por unos apuros económicos mucho más serios de lo que ella creía. Deudas. Enormes deudas.
—¿En qué se ha estado gastando el dinero? —preguntó Rannveig, la ayudante del fiscal.
—En cocaína. Ella estaba al tanto de la cocaína. Y también jugaba. Calcula que debía unos treinta millones de coronas. Las compañías acreedoras estaban empezando a quejarse, así como el banco con el que tenía la hipoteca de la casa. Pero ahora está muerto. Un seguro de vida se hará cargo de todo eso.
Magnus hizo un rápido cálculo mental. Treinta millones de coronas sumaban algo más de doscientos mil dólares. Incluso para el nivel de los ciudadanos adictos a las deudas de Islandia, Agnar debía mucho dinero.
—En resumidas cuentas, Linda tenía motivos para matar a su marido —continuó Baldur—. Dice que estaba sola con sus hijos pequeños la noche del jueves. Pero fácilmente podría haberlos metido en el asiento posterior del coche y haber ido a Thingvellir. Ellos no podrán contárnoslo. Uno es un bebé y el mayor aún no ha cumplido los dos años. No debemos perderla de vista. Y bien, Vigdís, ¿has hablado con la mujer de Flúdir?
Vigdís hizo un resumen de su entrevista con Ingileif. Había comprobado la coartada de Ingileif. Sí que había estado en la fiesta de su amiga artista hasta las once y media la noche que asesinaron a Agnar. Y después, con su «viejo amigo» el pintor.
—Puede que haya dicho la verdad en eso, pero creemos que mentía en otros aspectos —intervino Magnus.
—¿Qué otros aspectos?
—Se mostró muy evasiva con respecto a Agnar —se explicó Vigdís—. Tengo el presentimiento de que ahí estaba pasando algo más de lo que ella decía.
—Volveremos a hablar con ella dentro de un par de días —dijo Magnus—. Para ver si su historia se mantiene.
—¿Algún avance con Ísildur? —preguntó Baldur.
—Sí —contestó Magnus—. He encontrado a alguien que se hace llamar Ísildur en un foro de El señor de los anillos en internet. Conseguí su dirección de correo electrónico y le he pedido a un amigo mío de los Estados Unidos que lo verificara.
—¿Estás seguro de que es el mismo?
—No podemos estar seguros del todo, pero me parece muy probable que lo sea. Ese hombre está obsesionado con los anillos mágicos y las sagas islandesas, igual que Steve Jubb.
Baldur soltó un gruñido.
—Se llama Lawrence Feldman y vive en California —continuó Magnus—. Tiene dos casas: una en Palo Alto y otra en el condado de Trinity, a cuatrocientos kilómetros al norte de San Francisco. De ahí es de donde procedía el correo electrónico.
—¿Dos casas? —preguntó Baldur—. ¿Sabemos si es rico?
—Está forrado. —Aunque Johnny no había podido conseguir el expediente policial de Feldman, si es que lo había, sí que había encontrado muchas cosas de él en internet—. Es uno de los fundadores de una empresa de programas informáticos de Silicon Valley, 4Portal. Vendieron la empresa el año pasado y cada uno de los fundadores se embolsó cuarenta millones de dólares. Feldman solamente consiguió treinta y uno. No le ha ido mal.
—Así que podría permitirse fácilmente un abogado caro —dijo Baldur.
—Y una habitación en el hotel Borg para Steve Jubb.
—Muy bien. Tenemos que conseguir el expediente policial de ese tipo, si es que lo tiene —ordenó Baldur—. ¿Puedes ocuparte?
—Sí, pero probablemente sea más fácil si la petición procede de la policía de Reikiavik —contestó Magnus—. Cuanto más oficial, menos favores hay que pedir.
—Nos encargaremos de ello —concluyó Baldur.
—Pero podría ir a verle —se ofreció Magnus.
—¿A California? —Baldur parecía dudar.
—Claro. Tardaría un día en llegar y otro en volver, pero podría reunirme con él para que me contara en qué andan metidos él y Jubb.
Baldur frunció el ceño.
—No sabemos seguro que se trate del mismo Ísildur para el que trabaja Steve Jubb. Y de todos modos, él no nos lo va a decir, ¿por qué habría de hacerlo? Steve Jubb no ha contado nada y eso que lo tenemos bajo arresto.
—Depende del modo en que se lo pregunte.
Baldur negó con la cabeza.
—Costaría dinero. No estoy seguro de conseguir una autorización para un viaje que probablemente sea una pérdida de tiempo. ¿No has oído hablar de la kreppa?
Era imposible pasar muchas horas en Islandia sin oír hablar de la kreppa.
—Solo un billete en clase turista y quizá una noche en un hotel de carretera —dijo Magnus. Miró a sus compañeros que estaban alrededor de la mesa—. Vais a dedicar mucho dinero a esta investigación. Un billete de avión no supondrá mucha diferencia.
Baldur dedicó a Magnus una mirada hostil.
—Lo pensaré —contestó, dando a Magnus la clara impresión de que no lo haría—. Muy bien —continuó, dirigiéndose a todo el grupo—. Parece que alguien que se hace llamar Ísildur anda detrás de las negociaciones con Agnar. Si el tal Lawrence Feldman es ese tipo, cuenta con mucho dinero como para respaldar un acuerdo importante.
—¿Pero qué es lo que podrían estar negociando? —preguntó Vigdís.
—¿Algo relacionado con El señor de los anillos? —sugirió Magnus—. O puede que con La saga de los volsungos. La volví a leer anoche. En los dos libros hay un anillo mágico que tiene un importante papel. Existe la teoría de que Tolkien se inspiró en La saga de los volsungos.
—Todos los ejemplares antiguos de la saga estarán en la colección de Árni Magnússon de la Universidad de Islandia —dijo Baldur. Árni Magnússon fue un anticuario educado en Dinamarca que viajó por Islandia en el siglo XVII reuniendo todas las sagas que pudo encontrar. Las llevó a Dinamarca, pero fueron devueltas a Islandia en los años setenta para ser llevadas a un instituto que lleva el nombre de su coleccionista—. ¿Estás diciendo que Agnar había robado uno de los ejemplares?
—Quizá lo cambió por una copia —sugirió Vigdís.
—Puede —dijo Magnus—. O puede que tuviera alguna loca teoría que estuviera tratando de venderle a Ísildur. A lo mejor iba a llevar a cabo alguna investigación para él.
Baldur torció el gesto y negó con la cabeza.
—Podría tratarse de drogas —intervino Rannveig—. Sé que suena a lo de siempre, pero en Islandia, si hay algún trato ilícito, casi siempre se trata de drogas.
Por un momento, hubo un silencio alrededor de la mesa. La ayudante del fiscal tenía algo de razón.
—¿Había algo en los documentos de Agnar que indicara de qué podría tratarse ese negocio? —preguntó Rannveig.
—No. Yo mismo he examinado la mayor parte de ellos —respondió Baldur—. Aparte de aquellos correos electrónicos de su ordenador, no hay nada sobre ningún trato con Steve Jubb. Y todos los archivos de su portátil están relacionados con su trabajo.
—¿En qué estaba trabajando? —preguntó Magnus.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a si estaba llevando a cabo alguna investigación cuando murió.
—No estoy seguro de que estuviera investigando nada. Estaba corrigiendo exámenes. Y traduciendo un par de sagas al inglés y al francés.
Magnus se inclinó hacia delante.
—¿Qué sagas?
—No lo sé —respondió Baldur a la defensiva. Estaba claro que no le gustaba que le estuvieran interrogando en su propia reunión—. No he leído todos sus trabajos. Hay montones de ellos.
Magnus se tuvo que contener para no insistir. No quería irritar a Baldur más de lo necesario.
—¿Puedo echarles un vistazo? Me refiero a esos trabajos.
Baldur se quedó mirando a Magnus sin disimular su irritación.
—Por supuesto —contestó secamente—. Es una buena forma de que pases el tiempo.
Había dos lugares en los que mirar: la habitación de Agnar en la universidad y la casa de verano. Habría más documentos en la universidad y estaba más cerca. Por otra parte, si Agnar había estado trabajando en algo relacionado con Steve Jubb, era probable que se hallara en la casa de verano, donde lo tendría a mano para su encuentro.
Así que Árni llevó a Magnus al lago Thingvellir.
—¿Crees que Baldur va a dejarte ir a California? —le preguntó.
—No lo sé. No parecía muy contento con la idea.
—Si vas, ¿puedes llevarme contigo? —Árni miraba de reojo a Magnus, que iba sentado en el asiento del acompañante y notó su vacilación—. Me licencié en los Estados Unidos, así que estoy familiarizado con los procedimientos de la policía americana. Además, California es mi hogar espiritual.
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes. El goberneitor.
Magnus sacudió La cabeza. Lo siguiente que haría Árni sería pedir entrevistarse personalmente con Arnold Schwarzenegger Además, Magnus prefería acercarse a Lawrence Feldman a su modo, sin su perrito islandés pisándole los talones.
—Ya veremos.
Desalentado, Árni condujo el coche por el monte Mosfell y bajó hacia el lago. No es que estuviera lloviendo, pero había una fuerte brisa que alborotaba la superficie del agua. Mientras se acercaban, los vigilaba un buen grupo de robustos caballos islandeses de la granja que había detrás de las casas, con sus largas crines doradas cayéndoles sobre los ojos.
Magnus vio a un niño y una niña que jugaban junto a la orilla del lago; el niño tendría unos ocho años y la niña muchos menos. De nuevo, La única casa de verano que estaba ocupada era la del Range Rover. La de Agnar seguía constituyendo el escenario de un crimen, con la cinta amarilla agitándose con el viento y un coche de policía aparcado en la puerta, donde estaba sentado un agente solitario leyendo un libro. Resultó ser Crimen y castigo, de F. M. Dostoievski. Magnus sonrió. A todos los policías les gustaba leer libros sobre crímenes; no era de sorprender que los islandeses tuvieran un gusto más literario que sus colegas americanos.
El policía se alegró de recibir compañía y dejó que Magnus y Árni entraran en la casa. Estaba fría y tranquila. El polvo de las huellas dactilares cubría la mayor parte de las superficies lisas, añadiendo una mayor sensación de desolación. Y había marcas de tiza alrededor de las manchas de sangre del suelo.
Magnus examinó el escritorio: cajones llenos de papeles, la mayoría documentos impresos. Había también un mueble bajo justo a la izquierda del escritorio en el que había más montones de papel.
—Vale, mira tú en el armario. Yo miraré en la mesa —dijo Magnus, poniéndose un par de guantes blancos de látex.
El primer fajo que examinó se trataba de una traducción al francés de La saga de Laxdaela, sobre la que había comentarios en francés. Estos solo cubrían la primera mitad del manuscrito. Magnus había estudiado francés en el colegio e imaginó que Agnar había estado corrigiendo o comentando la obra de otro traductor, probablemente un francés que hablara islandés.
—¿Qué has encontrado, Árni?
—La saga de Gaukur —respondió—. ¿Has oído hablar de ella?
—No —contestó Magnus. Aquello no tenía por qué sorprenderle. Había docenas de sagas, algunas muy conocidas y otras mucho menos—. Espera un momento. ¿Gaukur no era el que vivía en Stöng?
—Exacto —confirmó Árni—. Yo fui allí de pequeño. Me morí de miedo.
—Sé a qué te refieres —dijo Magnus—. Mi padre me llevó allí cuando tenía dieciséis años. Había algo realmente escalofriante en ese lugar.
Stöng era una granja abandonada a unos veinte kilómetros al norte del volcán, el monte Hekla. Había quedado cubierto de ceniza tras una erupción masiva en algún momento de la Edad Media y no se había vuelto a descubrir hasta el siglo XX. Se encontraba al final de un sendero escabroso que se abría paso entre un paisaje de destrucción ennegrecida. Montículos de arena y pequeños afloramientos de lava se retorcían dando lugar a formas grotescas. Cuando Magnus leyó sobre el Apocalipsis, pensó en el camino hacia Stöng.
—Deja que eche un vistazo.
Árni le entregó el manuscrito a Magnus. Contenía unas ciento veinte páginas limpias y recién impresas. Estaba en inglés. En la cubierta solamente se leía: «La saga de Gaukur, traducción de Agnar Haraldsson».
Magnus pasó una página y examinó el texto rápidamente. En la segunda página se encontró con una palabra que le hizo detenerse.
Ísildur.
—¡Árni, mira esto! —Pasó rápidamente el resto de las páginas. Ísildur. Ísildur. Ísildur. Ísildur.
Aquel nombre aparecía varias veces en cada una de las páginas. Ísildur no era un personaje cualquiera de esta saga, sino el protagonista.
—¡Vaya! —exclamó Árni—. ¿Nos lo llevamos a la comisaría para que los forenses le echen un vistazo?
—Voy a leerlo —dijo Magnus—. Después podrán verlo los forenses.
Así que se sentó en un cómodo sillón y comenzó a leer, pasándole con cuidado cada página a Árni a medida que las iba acabando.