En España sólo hay un Príncipe, y es el de Asturias, heredero de la corona. Pero muchos no quieren reconocerlo y viven del cuento con sus «principados» centroeuropeos e italianos que por estos pagos tienen el mismo valor que el certificado de buena visión para renovarse el carnet de conducir. Las revistas del corazón han colaborado eficazmente con esta plaga de usurpadores, suplantadores y cursis.
—Soy la princesa de Ottembourg y quiero dos localidades buenas para el estreno de esta noche.
—Me quedan sólo de la fila 24 y muy laterales.
—Pero yo soy la princesa de Ottembourg.
—Y yo la taquillera, que es la que manda.
Porque utilizan sus principados hasta en las taquillas del Coliseum.
En Marbella, en verano, hay más «príncipes» por metro cuadrado que «yuppies» en Nueva York. Todos van a la cena del cáncer, que es la más animada. Es curiosa esa tendencia de la alta sociedad a divertirse en fiestas benéfico-truculentas.
—Este año, la fiesta del cáncer ha sido fenomenal.
—Yo lo pasé mejor en la del SIDA, porque en la del cáncer se levantó un vientecillo que no veas.
—La que estuvo divertidísima fue la de los huérfanos de Bosnia. Terminamos a las ocho de la mañana.
—Creo que han contratado a un grupo de sevillanas alucinante para la cena de los enfermos del riñón.
—No puedo ir, porque esa misma noche, en Puente Romano, tenemos el campeonato de cartas en beneficio de las madres solteras del Tercer Mundo.
—Es indignante que coincidan las dos fiestas.
—¿Vas a ir a la cena de los poliomelíticos?
—Tampoco puedo ir. Tenemos en Madrid reunión del comité organizador de la fiesta pro Sordos y Mudos.
—Se va a llevar un disgusto enorme la princesa de Frossentholen Ghasse cuando se entere.
—Las obligaciones son las obligaciones.
—De todas formas, nos vemos en el campeonato de paddle pro Huérfanos de Bolivia.
—A eso voy aunque tenga cuarenta grados de fiebre.
En casi todos los comités organizadores de estos saraos caritativos y subsanadores de las injusticias sociales hay siempre alguna princesa falsa. Incluso hay princesas falsas que presiden varios comités antagónicos, como el correspondiente a la cena-tómbola en beneficio de los niños de Chernobyl y el de la merienda-bridge pro Viudas chechenas, cuando Rusia y Chechenia están en guerra. Pero a las «princesas» lo único que les importa es la brillantez de la fiesta y la garantía de salvación de su alma. Luego, llegan a su casa y reciben una notificación en la que se les conmina a pagar los atrasos de la Seguridad Social de su criada filipina, a la que deben, además, dos meses de sueldo. Pero no organizan una cena «Pro Empleadas de Servicio Doméstico que no cobran» por razones que desconozco.
Estas «princesas» tienen por costumbre una amiga nacional que les sirve de cortesana única. Acuden a cualquier sitio o lugar con ella, y es la amiga la encargada de presentarla con la solemnidad que requiere el caso.
—Alfonso, te presento a la princesa de Vasilenko, sobrina del último Zar. Es la presidenta del Comité Organizador de la Gala de la Cirrosis Hepática. Nos encantaría que vinieras.
—Pues no, muchas gracias.
—Tú te la pierdes.
Estas acompañantes de «princesas» no son de fiar, y al cabo del tiempo, desplazan a «sus altezas» y ocupan su lugar, con el pretexto de que no «conocen bien nuestra mentalidad».
—El año pasado, en la cena de la Silicosis, se empeñó en contratar a un coro de mineros, y fue un rollo total.
Pero siguen llegando sin parar.