Lo primero que notó Magnus es que Steve Jubb no era estadounidense. Tenía una especie de acento británico. Resultó ser de Yorkshire. Jubb era un camionero de un pueblo llamado Wetherby, en Inglaterra. No estaba casado y vivía solo. Su pasaporte informaba de que tenía cincuenta y un años.
Magnus y Árni veían el interrogatorio desde la pantalla de un ordenador al otro lado del pasillo. Todas las salas de interrogatorios de la comisaría de Reikiavik estaban equipadas con grabadoras y un circuito cerrado de televisión.
Había cuatro hombres en la sala: Baldur, otro oficial, un joven intérprete islandés y un hombre grande y de espaldas anchas con barriga cervecera. Llevaba una camisa vaquera abierta y una camiseta blanca, vaqueros negros y una gorra de béisbol bajo la que asomaba un pelo canoso y poco abundante. Y una barba fina y cuidada. Magnus pudo distinguir las espirales verdes y rojas de un tatuaje en el antebrazo. Steve Jubb.
Baldur era bueno interrogando, relajado y seguro de sí mismo y más accesible de lo que había estado con Magnus antes. Incluso sonreía a veces, un movimiento hacia arriba de los extremos de sus labios. Utilizaba la clásica técnica de los policías, haciendo que Jubb avanzara y retrocediera en su historia. Tratando de que cometiera algún desliz en el relato de los detalles. Pero aquello hizo que Magnus pudiera ponerse al corriente sobre lo que Jubb había hecho aquella noche.
El interrogatorio fue lento y poco natural; el intérprete tenía que traducirlo todo a un idioma y a otro. Árni explicó que aquello no era solo porque Baldur no hablara bien inglés, sino porque era necesario en caso de que algo de lo que se dijera en la entrevista fuera utilizado en un juicio.
Jubb tenía que explicar muchas cosas, pero lo hizo bien. Al menos, al principio.
Su relato consistía en que había conocido a Agnar durante unas vacaciones a Islandia el año anterior y que habían acordado verse durante este viaje. Había alquilado un coche, un Toyota Yaris azul, y había ido hasta el lago Thingvellir. Agnar y él estuvieron charlando durante más de una hora y, luego, Jubb volvió a su hotel. La recepcionista recordaba haberlo visto volver. Como su turno terminaba a las once, pudo confirmar la hora del regreso. Jubb no había visto nada ni a nadie sospechoso. Agnar se había mostrado simpático y conversador. Habían hablado sobre lugares de Islandia que Jubb tenía que visitar.
Jubb confirmó que había bebido una Coca-Cola y que su anfitrión bebió vino tinto. No se quitó los zapatos en la casa de verano: su número de calzado era de diez y medio, según el sistema de medidas del Reino Unido. Jubb no estaba seguro de su correspondencia con las tallas continentales.
Una hora y media después, Baldur salió de la habitación para ver a Magnus.
—¿Qué opina? —le preguntó.
—Su historia se sostiene.
—Pero está ocultando algo. —Se trataba de una afirmación, no de una pregunta.
—Yo también lo creo, pero es difícil decirlo desde aquí. La verdad es que no puedo verlo. ¿Puedo hablar con él cara a cara? ¿Sin intérprete? Sé que lo que me cuente no será admitido como prueba, pero a lo mejor consigo que se relaje. Y si comete algún error, usted puede volver a ello más adelante.
Baldur lo pensó un momento y después aceptó.
Magnus se dirigió hacia la sala de interrogatorios y tomó asiento junto a Jubb, la misma silla que había ocupado el intérprete. Se apoyó en el respaldo.
—Hola Steve. ¿Qué tal? —lo saludó Magnus—. ¿Todo bien?
—¿Quién eres? —preguntó Jubb con el ceño fruncido.
—Magnus Jonson —contestó Magnus. Le pareció natural volver a su nombre americano al hablar en su idioma.
—Eres un jodido yanqui. —Jubb le habló con un acento de Yorkshire fuerte y directo.
—Sí que lo soy. Estoy ayudando a estos tíos durante una temporada.
Jubb dejó escapar un gruñido.
—Y bien, háblame de Agnar.
Jubb resopló ante la idea de tener que repetir de nuevo su historia.
—Nos conocimos hace un año en un bar de Reikiavik. Me gustó aquel tipo, así que he ido a verlo cuando he vuelto a Islandia.
—¿De qué hablasteis?
—De todo un poco. Lugares que hay que visitar en Islandia. Conoce el país bastante bien.
—No. Quiero decir que de qué hablasteis para que quisieras volver a verlo. Él era un profesor de universidad y tú, un camionero. —Magnus recordó que Jubb era soltero—. ¿Eres homosexual? —No era probable, pero a lo mejor provocaba alguna reacción.
—Por supuesto que no soy un jodido homosexual.
—Entonces, ¿de qué hablasteis?
Jubb vaciló y luego respondió:
—De las sagas. Era un experto y a mí siempre me habían interesado. Ese es uno de los motivos por los que he venido a Islandia.
—¡Las sagas! —Magnus soltó un resoplido—. Sí, seguro.
Jubb se encogió de hombros y cruzó los brazos por encima del vientre.
—Has sido tú el que has preguntado.
Magnus hizo una pausa para examinarlo.
—Vale, perdona. ¿Cuál es tu preferida?
—La saga de los volsungos.
Magnus lo miró sorprendido.
—Una elección poco corriente.
Las sagas más conocidas trataban sobre los pobladores vikingos de Islandia durante el siglo X, pero La saga de los volsungos transcurría en un periodo muy anterior. Aunque fue escrita en Islandia en el siglo XIII, se trataba de una leyenda sobre una primitiva familia germánica de reyes, los volsungos, que finalmente se convirtieron en los burgundios: Atila el huno aparecía en esa historia. No era una de las favoritas de Magnus, pero la había leído unas cuantas veces.
—De acuerdo. ¿Y cuál era el nombre del enano al que obligan a entregar su oro a Odín y a Loki? —le preguntó.
—Andvari —respondió Jubb sonriendo.
—¿Y el de la espada de Sigurd?
—Gram. Y su caballo se llamaba Grani.
Jubb sabía de lo que hablaba. Quizá se tratara de un camionero, pero era un hombre leído. No debía subestimarlo.
—Me gustan las sagas —dijo Magnus con una sonrisa—. Mi padre solía leérmelas. Pero él era islandés. ¿Cómo es que te interesan?
—Por mi abuelo —contestó Jubb—. Las estudió en la universidad. Solía contarme aquellas historias cuando era niño. Me quedé enganchado a ellas. Luego encontré algunas de ellas en una cinta de casete y solía ponérmela en el camión. Aún lo hago.
—¿En inglés?
—Claro.
—Están mejor en islandés.
—Eso decía Agnar. Y le creí Pero ya es demasiado tarde como para ponerme a aprender otro idioma. —Jubb hizo una pausa—. Siento que haya muerto. Era un tipo interesante.
—¿Lo mataste tú? —Aquella era una pregunta que Magnus le había hecho a todo tipo de gente durante su carrera. No esperaba una respuesta sincera, pero, a menudo, la reacción que provocaba la pregunta servía de ayuda.
—No —respondió Jubb—. ¡Por supuesto que no, joder!
Magnus estudió a Steve Jubb. Su negación era convincente y sin embargo… Aquel camionero ocultaba algo.
En aquel momento la puerta se abrió y entró Baldur seguido del intérprete. Magnus no pudo disimular su fastidio. Creía estar llegando a algo.
Baldur llevaba unos papeles. Se sentó en el escritorio y los colocó delante de él. Se inclinó hacia delante y pulsó el interruptor de un panel de control que había junto al ordenador.
—El interrogatorio se retoma a las dieciocho horas veintidós minutos —dijo. Y después, en inglés, mirando fijamente a Jubb, preguntó—: ¿Quién es Ísildur?
Jubb se puso tenso. Tanto Baldur como Magnus se dieron cuenta de ello. Después, se esforzó por mostrarse relajado.
—No tengo ni idea. ¿Quién es Ísildur?
Magnus se hizo la misma pregunta, aunque pensó que el nombre le sonaba familiar.
—Echa un vistazo a esto —le ordenó Baldur, volviendo a hablar en islandés. Acercó tres hojas a Jubb y le pasó otras tres a Magnus—. Son copias de correos electrónicos sacados del ordenador de Agnar. La correspondencia que mantenía contigo.
Jubb cogió aquellos papeles y los leyó, al igual que Magnus. Dos de ellos eran simples mensajes que confirmaban la visita que Steve le había sugerido por teléfono y que concertaban la fecha, la hora y el lugar del encuentro. El tono parecía más de una cita de negocios que de un encuentro informal para charlar con un conocido.
El tercer correo era el más interesante.
De: Agnar Haraldsson
Para: Steve Jubb
Asunto: Reunión del 23 de abril
Estimado Steve:
Estoy deseando verle el jueves. He descubierto algo que creo que le emocionará mucho.
Es una pena que Ísildur no pueda acudir también. Tengo una propuesta que hacerle que creo que sería buena discutir en persona ¿Es demasiado tarde para convencerle de que venga?
Saludos cordiales,
Agnar
—Y bien, ¿quién es Ísildur? —volvió a preguntarle Baldur, esta vez en islandés. El intérprete lo tradujo.
Jubb dejó escapar un fuerte suspiro, lanzó los papelea sobre la mesa y se cruzó de brazos. No dijo nada.
—¿Cuál era la propuesta que Agnar quería haceros?
Nada.
—¿Te contó qué era lo que había descubierto?
—No voy a responder a más preguntas —dijo Jubb. Quiero volver a mi hotel.
—No puedes —contestó Baldur—. Te quedas aquí. Estás arrestado.
Jubb torció el gesto.
—En ese caso, quiero hablar con alguien de la embajada británica.
—Eres sospechoso en la investigación de un asesinato. Podemos informar a la embajada de que te hemos arrestado, pero no tienes derecho a verlos. Podemos conseguirte un abogado si quieres.
—Sí quiero. Y hasta que lo vea no voy a decir nada. —Y Steve Jubb se apoyó en el respaldo de su asiento. Un hombre grande, con los brazos cruzados con firmeza por encima del pecho y una prominente mandíbula inferior, inmóvil.