Me pone de la bola: me cabrea, me irrita, me fastidia. «A mí ese tío me pone de la bola».
Se me ha caído el tomate: forma muy particular de anunciarse entre amigas que el tío de América se ha presentado inesperadamente.
Papá, estoy en reserva y no llego ni a la esquina: papá, estoy sin un duro. Clara insinuación de quebranto económico sólo subsanable con una aportación dineraria paterna.
Papá, eres más antiguo que los Beatles: terrible frase que encierra una crueldad filial de grandes proporciones. Ajustada oración que recuerda a los padres de cuarenta años que sus queridísimos Beatles son para sus hijos como La Chelito para ellos.
Papá, estás cachas: oración que se pronuncia entre sonrisas momentos después de que un padre, ante sus hijos, haya intentado, sin éxito, abrir el tapón irrellenable de una botella de whisky.
Te lo juro por lo que se quieren los abuelos de Juanmi: juramento muy esquivo, nada convincente, que ayuda a sospechar de sus buenas intenciones. En tal caso, unos padres responsables deben averiguar el número de teléfono de los abuelos de Juanmi y preguntarles hasta qué punto se quieren. Si los abuelos de Juanmi responden que «muchísimo» o «como el primer día», el juramento es válido.
Te quiero como el primer día: Deplorable falsedad rayana con el delito.
Si no te respeta, es que tu novio no te quiere: frase absurda que comprende una ingenuidad impropia de la madre que habla con su hija. La hija, en tal tesitura, y para evitar nuevos consejos debe responder: «Me quiere y me respeta, pero me mete mano».
Sólo Dios sabe que lo que te digo es verdad: confirmación desde la dramaturgia que todo lo que le ha dicho es mentira.
Te juro que es mala suerte, mamá. Sólo lo hemos hecho una vez y, además, muy de prisa: justificación de hija ante situación irreversible de embarazo prematuro.
Ése es muy amiguete mío: terrible frase muy propia de tertulia de bar. Sólo los asiduos a los bares tienen «amiguetes».