6

El nuevo abogado de Steve Jubb, Kristján Gylfason, era afable. De rostro inteligente, un cabello prematuramente gris, y un aire de tranquila eficacia y riqueza. Su sola presencia parecía confortar a Jubb. Aquello no era bueno.

Ahora había cinco hombres en la sala de interrogatorios: Jubb, su abogado, Baldur, Magnus y el intérprete.

Baldur lanzó un ejemplar de El señor de los anillos sobre el escritorio. La habitación quedó en silencio. Los ojos de Jubb se dirigieron de inmediato al libro. Árni había salido rápidamente a comprarlo a la librería Eymundsson, en el centro de la ciudad.

Baldur dio golpecitos con los dedos sobre el libro.

—¿Lo has leído?

Jubb asintió.

Baldur abrió despacio y con decisión el libro hasta el capítulo dos y se lo entregó a Steve Jubb.

—Ahora lee eso y dime que no sabes quién es Ísildur.

—Es el personaje de un libro —contestó Jubb—. Eso es todo.

—¿Cuántas veces has leído este libro? —le preguntó Baldur.

—Una o dos.

—¿Una o dos? —bramó Baldur—. Ísildur es un seudónimo, ¿no es cierto? Es un amigo tuyo. También entusiasta de El señor de los anillos.

Steve Jubb se encogió de hombros.

Magnus vio el extremo inferior de un tatuaje que asomaba por debajo de la manga de Jubb.

—Quítate la camisa.

Steve Jubb volvió a encogerse de hombros y se quitó la camisa vaquera que llevaba desde el momento de su arresto. Dejó ver una camiseta blanca y, en su antebrazo, un tatuaje de un hombre con un yelmo y barba blandiendo un hacha.

¿Un hombre? ¿O quizá un enano?

—Deja que adivine —dijo Magnus—. Tu apodo es Gimli. —Recordó que Gimli era el nombre del enano de El señor de los anillos.

Jubb se encogió de hombros otra vez.

—¿Ísildur es un compañero de Yorkshire? —le preguntó Magnus—. ¿Os veis todos los viernes en un pub, tomáis unas cuantas cervezas y charláis sobre las antiguas sagas islandesas?

No hubo respuesta.

—¿Veis series policíacas en Inglaterra? —preguntó Magnus—. ¿CSI, Ley y orden?

Jubb frunció el ceño.

—Bueno, en esas series el malo permanece en silencio mientras los buenos le hacen todo tipo de preguntas. Pero en Islandia no funciona así. —Magnus se inclinó hacia delante—. En Islandia, si te quedas callado, creemos que estás ocultando algo. ¿No es así, Kristján?

—La decisión de mi cliente de no responder a sus preguntas es cosa suya —respondió el abogado—. Le he informado de las consecuencias.

—Vamos a descubrir lo que estás ocultando —intervino Baldur—. Y tu falta de cooperación será recordada en el momento del juicio.

El abogado estuvo a punto de decir algo, pero Jubb le colocó una mano en el brazo.

—Mira, si eres tan jodidamente listo, al final vas a ver que no tengo una mierda que ver con la muerte de Agnar y entonces tendrás que dejarme libre. Hasta entonces, no voy a decir nada.

Con los brazos cruzados y la mandíbula hacia fuera, Steve Jubb no pronunció ni una palabra más.

Vigdís los esperaba fuera de la sala de interrogatorios.

—Hay una persona de la embajada británica que desea verte.

Baldur se quejó.

—¡Qué fastidio! Solo va a conseguir que pierda el tiempo. Pero supongo que tengo que hablar con él. ¿Algo más? —Por la mirada de emoción contenida de Vigdís, Baldur supo que sí lo había.

—Agnar tenía una amante —le explicó Vigdís con una pequeña sonrisa de triunfo.

Baldur arqueó las cejas.

—¿De verdad?

—Andrea Fridriksdóttir. Es una de las alumnas de Agnar de literatura islandesa de la universidad. Se ha presentado nada más oír que lo habían matado.

—¿Dónde está?

—Abajo.

—Estupendo. Vamos a hablar con ella. Dile al de la embajada británica que estaré con él en cuanto pueda. Pero primero quiero hablar con la tal Andrea.

Al darse cuenta de que no había sido invitado, Magnus volvió a su mesa, donde le esperaba una mujer de la oficina del inspector jefe de la Policía Nacional. Móvil, número de cuenta, dietas, pago del salario, dinero en metálico por adelantado e incluso la promesa de un coche en pocos días. Lo tenía todo preparado. Magnus estaba impresionado. Estaba casi seguro de que el Departamento de Policía de Boston no podría compararse a la eficacia de aquella mujer.

Después llegó un hombre del Departamento de Informática. Le dio a Magnus su clave y dedicó unos minutos a enseñarle cómo utilizar el sistema informático, incluso cómo acceder a su correo electrónico.

Después de que el hombre se fuera, Magnus se quedó mirando la pantalla delante de él. Había llegado el momento. No podía seguir aplazándolo.

Resultó que los agentes del FBI que habían escoltado a Magnus durante sus últimos días en Massachusetts pertenecían a la oficina de Cleveland. Uno de ellos, el agente Hendricks, había sido designado como su persona de contacto. Magnus había aceptado no llamar por teléfono a los Estados Unidos, ni siquiera al subcomisario Williams. Especialmente al subcomisario Williams. Existía el temor, aunque nunca había sido dicho en voz alta pero estaba en la mente de Magnus, del FBI y del mismo Williams, de que los tres oficiales de la policía que habían sido arrestados no estuvieran solos. De que tuvieran cómplices o quizá simples amigos en el Departamento de Policía de Boston, amigos para los que buscar el paradero de Magnus no sería una tarea muy difícil.

Por tanto, la idea era que la única forma de comunicación fuese el correo electrónico. Aun así, Magnus no podía enviarlos directamente, sino a través del agente Hendricks de Cleveland. Ese sería el método que Magnus tendría que utilizar si quería ponerse en contacto con Colby.

Y necesitaba ponerse en contacto con Colby. Le había quedado claro que no podía arriesgarse a que la atacaran o mataran por culpa suya. Ella era mejor estratega que él y no tenía más remedio que aceptarlo.

Se quedó mirando la pantalla durante unos minutos más, pensando en nuevos argumentos, justificaciones, explicaciones, pero conocía a Colby y era consciente del peligro que suponía darle la oportunidad de complicar las cosas. Así que al final lo expresó de manera sencilla.

La respuesta a tu pregunta es sí. Ahora, por favor, vente conmigo. Estoy muy preocupado por ti.

Con todo mi amor,

Magnus

No era muy romántico. No parecía el mejor modo de comenzar una vida en común. Aunque se sentía atraído por Colby e incluso la amaba, cuanto más la conocía, más seguro estaba de que no debían casarse. No se trataba solamente de su miedo al compromiso, aunque Colby tenía toda la razón al decir que Magnus adolecía de ello. Sabía que si había una mujer en algún lugar con la que pudiera pasar el resto de su vida, esa mujer no era Colby. El último gran ardid de ella era una muestra del porqué.

Pero Magnus no tenía otra opción. Ella no le había dejado otra opción.

Redactó un breve informe para Williams en el que le contaba que estaba a salvo y que le enviara un correo en caso de que supiera algo de la fecha del juicio.

Pensó escribir a Ollie, que es como se hacía llamar ahora su hermano, pero decidió no hacerlo. El FBI había informado a Ollie de que Magnus iba a desaparecer y un agente había sacado sus cosas de la habitación de invitados de su casa. Con eso debía ser suficiente; cuanta menos relación tuviera Magnus con Ollie, mejor. Se dio cuenta de que no solo era Colby quien corría peligro con la banda de Soto. Puede que su hermano también.

Magnus cerró los ojos. No había nada que pudiera hacer ahora al respecto, salvo esperar que aquellos gánsteres los dejaran en paz a todos.

Ay, Dios. Quizá tuviera razón Colby. Quizá debería haberse limitado a fingir que no había escuchado la conversación de Lenahan.

Por supuesto, en sus admiradas sagas, los héroes siempre cumplían con su deber. Pero luego la mayoría de sus familiares terminaban sufriendo un final sangriento antes de que la historia llegara a su fin. Era fácil mostrarse valiente cuando se trata de tu propio pellejo. Mucho más difícil es hacerlo con el de otras personas. Se sentía más cobarde que héroe, a salvo en Islandia cuando su hermano y su novia corrían peligro.

Pero entonces apareció la reacción islandesa de antaño. Si le tocaban un pelo a Colby o a Ollie, esos cabrones pagarían por ello. Todos ellos.

Baldur convocó otra reunión a las dos de aquella tarde. El equipo seguía mostrándose fresco y entusiasta.

Comenzó con los primeros resultados de la autopsia. Parecía probable que Agnar se hubiera ahogado; había barro en sus pulmones, lo cual indicaba que seguía respirando cuando cayó al agua. Tal y como Magnus había sospechado, los fragmentos de piedra que había en la herida de la cabeza de la víctima procedían del camino y no del lecho del lago.

Había pequeños indicios de cocaína en la sangre de la víctima y algo de alcohol, pero no lo suficiente como para provocar una intoxicación. La conclusión del forense era que la víctima había recibido un golpe en la parte posterior de la cabeza con una piedra, que quedó inconsciente y que fue arrastrado al lago, donde se ahogó. Nada que sorprendiera.

Baldur y Vigdís habían interrogado a Andrea. Esta había reconocido que su aventura con Agnar duraba desde hacía un mes. Estaba perdidamente enamorada de él. Había pasado la mayor parte del año anterior tratando de seducirle y finalmente lo consiguió después de una fiesta de estudiantes a la que lo habían invitado. Andrea había pasado un fin de semana con él en la casa de verano. De hecho, las suyas correspondían a uno de los dos grupos de huellas que quedaban por identificar.

Andrea contó que Agnar parecía aterrorizado ante la idea de que su mujer descubriera lo que había ocurrido. Después de que ella lo sor prendiera con una estudiante cuatro años antes, él le había prometido que sería fiel. Y hasta que llegó Andrea, había mantenido su palabra. La impresión de Andrea era que Agnar le tenía miedo a Linda.

Magnus hizo un resumen de la teoría de que Ísildur era el apodo de un fan de El señor de los anillos y que el propio Steve Jubb también lo era. Uno o dos de los rostros que rodeaban la mesa parecieron algo incómodos. Puede que Árni no fuera el único que hubiera visto la película de El señor de los anillos.

Baldur les entregó a todos la lista de las anotaciones que había en la agenda de Agnar. Las fechas, las horas y los nombres de las personas con las que se había reunido, en su mayoría compañeros de la universidad o alumnos. Había asistido a un seminario de dos días en la Universidad de Uppsala, en Suecia, tres semanas antes. Y una tarde de la semana anterior estaba ocupada con la palabra «Hruni».

—Hruni está cerca de Flúdir, ¿no? —preguntó Baldur.

—A solo un par de kilómetros —contestó Rannveig, la ayudante del fiscal—. He estado allí. No hay nada aparte de una iglesia y una granja.

—Puede que la anotación se refiera a la danza y no al lugar —dijo Baldur—. ¿Hubo algo que se derrumbara esa tarde? ¿Algún desastre?

Magnus había oído hablar de Hruni. En el siglo XVII el pastor de Hruni se hizo famoso por las fiestas salvajes que celebraba en su iglesia por Navidad. Una Nochebuena vieron al diablo merodeando por el exterior y a la mañana siguiente toda la iglesia y su congregación habían sido tragados por la tierra. Desde entonces, la expresión «danza de Hruni» había empezado a utilizarse para referirse a algo que fracasa.

—El niño que murió con pocos años era de Flúdir —recordó Vigdís—. Ísildur Ásgrímsson. Y aquí está su hermana. —Señaló un nombre que aparecía en la lista de la agenda—. Ingileif Ásgrímsdóttir, 6 de abril, dos y media. Estoy bastante segura de que se trata de la hermana del niño. Puedo comprobarlo.

—Hazlo —le ordenó Baldur—. Y si llevas razón, búscala e interrógala. Estamos suponiendo que Ísildur es extranjero, pero tenemos que mantener los ojos abiertos.

Cogió una hoja de papel de la mesa que tenía delante.

—Hemos registrado la habitación del hotel de Steve Jubb y los forenses están examinando su ropa. Hemos encontrado un par de mensajes interesantes que habían sido enviados a su móvil. O al menos, creemos que pueden ser interesantes, pero no lo sabemos aún. Echad un vistazo a la transcripción.

Pasó la hoja por la mesa y en ella había escritas dos frases cortas. Estaban escritas en un idioma que Magnus ni reconoció ni tan siquiera podía tratar de imaginar.

—¿Alguien sabe qué es esto? —preguntó Baldur.

Alrededor de la mesa hubo gestos torcidos y cabezas que negaban lentamente. En una tentativa, alguien sugirió que podía ser finlandés, pero hubo otro que estaba seguro de que no lo era. Pero Magnus vio que Árni se removía de nuevo en su asiento, incómodo.

—¿Árni? —preguntó Magnus.

Árni lanzó una mirada de odio a Magnus y después tragó saliva mientras la nuez de su cuello subía y bajaba.

—Élfico —dijo en voz baja.

—¿Qué? —preguntó Baldur—. ¡Habla más alto!

—Puede que estén en élfico. Creo que Tolkien inventó unos idiomas élficos. Puede que este sea uno de ellos.

Baldur colocó la cabeza entre las manos y miró con furia a su subordinado.

—No vas a decirme que los huldufólk hicieron esto, ¿verdad, Árni?

Árni se encogió. Los huldufólk, o seres ocultos, eran criaturas parecidas a los elfos que se suponía que vivían por toda Islandia dentro de las rocas y las piedras. En sus conversaciones habituales, los islandeses se mostraban orgullosos de creer en estos seres y era bien sabido que se habían desviado algunas autopistas para evitar quitar las rocas en las que se sabía que vivían. Baldur no quería que su investigación del asesinato se desbaratara por culpa de la más molesta de todas las supersticiones islandesas.

—Puede que Árni tenga razón —lo defendió Magnus—. Sabemos que Steve Jubb e Ísildur, quienquiera que fuera, estaban llegando a un acuerdo con Agnar. Si tenían que comunicarse entre sí para hablar de él, podrían haber utilizado un código. Eran seguidores de El señor de los anillos. ¿Qué mejor que el élfico?

Baldur apretó los labios.

—De acuerdo, Árni. Mira a ver si puedes encontrar a alguien en Islandia que hable el élfico y pregúntale si reconoce lo que dicen estos mensajes. Y después haz que te los traduzcan.

Baldur lanzó una mirada alrededor de la mesa.

—Si Steve Jubb no nos lo dice, tenemos que descubrir por nuestra cuenta quién es el tal Ísildur. Debemos ponernos en contacto con la policía británica de Yorkshire para ver si pueden ayudarnos a buscar amigos de Jubb. Y tenemos que preguntar en todos los bares y restaurantes de Reikiavik si Jubb se vio con alguien más aparte de Agnar. Quizá Ísildur se encuentre en la ciudad. No lo sabremos hasta que preguntemos por ahí. Y voy a interrogar a la mujer de Agnar. —Repartió las tareas específicas para cada uno de los que rodeaban la mesa, excepto para Magnus, y dio por terminada la reunión.

Magnus siguió al inspector al pasillo.

—¿Le importa si voy con Vigdís a interrogar a la hermana del niño que murió?

—No. Adelante —contestó Baldur.

—¿Cuál es su opinión hasta ahora? —preguntó Magnus.

—¿A qué se refiere con cuál es mi opinión? —respondió, deteniéndose.

—Venga ya. Seguro que tiene una corazonada.

—Mantengo la mente abierta. Recojo pruebas hasta que apunten hacia una conclusión. ¿No es eso lo que se hace en América?

—Exacto.

—Pues bien, si quiere ayudarme, encuentre a Ísildur.