Baldur dirigía una dinámica reunión matutina. Dinámica y eficiente. Media docena de oficiales estaban presentes, además de Magnus, la ayudante del fiscal —una joven pelirroja llamada Rannveig— y el comisario jefe Thorkell Holm, jefe del Departamento de Investigación Criminal de la Policía Metropolitana de Reikiavik. Thorkell tenía poco más de sesenta años y una cara redonda y jovial de brillantes mejillas rosadas. Parecía estar a gusto entre sus oficiales, feliz por encontrarse en un segundo plano y estar escuchando a Baldur, que estaba a cargo de la investigación.
Había un ambiente de expectación en la mesa, de entusiasmo por la tarea que tenían por delante. Era sábado por la mañana. Un largo fin de semana de trabajo se avecinaba sobre todos ellos, pero parecían estar deseando comenzar.
Magnus se sintió contagiado por aquella excitación. Árni lo había llevado de vuelta a su hotel la noche anterior. Cenó algo y se acostó. Había sido un día largo y aún no se había recuperado del tiroteo en Boston y sus consecuencias. Pero durmió de un tirón. Se sentía bien por encontrarse lejos de la banda de Soto. Estaba deseando enviarle un mensaje a Colby, pero para ello tendría que acceder a algún ordenador. Mientras tanto, la investigación sobre el asesinato del profesor le intrigaba.
Y él intrigaba a los oficiales que le rodeaban. Se quedaron mirándolo cuando entró en la sala: no hubo las sonrisas típicas que se esperan en un grupo de americanos que dan la bienvenida a un extranjero. Magnus no sabía si aquel era el típico reparo inicial de los islandeses —un reparo que normalmente era sustituido por calidez diez minutos después— o si se trataba de algo más hostil. Decidió no hacer caso. Pero le alegró la desinhibida sonrisa cordial de Árni, que estaba sentado a su lado.
—Nuestro sospechoso sigue sin decir nada —dijo Baldur—. Hemos tenido noticias de la policía británica. Está limpio de antecedentes penales, aparte de dos condenas por posesión de cannabis en los años setenta.
Rannveig lo llevará esta mañana ante el juez para que nos conceda una orden de arresto durante las siguientes semanas.
—¿Tenemos suficientes pruebas para conseguirla? —preguntó Magnus.
Baldur torció el gesto ante la interrupción.
—Steve Jubb fue la última persona que vio a Agnar con vida. Estaba en el escenario del crimen más o menos a la hora en la que se cometió. Sabemos que estaba hablando sobre algún tipo de acuerdo con Agnar, pero no nos dice qué hacía allí. Oculta algo y hasta que nos diga lo contrario vamos a considerarlo como un asesino. Yo diría que tenemos suficientes motivos para retenerlo, y lo mismo dirá el juez.
—A mí me parece bien —dijo Magnus. Y así era. En los Estados Unidos, lo que tenían no era apenas nada como para arrestar a un sospechoso, pero Magnus podía empezar a apreciar el sistema islandés.
Baldur asintió cortante.
—Y bien, ¿qué tenemos?
Dos oficiales habían entrevistado a la esposa de Agnar, Linda, en su casa de Seltjarnarnes, a las afueras de Reikiavik. Estaba desolada. Llevaban siete años casados y tenían dos hijos pequeños. Se trataba del segundo matrimonio de Agnar. Se divorció cuando se conocieron; al igual que su primera esposa, Linda había sido alumna suya. Agnar había ido a la casa de verano para ponerse al día con el trabajo. Al parecer, se acercaba la fecha límite para la entrega de una traducción. Había pasado allí las dos semanas anteriores. Su mujer, que se quedó sola a cargo de los niños, no había estado muy conforme con la situación.
El ordenador portátil de Agnar no había revelado más correos de Steve Jubb que fueran de interés. Contenía un revoltijo de documentos de Word y de sitios de internet que había visitado y que tenían que examinar. Y había montones de papeles en su despacho de la universidad y en la casa de verano que había que leer.
Los forenses habían encontrado cuatro tipos de huellas en la casa de verano: las de Agnar, las de Steve Jubb y otros dos que hasta ahora no habían identificado. Ninguna de la esposa de Agnar, que había declarado que aún no había visitado la casa ese año. No había huellas en la puerta del acompañante del Toyota que Jubb había alquilado, lo cual confirmaba su declaración de que había acudido solo a la visita de Agnar.
También encontraron restos de cocaína en el dormitorio y una bolsa de un gramo escondida en un armario.
—Vigdís, ¿ha habido suerte con el nombre de Ísildur? —preguntó Baldur.
Se giró hacia una mujer negra y elegante de unos treinta años que vestía un jersey ajustado y unos vaqueros. Magnus la había visto nada más entrar en la sala. Era la primera persona negra que Magnus veía desde que había llegado a Islandia. Aquel país no contaba con minorías étnicas, sobre todo negros.
—Parece que Ísildur, con «i» acentuada, es un nombre islandés. —Pronunció la letra como una «e» larga—. Aunque lo cierto es que es muy poco común. He investigado en la base de datos del Registro Nacional y solamente aparece una entrada con ese nombre en los últimos ochenta años, un niño llamado Ísildur Ásgrímsson. Nacido en 1974 y muerto en 1977 en Flúdir. —Por lo que Magnus podía recordar, Flúdir era un pueblo del suroeste de Islandia. En inglés, se pronunciaba «Floothir», y aquella «d» islandesa correspondía a la «ð».
Magnus se dio cuenta de que Vigdís hablaba con un perfecto acento islandés. Le parecía muy raro. Había trabajado con muchas detectives en Boston y casi se esperaba el acento lacónico de Boston, no el sonido cadencioso del islandés.
—Su padre, Ásgrímur Högnason, fue médico. Murió en 1992.
—¿Pero no hay rastro de ninguna persona viva hoy día con ese nombre?
Vigdís negó con la cabeza.
—Supongo que puede ser un vestur-íslenskur. —Se refería a un islandés occidental, uno de esos islandeses que habían cruzado el Atlántico hasta América del Norte hacía un siglo y que eran predecesores del mismo Magnus—. O puede que viva en Inglaterra. Si nació en el extranjero, no se encuentra en nuestra base de datos.
—¿Alguien ha oído hablar de algún Ísildur? —preguntó Baldur al resto de congregados en la habitación—. Lo cierto es que parece islandés. —Nadie dijo nada, aunque Árni, que estaba sentado junto a Magnus, pareció estar a punto de abrir la boca para, después, pensárselo mejor.
—De acuerdo —dijo Baldur—. Esto es lo que sabemos. Está claro que Steve Jubb acudió a la casa de verano a algo más que para charlar con un conocido. Estaba cerrando una especie de acuerdo con Agnar, algo que implicaba a un hombre llamado Ísildur.
Miró por la habitación.
—Tenemos que saber qué es lo que Agnar había descubierto y qué trato estaban negociando. Debemos descubrir muchas más cosas de Agnar. Y sobre todo, tenemos que saber quién demonios es ese Ísildur. Esperemos que Steve Jubb empiece a hablar Cuando se dé cuenta de que va a pasar las próximas semanas en la cárcel.
Cuando terminó la reunión, el comisario jefe Thorkell le dijo a Magmas que quería hablar con él. Su despacho era amplio y confortable, con unas magníficas vistas a la bahía y al monte Esja. Las nubes estaban más altas que el día anterior y a lo lejos, en la bahía, un agujero por el que entraba la luz del sol se reflejaba sobre el agua. Sobre el escritorio del comisario jefe había tres fotografías de niños de pelo rubio, colocadas de tal modo que tanto Thorkell como sus visitas pudieran verlos. Un par de pinturas rudimentarias, probablemente hechas por los mismos niños, colgaban de la pared.
Thorkell se sentó en su sillón grande de piel y sonrió.
—Bienvenido a Reikiavik —dijo.
Al menos él, al igual que Árni, parecía simpático. Magnus no podía ver ningún parecido físico entre ellos, pero compartían el mismo apellido, Holm, así que era probable que estuvieran emparentados. Una pequeña minoría de islandeses utilizaban el sistema del apellido familiar, como en el resto del mundo. A menudo, se trataba de familias ricas, descendientes de los jóvenes islandeses que viajaron a Dinamarca para estudiar y que utilizaron su apellido mientras estuvieron allí.
Pero todos los islandeses estaban emparentados. Aquella sociedad tenía más de pañuelo que de acervo genético.
—Gracias —contestó Magnus.
—Va a formar parte del personal del inspector jefe de la Policía Nacional, pero cuando no esté en la Academia de Policía, tendrá una mesa aquí, con nosotros. Estoy muy a favor de la iniciativa que tuvo el inspector jefe de pedir que viniera usted y creo que nos será de gran ayuda en esta investigación.
—Eso espero.
Thorkell vaciló.
—El inspector Baldur es un policía excelente, y de mucho éxito. Le gusta utilizar técnicas ya comprobadas que funcionan en Islandia. En esencia, se reduce al hecho de que en un país tan pequeño siempre hay alguien que conoce a alguien que conoce al asesino. Pero a medida que cambia la naturaleza del delito, también deben hacerlo los métodos para combatirlo. Y por eso está usted aquí. Puede que la flexibilidad no sea el punto fuerte de Baldur. Pero no tema dar su opinión. Queremos oírla, se lo garantizo.
Magnus sonrió.
—Entiendo.
—Bien. Esta mañana se pondrá en contacto con usted alguien de la oficina del inspector jefe para hablarle del sueldo, el alojamiento y esas cosas. Mientras tanto, Árni le proporcionará un escritorio, un teléfono y un ordenador. ¿Tiene alguna pregunta?
—Sí, una. ¿Puedo llevar pistola?
—No —contestó Thorkell—. Rotundamente no.
—No estoy acostumbrado a estar de servicio sin llevarla —protesto Magnus.
—Pues ya se acostumbrará.
Se miraron fijamente por un momento. En opinión de Magnus, un policía necesita una placa y una pistola. Comprendía la dificultad de que le dieran una placa. Pero necesitaba una pistola.
—¿Cómo puedo conseguir una licencia de armas?
—No puede. En Islandia nadie lleva arma, ni siquiera un revólver. Están prohibidas desde 1968, después de que un hombre muriera de un disparo.
—¿Me está diciendo que los oficiales de policía no entrenan con armas de fuego?
Thorkell dejó escapar un suspiro.
—Sí tenemos algunos oficiales armados en la Brigada Vikinga. Es lo que conocemos como nuestro Cuerpo Especial de Intervención. Quizá pueda practicar en el campo de tiro cubierto de Kópavogur, pero no podemos permitir que lleve un arma fuera de él. No es así como hacemos las cosas aquí.
Magnus estuvo tentado de decir algo sobre la flexibilidad y expresar su opinión, pero agradecía el apoyo del comisario jefe y no quería hacerle enojar sin necesidad, así que se limitó a darle las gracias de nuevo y salió.
Árni le esperaba en la puerta. Condujo a Magnus a un despacho lleno de gente dividido en pequeños cubículos con el letrero de «Crímenes violentos» en la puerta. Dos o tres de los oficiales que Magnus había visto en la reunión hablaban por teléfono o miraban sus ordenadores, los demás ya habían salido para interrogar a gente. El escritorio de Magnus estaba justo enfrente del de Árni. El teléfono funcionaba y Árni le aseguró que alguien del Departamento de Informática le proporcionaría una clave esa misma mañana.
Árni desapareció en dirección a la máquina de café y volvió con dos tazas. Ese chico prometía.
Magnus le dio un sorbo al café y pensó en Agnar. Aún no sabía mucho sobre el profesor, pero sí que estaba casado y que era padre de dos niños. Magnus pensó en esos niños que crecerían sabiendo que su padre había sido asesinado, en la desolada esposa esforzándose por aceptar que su familia se había destruido. Necesitaban saber quién había matado a Agnar y por qué, y necesitaban saber que el asesino había recibido su castigo. De no ser así… En fin, de no ser así, terminarían como Magnus.
Aquel impulso familiar regresó. Aunque Magnus aún no los conocía, e incluso podía ser que no los conociera nunca, podía prometerles una cosa: encontraría al asesino de Agnar.
—¿Has decidido dónde te vas a alojar en Reikiavik? —le preguntó Árni, dando un sorbo a su taza.
—La verdad es que no —respondió Magnus—. Supongo que el hotel está bien.
—Pero no pensarás quedarte allí todo el tiempo que estés con nosotros.
Magnus se encogió de hombros.
—No sé. Supongo que no. No tengo ni idea de cuánto tiempo va a ser.
—Mi hermana tiene una habitación libre en su apartamento. Es agradable, muy céntrico, en Thingholt. Podrías alquilarla. No te cobraría mucho.
Magnus no había pensado aún en el dinero, el alojamiento, la ropa, los gastos del día a día. Estaba encantado solo por el hecho de estar vivo. Pero contar con una maleta en una habitación de hotel se volvería tedioso enseguida y puede que la hermana de Árni fuera una solución rápida y fácil a un problema en el que aún no se había puesto a pensar. Y barata. Puede que eso fuera importante.
—Claro. Le echaré un vistazo.
—Estupendo. Te llevaré por allí esta noche, si quieres.
El café no estaba mal. Los islandeses tomaban muchas tazas de café al día —toda la sociedad se abastecía de cafeína—. Quizá fuera esa una de las razones por las que no se quedaban sentados mucho tiempo.
—Estoy seguro de haber oído el nombre de Ísildur en algún sitio —dijo Magnus—. Puede que fuera algún niño del colegio. Pero habría aparecido en la búsqueda de Vigdís.
—Puede que sea por la película.
—¿La película? ¿Qué película?
—La comunidad del anillo. ¿No la has visto? Es la primera parte de la trilogía de El señor de los anillos.
—No, no he visto la película, pero sí que leí el libro. Así que Ísildur es uno de los personajes, ¿no? ¿Qué es? ¿Una especie de elfo?
—No, es un hombre —le explicó Árni—. Consigue el anillo al principio de la película y luego lo pierde en el río. Después, Gollum lo encuentra.
—¡Árni! ¿Por qué no lo has dicho en la reunión?
—Iba a hacerlo, pero después pensé que todos se reirían de mí. A veces lo hacen, ¿sabes? Y está claro que no tiene nada que ver con el caso.
—¡Por supuesto que sí! —Magnus se detuvo antes de pronunciar la palabra «¡idiota!»—. ¿Has leído La saga de los volsungos?
—Creo que la leí en el colegio —contestó Árni—. Trata sobre Sigurd, Brynhild y Gunnar, ¿no? Los dragones y el tesoro.
—Y el anillo. Hay un anillo mágico. Es una versión islandesa de El cantar de los nibelungos en el que Wagner basó su Ciclo del anillo. Apuesto a que Tolkien también la leyó. Y es la saga preferida de Steve Jubb. Probablemente la única que haya leído. Es un fanático de El señor de los anillos y tiene un amigo que también lo es y cuyo apodo es Ísildur.
—Entonces, Ísildur no es ningún islandés.
Magnus negó con la cabeza.
—No. Probablemente sea otro camionero de Yorkshire. Tenemos que hablar con Baldur.
Una mirada de pánico cruzó por la cara de Árni.
—¿De verdad crees que es importante?
—Sí —asintió Magnus—. Es una pista. En la investigación de un asesinato hay que seguir todas las pistas que se presenten.
—Pues… Quizá deberías ir a ver a Baldur tú solo.
—Venga, Árni. No le diré que ya sabías quién era Ísildur. Vamos.
Tuvieron que esperar una hora a que Baldur volviera del juzgado de Laekjargata, pero parecía contento.
—Podemos arrestar a Steve Jubb durante tres semanas —anunció cuando vio a Magnus—. Y tengo una orden de registro para su habitación del hotel.
—¿Han puesto fianza? —preguntó Magnus.
—En Islandia no hay fianzas para los sospechosos de asesinato. Normalmente nos conceden tres semanas para la investigación antes de presentar pruebas a la defensa. Una vez que terminemos con él aquí, llevarán a Jubb a la prisión de Litla Hraun. Eso le dará qué pensar.
—Eso está bien —dijo Magnus.
—Lo extraño es que tiene un abogado nuevo. Le adjudicamos un chico que se licenció en derecho hace dos años, pero ya lo ha despedido y ha contratado a Kristján Gylfason, que casi es el abogado de más experiencia en derecho penal de Islandia. Debe de estar ayudándole alguien que le haya buscado el abogado y se lo esté pagando. Kristján no es barato. Y por cierto, tampoco lo es el hotel Borg.
—¿Ísildur? —preguntó Magnus.
Baldur se encogió de hombros.
—Quizá. Quienquiera que sea.
—Nosotros creemos tener una idea al respecto.
Baldur escuchó la teoría de Magnus y torció el gesto.
—Creo que tendremos que mantener otra charla con el señor Jubb.